Discurso
de Francisco
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Federación Internacional de Universidades Católicas , 4 nov. 2019
© Vatican Media
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El
Papa Francisco exhortó a preparar a las generaciones más jóvenes para que se
conviertan “en protagonistas del bien común, en líderes creativos y
responsables de la vida social y civil con una visión correcta del hombre y del
mundo”.
En
la mañana de hoy, 4 de septiembre de 2019, el Santo Padre ha recibido en audiencia
a los participantes en la Conferencia de la Federación Internacional de
Universidades Católicas (FIUC), en curso los días 4 y 5 de noviembre de 2019 en
Roma y cuyo tema es: “Nuevas fronteras para los líderes universitarios”. El
futuro de la salud y el ecosistema de las universidades”.
Retos inesperados
En
su discurso, Francisco se ha referido a los retos “inesperados derivados del
desarrollo de la ciencia, la evolución de las nuevas tecnologías y las
necesidades de la sociedad, que requieren de las instituciones académicas
respuestas adecuadas y actualizadas” para “preparar a las generaciones más
jóvenes para que se conviertan no sólo en profesionales cualificados en las
diversas disciplinas, sino también en protagonistas del bien común, en líderes
creativos y responsables de la vida social y civil con una visión correcta del
hombre y del mundo”.
Y
añadió que, en este sentido, las universidades deben cuestionarse “qué
contribución pueden y deben hacer a la salud integral del hombre y a una
ecología solidaria”.
Por
otro lado, resaltó que las universidades católicas, deben sentir estas
exigencias “aún más intensamente”, logrando ser el lugar “donde las soluciones
para el progreso civil y cultural de las personas y de la humanidad,
caracterizado por la solidaridad, se persigan con constancia y profesionalidad,
considerando lo que es contingente sin perder de vista lo que tiene un valor
más general”.
Dimensión ética
Ante
el desarrollo de las tecno-ciencias, que repercute “cada vez más en la salud
física y psicológica de las personas”, Francisco recuerda que también es
importante “un cuestionamiento del ‘por qué’”, pues “creer que se puede
transmitir el conocimiento abstrayéndolo de su dimensión ética sería como
renunciar a educar”.
Por
ello, el Pontífice considera que es importante que en la educación estén presentes
tres lenguajes: “el lenguaje de la mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje
de las manos, para que se piense en armonía con lo que se siente y se hace; se
sienta en armonía con lo que se piensa y se hace, se haga en armonía con lo que
se siente y se piensa. Una armonía general, no separada de la totalidad”.
Para
ello, explicó, es preciso concebir la educación como un proceso teleológico,
“que apunta al fin, necesariamente orientado hacia un fin y, por lo tanto,
hacia una visión precisa del hombre” y también “otra perspectiva para abordar
la cuestión del por qué -es decir, de la esfera ética- en el campo educativo”.
Finalmente,
el Obispo de Roma destacó que “el camino que la Iglesia, y con ella los
intelectuales católicos, deben seguir, es el que expresa el Patrón de la FIUC, el
recién canonizado cardenal Newman, de esta manera: “La Iglesia no teme al
conocimiento, sino que lo purifica todo, no ahoga ningún elemento de nuestra
naturaleza, sino que cultiva todo”.
Discurso del Santo Padre
Rectores
Magníficos y estimados Maestros,
Bienvenidos
a este encuentro, con ocasión de la conferencia de la Federación Internacional
de Universidades Católicas sobre “Nuevas fronteras para los dirigentes
universitarios”. El futuro de la salud y el ecosistema de las universidades”.
Saludo cordialmente a la Presidenta, Prof. Isabel Capeloa Gil, y le doy
las gracias por la amabilidad de haber hablado en castellano, y a todos los
presentes, al tiempo que agradezco a la Federación su compromiso con el estudio
y la investigación.
Hoy
el sistema universitario se enfrenta a retos inesperados derivados del
desarrollo de la ciencia, la evolución de las nuevas tecnologías y las
necesidades de la sociedad, que requieren de las instituciones académicas respuestas
adecuadas y actualizadas. La fuerte presión, sentida en los diversos ámbitos de
la vida socioeconómica, política y cultural, interpela por lo tanto, a la
vocación misma de la universidad, en particular a la tarea de los profesores de
enseñar, investigar y preparar a las generaciones más jóvenes para que se
conviertan no sólo en profesionales cualificados en las diversas disciplinas,
sino también en protagonistas del bien común, en líderes creativos y
responsables de la vida social y civil con una visión correcta del hombre y del
mundo. En este sentido, las universidades hoy deben preguntarse qué
contribución pueden y deben hacer a la salud integral del hombre y a una
ecología solidaria.
Si
estos desafíos conciernen a todo el sistema universitario, las universidades
católicas deberían sentir estas exigencias aún más intensamente. Con vuestra
apertura universal (precisamente “universitas”), podéis lograr que la
Universidad Católica sea el lugar donde las soluciones para el progreso civil y
cultural de las personas y de la humanidad, caracterizado por la solidaridad,
se persigan con constancia y profesionalidad, considerando lo que es
contingente sin perder de vista lo que tiene un valor más general. Los
problemas, viejos y nuevos, deben ser estudiados en su especificidad e
inmediatez, pero siempre desde una perspectiva personal y global. La
interdisciplinariedad, la cooperación internacional y el compartir los recursos
son elementos importantes para que la universalidad se traduzca en proyectos
solidarios y fructuosos en favor del hombre, de todos los hombres y también del
contexto en el que crecen y viven.
Como
ya podemos ver, el desarrollo de las tecno-ciencias está destinado a repercutir
cada vez más en la salud física y psicológica de las personas. Pero como
también repercute en los modos y procesos de los estudios académicos, hoy más
que en el pasado hay que recordar que toda enseñanza implica también un
cuestionamiento del “por qué”, es decir, requiere una reflexión sobre los
fundamentos y los fines de cada disciplina. Una educación reducida a una mera
instrucción técnica, o a mera formación, se convierte en una alienación de
la educación; creer que se puede transmitir el conocimiento abstrayéndolo de su
dimensión ética sería como renunciar a educar.
Es
necesario superar el legado de la Ilustración. Educar, en general, pero sobre
todo en las universidades, no es sólo llenar la cabeza de conceptos. Se
necesitan los tres idiomas. Es necesario que entren en juego los tres
lenguajes: el lenguaje de la mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje de
las manos, para que se piense en armonía con lo que se siente y se hace; se
sienta en armonía con lo que se piensa y se hace, se haga en armonía con lo que
se siente y se piensa. Una armonía general, no separada de la totalidad.
Por
eso es necesario actuar, partiendo en primer lugar de una idea de educación
concebida como un proceso teleológico, es decir que apunta al fin,
necesariamente orientado hacia un fin y, por lo tanto, hacia una visión precisa
del hombre. Pero también necesitamos tener otra perspectiva para abordar la
cuestión del por qué -es decir, de la esfera ética- en el campo educativo. Se
trata de su carácter típicamente epistemológico, que afecta a toda la
gama del saber, y no sólo a los conocimientos humanistas, sino también a los
naturales, científicos y tecnológicos.
El
vínculo entre conocimiento y finalidad remite al tema de la intencionalidad y
al papel del sujeto en todo proceso cognitivo. Y llegamos así a una nueva
episteme; es un reto: hacer una nueva episteme. La epistemología
tradicional había subrayado este papel, considerando el carácter impersonal de
todo conocimiento como una condición de objetividad, un requisito esencial de
la universalidad y comunicabilidad del conocimiento. Hoy, sin embargo, muchos
autores señalan que no hay experiencias totalmente impersonales: la forma
mentis, las creencias normativas, las categorías, la creatividad, las
experiencias existenciales del sujeto representan una “dimensión tácita” del
conocimiento pero siempre presente, un factor indispensable para la aceptación
del progreso científico. No podemos pensar en una nueva episteme de
laboratorio, no funciona, pero sí de la vida.
En
esta perspectiva, la universidad tiene una conciencia, pero también una fuerza
intelectual y moral cuya responsabilidad va más allá de la persona a educar y
se extiende a las necesidades de toda la humanidad. Y la FIUC está llamada a
asumir el imperativo moral de trabajar para lograr una comunidad académica
internacional más unida, por un lado, hundiendo con mayor convicción sus raíces
en el contexto cristiano en el que se originaron las universidades y, por otro,
consolidando la red entre las universidades de origen antiguo y las de las
generaciones más jóvenes, a fin de desarrollar un espíritu universalista orientado
a mejorar la calidad de vida cultural de las personas y delos pueblos.
El
ecosistema de las universidades se construye si cada universitario cultiva una
sensibilidad particular, esa que procede de su atención al hombre, a todo el
hombre, al contexto en que vive y crece y a todo lo que contribuye a su
promoción.
La
formación de los líderes alcanza sus objetivos cuando logra invertir el tiempo
académico con el fin de desarrollar no sólo la mente, sino también el
“corazón”, la conciencia y las capacidades prácticas del estudiante; los
conocimientos científicos y teóricos deben mezclarse con la sensibilidad del
erudito e investigador para que los frutos del estudio no se adquieran en un
sentido autorreferencial, sino que se proyecten en un sentido relacional y
social. En última instancia, así como todo científico y todo hombre de cultura
tiene la obligación de servir más, porque sabe más, así también la comunidad
universitaria, especialmente si es de inspiración cristiana, y el ecosistema de
las instituciones académicas deben responder juntos a la misma obligación.
En
esta perspectiva, el camino que la Iglesia, y con ella los intelectuales
católicos, deben seguir, es el que expresa el Patrón de la FIUC, el recién
canonizado cardenal Newman, de esta manera: “La Iglesia no teme al
conocimiento, sino que lo purifica todo, no ahoga ningún elemento de nuestra
naturaleza, sino que cultiva todo” [1]. Gracias.
[1]
The Idea of a University, Westminster, p. 234.
Larissa
I. López
©
Librería Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit






