Francisco
advierte en la misa en Santa Marta contra los celos y la envidia que nos llevan
a juzgar mal a los demás e incluso a la guerra, a descartar y matar
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Estemos atentos a la carcoma de la envidia y los
celos, que “nos lleva a juzgar mal a la gente”, a entrar en competencia, en la
familia, en el barrio y el trabajo: “Es la semilla de una guerra”, un
“cotorreo” con nosotros mismos que mata al otro, pero que si lo pensamos “no
tiene consistencia”, y termina en “una pompa de jabón”.
El papa
Francisco, en la homilía de la misa de la mañana en la Casa Santa Marta, extrae
esta gran enseñanza de la vida de la primera lectura propuesta por la liturgia,
que describe cómo se desinflan los celos del rey Saúl hacia David.
El Papa
recuerda que los celos del rey, descritos en el primer libro de Samuel, nacen
del canto de victoria de las jóvenes para Saúl que ha matado a miles de
enemigos, mientras que David a diez mil.
Así empieza
“la inquietud de los celos”, como una “carcoma que te corroe por dentro”. De
esta manera, “Saúl sale con el ejército para matar a David”.
“Los celos
son criminales -comenta Francisco- buscan matar siempre.” Y a
quien dice “sí, estoy celoso de esto, pero no soy un asesino”, el Pontífice
recuerda: “ahora. Pero si sigues así puedes acabar mal”. Porque, recuerda, se
puede matar fácilmente “con la lengua, con la calumnia”.
Los celos,
prosigue el papa Francisco, que crecen “al hablar consigo mismo”, interpretando
las cosas con la clave de los celos.
En el
“cotorreo consigo mismo”, el celoso “es incapaz de ver la realidad”, y solo “un
hecho muy fuerte” puede abrirle los ojos. Así, en la fantasía de Saúl, “los
celos lo llevaron a creer que David era un asesino, un enemigo”.
También nosotros, cuando nos viene la
envidia, los celos, hacemos así, ¡eh! Cada uno de nosotros piense: “¿Por
qué esta persona me es tan insoportable? ¿Por qué aquella no puedo ni verla?
¿Por qué esa otra…?”. Cada uno de nosotros piense el porqué. Muchas veces
buscaremos por qué y encontraremos que son fantasías nuestras. Fantasías que,
sin embargo, crecen en ese “cotorreo” conmigo mismo. Y al final es una gracia
de Dios cuando el celoso se encuentra con una realidad como le sucedió a Saúl:
los celos estallaron como una pompa de jabón, porque los celos y la envidia no
tienen consistencia.
La salvación
de Saúl radica en el amor de Dios, recuerda el Papa, al que “le había dicho que
si no obedecía, le quitaría el reino, pero lo amaba”. Y así “le da la gracia de
hacer estallar esa burbuja de jabón que no tenía consistencia”.
Francisco
cuenta el episodio bíblico con Saúl que entra en la cueva donde David y los
suyos están escondidos, “para hacer sus necesidades”.
Los amigos le
dicen a David que aproveche para matar al rey, pero él se rehúsa: “¡No
extenderé mi mano contra él, porque es el ungido del Señor!”.
Se ve,
comenta el Pontífice, “la nobleza de David en comparación con los
celos asesinos de Saúl.” Así, en silencio, solo corta un trozo
de tela del borde de la capa del rey, “y lo lleva consigo”.
Por lo tanto,
continúa la narración del papa Francisco, David sale de la cueva y llama a Saúl
con respeto: “¡Mi señor, el rey!” incluso cuando “el otro intenta matarlo”.
Y le
pregunta: “¿Por qué haces caso a los rumores de la gente, cuando dicen que
David busca tu ruina?”. Y le muestra el pedazo de tela, diciendo: “Aquí se
habló de matarte pero yo tuve compasión de ti”.
Esto, comenta
el Papa, “hace estallar la pompa de jabón de los celos de Saúl”, que reconoce a
David “como si fuera un hijo y vuelve a la realidad”, diciendo: “La
justicia está de tu parte, no de la mía. Porque tú me has
tratado bien y yo te he tratado mal”.
“Es una
gracia -glosa Francisco- cuando el envidioso, el celoso, se encuentra frente a
una realidad que hace estallar esa burbuja de jabón que es su vicio de celos o
envidia”.
E invita a mirarnos
a nosotros mismos, cuando “somos antipáticos con una persona,
cuando no la queremos”.
Preguntémonos:
“¿Qué hay dentro de mí? ¿Está la carcoma de los celos que crece,
porque él tiene algo que yo no tengo y existe una rabia escondida?”
Tenemos, es
el consejo del Pontífice, “que proteger nuestro corazón de esta
enfermedad, de este “cotorreo” conmigo mismo, que hace crecer
esta pompa de jabón que luego no tiene consistencia, pero hace mucho mal”.
Y también
cuando alguien llega con nosotros “a hablar mal de otro”, debemos hacerle
entender que, a menudo, no está hablando con serenidad, sino “con pasión”, y en
esa pasión “está el mal de la envidia y el mal de los celos”.
Estemos atentos, porque esta es la carcoma
que entra en el corazón de todos nosotros – ¡de todos nosotros! – y nos lleva a
juzgar mal a la gente, porque dentro hay una competencia: él tiene algo que yo
no tengo. Y así empieza la competencia. Nos lleva a descartar a la gente, nos
lleva a una guerra; una guerra doméstica, una guerra en el barrio, una guerra
por el puesto de trabajo. Pero está precisamente en el origen, es la semilla de
una guerra: la envidia y los celos.
Estemos
atentos, concluye el papa Francisco, “cuando sintamos esa antipatía por
alguien, preguntémonos: ‘¿Por qué siento esto?'”.
Y no
permitamos que este “cotorreo” con nosotros mismos nos haga pensar mal “porque
esto hace crecer la pompa de jabón”.
Pidamos al Señor la gracia de tener un
corazón transparente como el de David. Un corazón transparente que busca solo
la justicia, busca la paz. Un corazón amigable, un corazón que no quiere matar
a nadie, porque los celos y la envidia, matan.
Por Alessandro Di Bussolo – Ciudad del
Vaticano
Traducción del original en italiano realizada por Aleteia
Fuente:
Aleteia