Mensaje
de la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo
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Papa Francisco saluda a un enfermo © Vatican Media |
“La
Iglesia desea ser cada vez más —y lo mejor que pueda— la “posada” del Buen
Samaritano que es Cristo (cf. Lc 10,34), es decir, la casa en la que
podéis encontrar su gracia, que se expresa en la familiaridad, en la acogida y
en el consuelo”, dice el Papa Francisco a los enfermos.
Con
motivo de la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra el 11 de
febrero, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, la
Oficina de Prensa de la Santa Sede ha publicado hoy, 3 de enero de 2020, el
Mensaje del Santo Padre para la ocasión.
“Curar al cuidar”
En
primer lugar, el Papa indica que en la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo,
“Jesús dirige una invitación a los enfermos y a los oprimidos, a los pobres que
saben que dependen completamente de Dios y que, heridos por el peso de la
prueba, necesitan ser curados”. El Pontífice explica también que Jesús nutre
estos sentimientos porque “él mismo se hizo débil, vivió la experiencia humana
del sufrimiento y recibió a su vez consuelo del Padre” y “solo quien vive en
primera persona esta experiencia sabrá ser consuelo para otros”.
Asimismo,
alude las formas graves de sufrimiento (enfermedades incurables y crónicas,
patologías psíquicas, las que necesitan rehabilitación o cuidados paliativos,
las diversas discapacidades, las enfermedades de la infancia y de la vejez…) y
resalta cómo en estas circunstancias a veces existe falta de “humanidad” y
“resulta necesario personalizar el modo de acercarse al enfermo, añadiendo
al curar el cuidar, para una recuperación humana integral”.
En
este sentido, recuerda que en la enfermedad está comprometida no solo la
integridad física de la persona, “sino también sus dimensiones relacionales,
intelectiva, afectiva y espiritual”. Por eso, “además de los tratamientos
espera recibir apoyo, solicitud, atención… en definitiva, amor”.
Acudir a Jesús
Después,
el Obispo de Roma describe la importancia de acudir a Jesús, para encontrar “la
fuerza para afrontar las inquietudes y las preguntas que surgen en vosotros, en
esta ‘noche’ del cuerpo y del espíritu”.
También
agrega que la Iglesia pretende ser una casa donde “podréis encontrar personas
que, curadas por la misericordia de Dios en su fragilidad, sabrán ayudaros a
llevar la cruz haciendo de las propias heridas claraboyas a través de las
cuales se pueda mirar el horizonte más allá de la enfermedad, y recibir luz y
aire puro para vuestra vida”.
Defender la dignidad de la
vida
En
su mensaje, el Papa Francisco se refiere, asimismo, al rol de los agentes
sanitarios, invitándoles a que, en cada acción con los pacientes, el sustantivo
“persona” siempre esté “antes del adjetivo ‘enferma’”, de manera que su trabajo
“tenga constantemente presente la dignidad y la vida de la persona, sin ceder a
actos que lleven a la eutanasia, al suicidio asistido o a poner fin a la vida,
ni siquiera cuando el estado de la enfermedad sea irreversible”.
“En
cualquier caso, vuestra profesionalidad, animada por la caridad cristiana, será
el mejor servicio al verdadero derecho humano, el derecho a la vida. Aunque a
veces no podáis curar al enfermo, sí que podéis siempre cuidar de él con gestos
y procedimientos que le den alivio y consuelo”, remarca.
Acceso a los cuidados para
todos
Finalmente,
el Santo Padre dirige un pensamiento a los hermanos y hermanas en todo el mundo
que, debido a la pobreza, no tienen acceso a los tratamientos que necesitan,
realizando un llamado a las instituciones sanitarias y a los Gobiernos de todos
los países: “a fin de que no desatiendan la justicia social, considerando
solamente el aspecto económico. Deseo que, aunando los principios de
solidaridad y subsidiariedad, se coopere para que todos tengan acceso a los
cuidados adecuados para la salvaguardia y la recuperación de la salud”.
Además,
agradece la labor de los voluntarios “que se ponen al servicio de los enfermos,
que suplen en muchos casos carencias estructurales y reflejan, con gestos de
ternura y de cercanía, la imagen de Cristo Buen Samaritano”.
A
continuación sigue el mensaje completo del Papa Francisco.
«Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28)
Queridos
hermanos y hermanas:
1.
Las palabras que pronuncia Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28) indican el camino
misterioso de la gracia que se revela a los sencillos y que ofrece alivio a
quienes están cansados y fatigados. Estas palabras expresan la solidaridad del
Hijo del hombre, Jesucristo, ante una humanidad afligida y que sufre. ¡Cuántas
personas padecen en el cuerpo y en el espíritu! Jesús dice a todos que acudan a
Él, «venid a mí», y les promete alivio y consuelo. «Cuando Jesús dice esto,
tiene ante sus ojos a las personas que encuentra todos los días por los caminos
de Galilea: mucha gente sencilla, pobres, enfermos, pecadores,
marginados… del peso de la ley del sistema social opresivo… Esta
gente lo ha seguido siempre para escuchar su palabra, ¡una palabra que daba
esperanza!» (Ángelus, 6 julio 2014).
En
la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo, Jesús dirige una invitación a los
enfermos y a los oprimidos, a los pobres que saben que dependen completamente
de Dios y que, heridos por el peso de la prueba, necesitan ser curados.
Jesucristo, a quien siente angustia por su propia situación de fragilidad,
dolor y debilidad, no impone leyes, sino que ofrece su misericordia, es decir,
su persona salvadora. Jesús mira la humanidad herida. Tiene ojos que ven, que
se dan cuenta, porque miran profundamente, no corren indiferentes, sino que se
detienen y abrazan a todo el hombre, a cada hombre en su condición de salud,
sin descartar a nadie, e invita a cada uno a entrar en su vida para
experimentar la ternura.
2.
¿Por qué Jesucristo nutre estos sentimientos? Porque él mismo se hizo débil,
vivió la experiencia humana del sufrimiento y recibió a su vez consuelo del
Padre. Efectivamente, sólo quien vive en primera persona esta experiencia sabrá
ser consuelo para otros. Las formas graves de sufrimiento son varias:
enfermedades incurables y crónicas, patologías psíquicas, las que necesitan
rehabilitación o cuidados paliativos, las diversas discapacidades, las
enfermedades de la infancia y de la vejez… En estas circunstancias, a veces se
percibe una carencia de humanidad y, por eso, resulta necesario personalizar el
modo de acercarse al enfermo, añadiendo al curar el cuidar, para
una recuperación humana integral. Durante la enfermedad, la persona siente que
está comprometida no sólo su integridad física, sino también sus dimensiones
relacionales, intelectiva, afectiva y espiritual; por eso, además de los
tratamientos espera recibir apoyo, solicitud, atención… en definitiva, amor.
Por otra parte, junto al enfermo hay una familia que sufre, y a su vez pide
consuelo y cercanía.
3.
Queridos hermanos y hermanas enfermos: A causa de la enfermedad, estáis de modo
particular entre quienes, “cansados y agobiados”, atraen la mirada y el corazón
de Jesús. De ahí viene la luz para vuestros momentos de oscuridad, la esperanza
para vuestro desconsuelo. Jesús os invita a acudir a Él: «Venid». En Él,
efectivamente, encontraréis la fuerza para afrontar las inquietudes y las
preguntas que surgen en vosotros, en esta “noche” del cuerpo y del espíritu.
Sí, Cristo no nos ha dado recetas, sino que con su pasión, muerte y
resurrección nos libera de la opresión del mal.
En
esta condición, ciertamente, necesitáis un lugar para restableceros. La Iglesia
desea ser cada vez más —y lo mejor que pueda— la “posada” del Buen Samaritano
que es Cristo (cf. Lc 10,34), es decir, la casa en la que podéis
encontrar su gracia, que se expresa en la familiaridad, en la acogida y en el
consuelo. En esta casa, podréis encontrar personas que, curadas por la
misericordia de Dios en su fragilidad, sabrán ayudaros a llevar la cruz
haciendo de las propias heridas claraboyas a través de las cuales se pueda
mirar el horizonte más allá de la enfermedad, y recibir luz y aire puro para
vuestra vida.
En
esta tarea de procurar alivio a los hermanos enfermos se sitúa el servicio de
los agentes sanitarios, médicos, enfermeros, personal sanitario y
administrativo, auxiliares y voluntarios que actúan con competencia haciendo
sentir la presencia de Cristo, que ofrece consuelo y se hace cargo de la
persona enferma curando sus heridas. Sin embargo, ellos son también hombres y mujeres
con sus fragilidades y sus enfermedades. Para ellos valen especialmente estas
palabras: «Una vez recibido el alivio y el consuelo de Cristo, estamos llamados
a su vez a convertirnos en descanso y consuelo para los hermanos, con actitud
mansa y humilde, a imitación del Maestro» (Ángelus, 6 julio 2014).
4.
Queridos agentes sanitarios: Cada intervención de diagnóstico, preventiva,
terapéutica, de investigación, cada tratamiento o rehabilitación se dirige a la
persona enferma, donde el sustantivo “persona” siempre está antes del adjetivo
“enferma”. Por lo tanto, que vuestra acción tenga constantemente presente la
dignidad y la vida de la persona, sin ceder a actos que lleven a la eutanasia,
al suicidio asistido o a poner fin a la vida, ni siquiera cuando el estado de
la enfermedad sea irreversible.
En
la experiencia del límite y del posible fracaso de la ciencia médica frente a
casos clínicos cada vez más problemáticos y a diagnósticos infaustos, estáis
llamados a abriros a la dimensión trascendente, que puede daros el sentido
pleno de vuestra profesión. Recordemos que la vida es sagrada y pertenece a
Dios, por lo tanto, es inviolable y no se puede disponer de ella (cf.
Instr. Donum vitae, 5; Carta enc. Evangelium vitae, 29-53). La vida
debe ser acogida, tutelada, respetada y servida desde que surge hasta que
termina: lo requieren simultáneamente tanto la razón como la fe en Dios, autor
de la vida. En ciertos casos, la objeción de conciencia es para vosotros una
elección necesaria para ser coherentes con este “sí” a la vida y a la persona.
En cualquier caso, vuestra profesionalidad, animada por la caridad cristiana,
será el mejor servicio al verdadero derecho humano, el derecho a la vida.
Aunque a veces no podáis curar al enfermo, sí que podéis siempre cuidar de él
con gestos y procedimientos que le den alivio y consuelo.
Lamentablemente,
en algunos contextos de guerra y de conflicto violento, el personal sanitario y
los centros que se ocupan de dar acogida y asistencia a los enfermos están en
el punto de mira. En algunas zonas, el poder político también pretende
manipular la asistencia médica a su favor, limitando la justa autonomía de la
profesión sanitaria. En realidad, atacar a aquellos que se dedican al servicio
de los miembros del cuerpo social que sufren no beneficia a nadie.
5.
En esta XXVIII Jornada Mundial del Enfermo, pienso en los numerosos hermanos y
hermanas que, en todo el mundo, no tienen la posibilidad de acceder a los
tratamientos, porque viven en la pobreza. Me dirijo, por lo tanto, a las instituciones
sanitarias y a los Gobiernos de todos los países del mundo, a fin de que no
desatiendan la justicia social, considerando solamente el aspecto económico.
Deseo que, aunando los principios de solidaridad y subsidiariedad, se coopere
para que todos tengan acceso a los cuidados adecuados para la salvaguardia y la
recuperación de la salud. Agradezco de corazón a los voluntarios que se ponen
al servicio de los enfermos, que suplen en muchos casos carencias estructurales
y reflejan, con gestos de ternura y de cercanía, la imagen de Cristo Buen
Samaritano.
Encomiendo
a la Virgen María, Salud de los enfermos, a todas las personas que están
llevando el peso de la enfermedad, así como a sus familias y a los agentes
sanitarios. A todos, con afecto, les aseguro mi cercanía en la oración y les
imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano,
3 de enero de 2020,
Memoria
del Santísimo Nombre de Jesús
FRANCISCO
©
Librería Editorial Vaticano
Larissa
I. López
Fuente:
Zenit