La rutina puede hacer gris el cristianismo, pero en Navidad
vuelven los colores, las sonrisas…
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| Pascal Deloche | GoDong |
Revisto
en Adviento mi vida de fiesta. La adorno con ángeles, bolas de colores,
nacimientos, árboles navideños. Me empeño en llenar de luces la oscuridad de mi
casa.
Pinto de colores vivos la
monotonía y el gris desaparece de mi paleta de pinturas. O quizás nunca estuvo
y se formó sólo de repente, al mezclarse con otros colores.
Pero ahora decido
pintar mi vida de fiesta. ¿Para ocultar algo? ¿Para que parezca más bella? Todo
bien limpio, ordenado, arreglado, el contorno de mi alma se embellece.
¿No puedo entonces seguir
siendo yo mismo? El amor brota de la admiración. El otro día decía la
protagonista de una película:
“Yo
pensé que siendo yo misma, con mi mal genio, con mis malas palabras y mi
carácter difícil, nunca me ibas a dejar de querer. Y ya ves, me equivoqué”.
¿Es
posible que dejen de amarme cuando me muestro tal y como soy? No lo sé. Lo que
sucede es que a veces, en medio de mis tristezas, puede brotar en mi alma la
versión más fea y gris. Pierdo
la alegría y la esperanza. Dejo de ser creativo y me conformo con la
mediocridad en mi entrega.
Y entonces el amor, que se
sostiene sobre el pilar de la admiración, comienza a tambalearse. Y desaparece
la fascinación.
Y ese carácter mío tan difícil, esas palabras poco agradables, las quejas
constantes ocupan todo el espacio en la relación.
Siento entonces que ya no
me aman. El
amor desaparece lentamente. La persona amada sigue siendo ella misma, pero en
su versión más pobre. Ya no la amo.
¿Cómo
hago para recuperar el amor?
Hace falta un cambio. Es necesario introducir
cambios que provoquen una revolución. Si haciendo lo de siempre he llegado a
esta crisis, tal vez tenga que cambiar algo.
Y quizás entonces, al
descubrir nuevos caminos, puede que la queja pase a un segundo plano y el mal
carácter se suavice. Y puede que surja de nuevo la admiración y
con ello el amor.
En mi vida no veo que Dios
se haya desenamorado de mí. Eso no lo veo. Más bien veo que soy yo el que ha
perdido la fascinación que un día sentí por Él. Me he conformado.
Hubo
un tiempo en el que amé más a Jesús. Todo era novedoso y estaba lleno de
música y colores. Y de repente me encuentro en una encrucijada de desierto.
Mi
cristianismo ha envejecido, se ha llenado de rutinas insípidas, se ha vaciado de la
fascinación de aquel día primero. Y el amor, mi amor, que siempre fue pequeño,
porque soy niño y me siento frágil, ese amor que puso Dios en mi pecho como una
pequeña llama temblorosa a punto de sucumbir con los primeros vientos, se ha
debilitado tanto que tiembla peligrosamente.
En medio de mis rutinas de
Iglesia he perdido el atractivo de Jesucristo. Ya no
me parece tan bello ser cristiano. La santidad no es digna de admiración.
Puede que llegue así a este tiempo de Adviento. En el que las
calles se visten de colores de fiesta. En el que por todas partes brotan
nacimientos y árboles de colores.
Y me arreglo para la vida,
para la fiesta. Dejo de lado el gris y los colores me llenan de belleza. Confío
en que el amor vuelva a surgir en mi alma.
No quiero perder el amor de
Jesús, ni el de María. No quiero quedarme solo en medio de mi vida sin tonos
vistosos. Me pongo en camino. Adorno mi alma para que la luz me ayude a
descubrir su belleza oculta.
No
me da miedo caminar en estos días de Adviento con el corazón en paz y alegre. Quiero
aprender a amar más y mejor. A ver detrás del
gris mil colores navideños. Detrás del mal carácter una sonrisa afable. Detrás
del mal genio o las palabras feas, el corazón más bello del mundo.
Pero me cuesta tanto amar de
esta forma… Decía santa Teresita del Niño Jesús:
“He
comprendido qué imperfecto era mi amor por mis hermanas, vi que no las amaba
como Dios las ama. Ahora comprendo que la
caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los otros, en no asombrarse por
sus flaquezas, en edificarse con los más pequeños actos de virtud que se les
vea practicar, pero, sobre todo, he comprendido que la caridad no debe
permanecer encerrada en el fondo del corazón”.
Salgo de mí mismo para
aprender a amar mejor a todos. Para mirar la belleza escondida detrás de la
dureza del corazón, de su oscuridad y tonos grises.
No me desanimo con las
quejas y el mal carácter. No quiero perder el amor, quiero salvarlo. El Adviento me da fuerzas para amar en su
verdad al que Dios pone ante mis ojos.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






