Fue el ruego de un joven a punto de morir. Una historia
conmovedora ocurrida en un hospital caraqueño.
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Comenzando el Adviento -Tiempo de Espera-
un grupo de voluntarios, acompañados de un joven sacerdote, visitaba un
conocido hospital de la capital venezolana. Son grupos de padres de un colegio
agustiniano –venezolanos de origen portugués- quienes integran una cofradía que
se prepara durante todo el año para alegrar los centros de salud durante el mes
de diciembre. Integran conjuntos musicales, ensayan villancicos y reúnen
regalos, además de alimentos típicos de esta hermosa época del año para
obsequiar a los enfermos y sus familias.
Hallacas, pan de jamón, medicamentos, ropa
y regalos para niños constituyen el cargamento de estos grupos que llegan con
su alegría y todo su calor humano a entregar solidaridad y cariño a los que
pasan por situaciones difíciles. La alegría está en la música y en el mensaje
espiritual que tanta falta hace en estos tiempos tan sensibles al corazón
humano, la palabra de aliento, de fe y de esperanza.
Un milagro de amor y conversión
Hace un par
de semanas, el grupo se dirigió al Hospital Luis Razetti, nombre
de un gran científico venezolano que dio lustre a la medicina continental.
Estando allí, se produjo un hecho que todos llevarán en su memoria para
siempre. Una experiencia que los marcó pues no sólo cargó de sentido todo su
esfuerzo sino que les mostró la importancia de tener un sacerdote cerca en
ciertos graves momentos.
Estando unos cuantos con el padre Vivas en
una habitación, otra parte del grupo visitaba una contigua. De repente, una de
las señoras entra corriendo: “Padre, ¡lo necesitan urgentemente!”. El sacerdote
acude de inmediato y encuentra a un joven de 19 años, en etapa terminal. El
padre Nicanor Vivas -un jovencísimo sacerdote nacido en Los Andes que sirve en
Caracas- cuenta emocionado que el enfermo le pidió: “Padre,
¡bautíceme!. Por favor, hágalo ahora porque quiero vivir”. Así
de escueto, así de directo y así de sencillo.
Confiesa el padre: “Me
dieron ganas de llorar. Ese joven me pidió lo bautizara para poder hacer la
Primera Comunión porque quería vivir”.
Sin duda, un ruego cargado de simbolismo.
Quería un milagro para seguir viviendo pero ni siquiera imaginaba que la vida,
la verdadera vida, estaba por comenzar para él. Para los cristianos, el mensaje
es claro: el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en
él… aunque muera, vivirá para siempre.
El P. Nicanor continúa su relato casi con
lágrimas en los ojos: “Me dice, padre soy evangélico pero me quiero bautizar.
Allí es donde reflexionamos. Uno acumula muchos estudios, mucho conocimiento,
pero desarma la sencillez de un ruego. ¡Y valoré tanto el estar presente allí,
en esa circunstancia!. El muchacho me mostró una estampita de José Gregorio
Hernández que tenía consigo. ‘Sé que José Gregorio me curará’, decía. Pero, por
favor, bautíceme para poder comulgar. Fue muy fuerte. Conmovía la fe de este
chamo. Difícil fue para mí contener las lágrimas”.
El padre le preguntó su edad. Tenía 19 años
y podía decidir. La madre y los tíos son evangélicos. “La
mamá no quería –recuerda- pero él la tomó de las manos, la miró a los ojos y
allí observé la mirada de Dios hacia su Hijo. Ella sabía que él iba a morir. El
joven se vuelve hacia su tío y le pide que sea el padrino y el tío se niega por
ser evangélico. El chico insistía y llamé a una de las señoras que nos
acompañaban, Nelly de Abreu, quien aceptó en el acto ser su madrina. Allí lo
bautizamos. Todos se retiraron. Hicimos la Confesión y recibió la Primera
Comunión”. Todos presenciaron la paz que invadió al
muchacho y rezaban con y por él.
A los dos días llaman para informar de la
muerte del joven. “Murió el niño que usted bautizó”. Pero
estaban satisfechos de haber cumplido el deseo del muchacho y de haber podido
ser instrumentos para que entrara bautizado en el Reino de Dios. Su madrina,
Nelly, se encargó de pagar todos los gastos para trasladar al joven cuya
familia vivía en el Llano. “Fue una experiencia hermosa, que nos llenó de
confianza en Dios”.
Ciertamente, ese día estaban en aquel
hospital para llevar algo más que medicamentos y comida navideña. Fueron a un
acto trascendente y fraterno, una trama de la que no podían imaginar iban a ser
personajes centrales.
“Episodios como éste nos muestran que la
vida tiene una misión y refuerza la convicción de que nuestras cofradías
existen para llevar auxilio al necesitado y alivio al enfermo, a su alma, que
sientan la cercanía del prójimo, que quien sufre vea en nosotros el rostro de
Dios. Que el Señor no nos abandona y que, a pesar de la enfermedad, estrechez,
privaciones y miserias, Dios siempre coloca a nuestro lado a alguien que nos
muestra que la cruz puede ser más ligera”.
“Salimos
evangelizados”
En esas
visitas a los hospitales se ve de todo. Estampas crueles como niños de seis
meses con cáncer. Niños de todas las edades con las dolencias imposibles que
llevan a preguntarse el sentido de ese sufrimiento en criaturas inocentes.
“Pero ver la
sonrisa de esos niños nos enseña mucho –apunta el padre-. Vamos a llevar no
solo cosas materiales, sino también cariño, amor, ánimo y somos nosotros los
que salimos evangelizados. Salimos con más ganas de seguir trabajando y
agradeciendo a Dios por lo poco que tenemos, reconociendo lo que nos ofrece.
Incluimos en nuestras actividades a los hijos de los miembros de las
cofradías. Cuando llegan a casa, aprecian y valoran más a papá y a mamá.
Increíble cómo se acercan más a sus abuelos luego de visitar los ancianatos,
que son también experiencias espectaculares”, termina diciendo el padre
Nicanor, con un brillo muy especial en sus ojos, tan jóvenes pero que han visto
tanto.
El
protagonista de nuestro relato se fue y su vida es hoy más plena de lo que
nunca lo fue. Encontró la sanación. Transitaba su tiempo de espera por la muerte
y encontró la vida. Su esperanza tenía sentido. Y su familia vivió un
momento de comunión sin comulgar porque recibieron el afecto, la cercanía y el
apoyo de un grupo de católicos que asistió a su hijo en el momento crucial de
su encuentro con la Eternidad.
Macky Arenas
Fuente:
Aleteia Venezuela