Nuestra
libertad es obedecer a alguien más grande que nosotros mismos. Nuestra libertad
es obedecer a Dios
No,
esta no es una nueva organización internacional. “O.B.D.C.”, si lo va
deletreando significa “obedece” (esta palabra que repetimos tan a menudo a
nuestros hijos). ¿Pero por qué queremos que sean tan obedientes? ¿Y por qué es
esto particularmente importante en términos de educación en la Fe?
Si el niño debe aprender a
obedecer, no es principalmente por razones utilitarias. Estas razones existen y
son justas. Es normal exigir a los niños que no jueguen con productos
peligrosos o que tengan cuidado al cruzar la calle. Además, un mínimo de obediencia es
esencial para una vida familiar pacífica.
“Hijos reyes, padres
mártires”, se dice a menudo. Sabemos lo cierto que es eso. Los niños que se
niegan a obedecer, ya sea para comer, lavarse, dormir o recoger sus cosas,
convierten la vida de su entorno en un infierno.
El niño desobediente termina
agotando la paciencia de sus padres, y los gritos, incluso sanciones excesivas,
ocurren casi inevitablemente, haciendo que todos, padres e hijos, se sientan
amargados e irritados. Pero, ¿qué es la obediencia, la verdadera?
La obediencia, la
condición de la libertad
Todos dependemos
necesariamente de alguien o de algo. Sólo Dios no está sujeto a nada ni a
nadie. Nuestra libertad es obedecer a alguien más grande que nosotros mismos.
Nuestra libertad es obedecer a Dios. Cuanto más se cumple la voluntad del Padre
en nosotros, más libres y alegres somos.
Pero Dios no se dirige
directamente a nosotros para indicarnos su voluntad. Pasa por intermediarios
como por ejemplo los padres. Es precisamente de Dios que proviene nuestra
autoridad paterna. Por eso no podemos ejercer esta autoridad de cualquier
manera. No podemos olvidar que es una misión que nos ha sido confiada.
Pero tenga cuidado de no
confundir autoridad con poder. Lo que hace que una orden sea justa y
legítima no es el poder que tenemos para hacerla cumplir, sino la autoridad que
nos permite darla.
La autoridad puede tener
ciertos poderes: el de castigar, por ejemplo, o el de obligar a la fuerza
(tomar un niño de la mano impide que cruza la calle). Pero estos poderes son la
consecuencia de la autoridad y no lo contrario. Si los hijos deben obedecer a
sus padres, no es porque sean más fuertes, más inteligentes o más hábiles de lo
que son, sino porque gozan de la autoridad otorgada por Dios. Si poseemos
ciertos poderes debido a nuestra superioridad física o intelectual, podemos
usarlos legítimamente únicamente al servicio de un justo ejercicio de la
autoridad.
¿Cómo enseñar la
obediencia a un niño?
No hay una receta mágica.
Pero la reflexión y más aún la experiencia de muchos padres nos permite
identificar ciertos principios. Es importante limitar el número de órdenes y
prohibiciones. No podemos exigirlo todo a la vez. Es mejor hacer unas pocas
peticiones con firmeza que hacer docenas de ellas, sobre las que
inevitablemente acabamos cediendo porque son muy numerosas y no son lo
suficientemente precisas. También es necesario saber cómo adaptar los
requisitos a las capacidades del niño. Esto requiere un buen conocimiento del
niño, una atención real a lo que es y una paciencia infalible.
A veces es difícil para
nosotros aceptar los límites de nuestros hijos -queremos que sean perfectos-
pero es Dios quien nos llama a la perfección, es Él quien nos hace perfectos, y
por eso no nos fuerza. Nos pide que demos un paso a la vez, sin irritarse por
nuestra lentitud o incluso por nuestros retrocesos. Nunca pierde la confianza
en nosotros. Dios, Padre, nos enseña paciencia y serenidad. No el descuido
superficial que nos haría ignorar los límites y defectos de nuestros hijos,
sino la paz que viene de la certeza de que sólo somos instrumentos en la mano
de un Padre que es mucho más clarividente y amoroso que nosotros.
Una
vez que se ha dado una orden, debe permanecer firme y exigir que se le
obedezca. Si
el niño sabe que sus padres nunca se rinden, acabará obedeciendo. Mientras que
si está seguro de alcanzar sus metas mediante la ira o la resistencia pasiva,
tratará de hacer todo lo posible para ganar. Por eso es tan importante no
ordenar mal. Hay que pensar antes de hacer una petición, si es después ya es
demasiado tarde.
Otra cosa importante: no
contradiga una orden dada por el otro padre, aunque parezca cuestionable. El niño
tiene una profunda necesidad de coherencia y es esencial que no esté dividido
entre sus padres. Se pueden realizar discusiones serias entre los cónyuges
sobre la educación de los hijos, pero nunca delante de las personas afectadas.
Liderar mediante el
ejemplo obedeciendo también
Se pueden usar varios medios
para animar al niño a obedecer, pero hay uno que nunca es legítimo (o
inteligente), que es la mentira. Su principal efecto es destruir la confianza
del niño que tarde o temprano se da cuenta del engaño. Más profundamente, hacer
que la gente obedezca presupone que sepamos obedecer nosotros mismos, que
sepamos cómo ser dependientes de Dios (no como esclavos sino como hijos) y que
busquemos Su voluntad para que se cumpla a través de nosotros.
No es necesario mirar
demasiado lejos: es en cada momento, a través de los
acontecimientos más pequeños de nuestra vida diaria, que Dios nos llama. Nos
invita a la obediencia, condición de nuestra libertad y alegría.
Christine
Ponsard
Fuente:
Aleteia






