Mensaje del Santo Padre
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El Papa Francisco escribiendo © Vatican Media |
Para que puedas contar y grabar en la
memoria (cf. Ex 10,2)
La vida se hace historia
Quiero dedicar el Mensaje de
este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos
respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que
destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para
avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos
rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la
belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los
acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que
revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.
1.
Tejer historias
El hombre es un ser narrador. Desde la
infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean
en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las
historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A
menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en
las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras
convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir
quiénes somos.
El hombre no
es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad
(cf. Gn 3,21),
sino que también es el único ser que necesita “revestirse” de historias para
custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de
hecho, la capacidad humana de “tejer” implica tanto a los tejidos como
a los textos.
Las historias de cada época tienen un “telar” común: la estructura prevé
“héroes”, también actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a
situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da
valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar
motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida.
El hombre es
un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece
en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato se ve
amenazado: en la historia serpentea el mal.
2.
No todas las historias son buenas
«El día en que comáis de él, […] seréis
como Dios» (cf. Gn 3,5). La tentación de la serpiente
introduce en la trama de la historia un nudo difícil de deshacer. “Si posees,
te convertirás, alcanzarás…”, susurra todavía hoy quien se sirve del llamado storytelling con
fines instrumentales. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que
necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos
damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta
violencia y falsedad consumimos.
A menudo, en los telares de la
comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los
lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y
provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia.
Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y
falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la
historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad.
Pero mientras
que las historias utilizadas con fines instrumentales y de poder tienen una
vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y
del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque alimenta la vida.
En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza
niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos
sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos
valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y
discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo
entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad
de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana.
3.
La Historia de las historias
La Sagrada Escritura es una Historia
de historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta!
Nos muestra desde el principio a un Dios que es creador y narrador al mismo
tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas existen (cf. Gn 1).
A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea
al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia
junto a Él. En un salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has creado mis
entrañas, me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias porque son admirables tus obras […],
no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en
lo profundo de la tierra» (139,13-15). No nacemos realizados, sino que
necesitamos constantemente ser “tejidos” y “bordados”. La vida nos fue dada para
invitarnos a seguir tejiendo esa “obra admirable” que somos.
En este
sentido, la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el
centro está Jesús: su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el
hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre
será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los
episodios más significativos de esta Historia de historias, los que
puedan comunicar el sentido de lo sucedido.
El título de
este Mensaje está
tomado del libro del Éxodo, relato bíblico fundamental, en el que Dios
interviene en la historia de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel
estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se
acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob. Dios se fijó
en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2, 24-25). De la
memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de
signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a Moisés el sentido de
todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en la memoria] de
tus hijos y
nietos […] los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que yo soy el
Señor» (Ex 10,2).
La experiencia del Éxodo nos enseña que el conocimiento de Dios se transmite
sobre todo contando, de generación en generación, cómo Él sigue haciéndose
presente. El Dios de la vida se comunica contando la vida.
El mismo
Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas,
narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia
y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra
en la vida de quien la escucha y la transforma.
No es
casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos informan sobre
Jesús, nos “performan”
[1] a Jesús, nos conforman a Él: el Evangelio pide al lector
que participe en la misma fe para compartir la misma vida. El Evangelio de Juan
nos dice que el Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo
narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado»
(cf. Jn 1,18).
He usado el término “contado” porque el original exeghésato puede
traducirse sea como “revelado” que como “contado”. Dios se ha entretejido
personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer
nuestras historias
4.
Una historia que se renueva
La historia de Cristo no es patrimonio del
pasado, es nuestra historia, siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa
tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse
hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas
insignificantes o pequeñas. Después de que Dios se hizo historia, toda historia
humana es, de alguna manera, historia divina. En la historia de cada hombre, el
Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia
humana tiene una dignidad que no puede suprimirse. Por lo tanto, la humanidad
se merece relatos que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante
a la que Jesús la elevó.
Escribía san
Pablo: «Sois carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu de
Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,3).
El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe en nosotros. Y, al escribir dentro,
graba en nosotros el bien, nos lo recuerda. Re-cordar significa
efectivamente llevar al corazón, “escribir” en el corazón. Por
obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que
parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada,
puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del
Evangelio. Como las Confesiones de Agustín.
Como El Relato
del Peregrino de Ignacio. Como la Historia de un alma de
Teresita del Niño Jesús. Como Los Novios, como Los
Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han
escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del
hombre.
Cada uno de nosotros conoce diferentes
historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que
transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se las
cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por
todos los medios.
5.
Una historia que nos renueva
En todo gran relato entra en juego el
nuestro. Mientras leemos la Escritura, las historias de los santos, y también
esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza,
el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en
nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el
amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias
diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces
pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas,
enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos
a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios
nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos
permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor
es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él
podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle
las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los
rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!
Con la mirada
del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos acercamos luego a
los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado de la
historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el escenario del mundo y la
historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando
contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos
reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio.
No se trata,
pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o
hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar
testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada
uno que su historia contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a
una mujer que tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio—
entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo,
meditándolo en su corazón (cf. Lc 2,19). Pidamos ayuda a
aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor:
Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu
seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios.
Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias
que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la
historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida,
paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier
nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros.
Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el
camino para recorrerlas juntos.
Vaticano, 24
de enero de 2020, fiesta de san Francisco de Sales.
FRANCISCUS
_______________________________
[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 2: «El mensaje
cristiano no era sólo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el
Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino
una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».
Larissa I. López
© Librería Editorial Vaticana
Fuente: Zenit