Santa Gertrudis “la Grande”, 16 de
noviembre
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«Esta gran
benedictina es un ejemplo de fortaleza en medio de la debilidad. Toda su vida
tuvo que luchar contra su fuerte temperamento. Vio conmovida cómo, a pesar de
ello, era constantemente agraciada con favores sobrenaturales»
En los
claustros del monasterio de Helfta se fraguó el itinerario espiritual de esta
gran santa mística benedictina nacida el 6 de enero de 1256, de la que no se
puede proporcionar fehacientemente ni lugar de nacimiento ni nombre de sus
progenitores. Ella comprendió a través de una locución que este hecho se insertaba
en un plan divino sobre su vida. Sin referente alguno familiar, exonerada de
cualquier lazo de sangre, en su horizonte solo cupo la oración y la
contemplación, alimento de sus jornadas monacales que se iniciaron cuando tenía
5 años. En esa unión con la Santísima Trinidad que perseguía no cabrían más
afectos.
Las religiosas
benedictinas le procuraron una esmerada y vasta formación espiritual y cultural
en conformidad con el espíritu monacal, que incluía diversas disciplinas. Como
le ha sucedido a muchos seguidores de Cristo, tuvo modelos para su acontecer.
Se fijó en otras grandes místicas alemanas, Matilde y Gertrudis de Hackeborn,
que era entonces la abadesa del monasterio. Una tercera hermana, con la que
compartió amistad y vivencias de manera singular, fue la excepcional mística,
también de origen germano, Matilde de Magdeburgo, que se incorporó a la
comunidad hacia el año 1270.
A simple vista
Gertrudis no mostraba rasgos significativos espirituales que pudieran
identificar en ella a una persona que podía recibir el privilegio divino de ser
agraciada con diversos favores. Su fina sensibilidad y hondura espiritual
pronto le llevaron a reconocer en su interior debilidades y tendencias que
constituían un veto para caminar por el sendero de la perfección. Examinaba su
alma apreciando en ella zonas umbrías, alejadas de Dios. La piedra de toque de
toda vida santa es el defecto dominante que usualmente no se circunscribe a uno
solo. Malos hábitos agazapados, a veces inconscientes, sutilmente perviven insertados
en él. Se hallan prestos a exteriorizarse a la primera de cambio, dominando al
asceta, a menos que viva una oración continua. Un temperamento impulsivo y
otras manifestaciones caracterológicas provocaban muchos sufrimientos a
Gertrudis que, como san Pablo advirtió, veía que no hacía el bien que quería
sino el mal que no deseaba. Con todo, la apreciación de rasgos no
virtuosos en ella no le indujeron al desánimo. Por el contrario, humildemente y
de manera insistente oraba por su conversión; lo hizo en medio de la lucha que
sostuvo contra sus tendencias a lo largo de su existencia.
Pese a sus
flaquezas, Dios la agraciaba con diversos favores, lo cual era incomprensible
para ojos ajenos regidos por razones humanas, esas que no reparan en el
misterio de los designios divinos. La victoria sobre la debilidad es fuente de
fortaleza. Y aunque Gertrudis se sintiera empujada por un carácter impetuoso y
poco dado a la templanza, fue humilde, caritativa, sencilla, servicial,
sensible hacia los débiles que socorrió con ternura, una persona accesible a
todos, fiel observante de la regla y penitente.
El 27 de enero
de 1281 constituyó el inicio de su despegue espiritual e intelectual. Se
produjo después de ver a un joven Jesucristo que le invitaba a cambiar de vida
asegurándole que la asistiría conduciéndola en ese camino. Desde ese momento,
huyendo de la vanidad y desprendiéndose de sus aficiones, se centró en alcanzar
la unión con Dios, y comenzó a profundizar en la Escritura, los santos Padres y
la teología, abandonando otros intereses intelectuales. Tenía unas dotes
formidables para el estudio al que estaba dedicada muy especialmente. Se ha
considerado que quizá esta atención pudo influirle de forma inicial en su
progreso espiritual, restándole recogimiento. Pero también se ha hecho notar
que debió ayudarle a neutralizar flaquezas, y preservarla de incurrir en otros
errores personales, debidos a su fuerte temperamento, que hubieran podido
conducirla por derroteros ajenos a la vida espiritual.
Lo cierto es
que a esa primera revelación siguieron otras comunicaciones y experiencias
místicas que le alentaban en su búsqueda de lo divino, mientras se esforzaba en
progresar en la virtud, horrorizada por sus pecados y agraciada por el don de
temor de Dios. Confundida, sintiéndose cada vez más indigna de recibir tantos
favores sobrenaturales porque se veía frágil y pecadora, vivía con indecible
conmoción que Dios le otorgara tal cúmulo de dones: «…he aprovechado
tan poco tus gracias que no puedo decidirme a creer que me hayan sido
concedidas para mí sola, no pudiendo tu eterna sabiduría ser frustrada por
alguien. Haz, por tanto, oh Dador de todo bien, que me has concedido
gratuitamente dones tan inmerecidos, que, leyendo este escrito, el corazón de
al menos uno de tus amigos se conmueva por el pensamiento de que el celo por
las almas te ha inducido a dejar durante tanto tiempo una gema de valor tan
inestimable en medio del fango abominable de mi corazón». En los cinco
tomos que comprenden sus Revelaciones plasmó las gracias que
recibió; el segundo es de su autoría. Con rigor y fidelidad transmitió la fe en
sus escritos, entre los que también se cuentan Heraldo del divino amor y
sus excepcionales ejercicios espirituales.
Fue agraciada,
entre otros, con el don de milagros y de profecía. Se le otorgó reposar su
cabeza en la llaga del costado de Cristo oyendo el pálpito de su divino
corazón. Pero entre todos los favores que recayeron sobre ella, destacó dos en
particular con estas palabras: «Los estigmas de tus saludables llagas que me
imprimiste, como preciosas joyas, en el corazón, y la profunda y saludable
herida de amor con que lo marcaste…». Y «el de darme por Abogada a la
santísima Virgen María Madre Tuya, y de haberme recomendado a menudo a su
afecto como el más fiel de los esposos podría recomendar a su propia madre su
esposa querida». Gertrudis padeció muchas enfermedades. Murió el 17
de noviembre, bien de 1301 o de 1302. El 27 de enero de 1678 fue inscrita en el
Martirologio Romano.
Isabel Orellana Vilches
Fuente:
Zenit