¿Por qué Jesús se dejó bautizar por San Juan? Por nada. Su
bautismo no Le sirve de nada. Pero Él nos sirve a nosotros, y todos los días
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“En
aquellos días Jesús vino de Nazaret, ciudad de Galilea, y fue bautizado por
Juan en el Jordán” (Mc 1, 9). Pero Él, que es el principio de la nueva Alianza,
no necesitaba una purificación (además marginal) de la antigua.
¡Este bautizo no es el
bautizo cristiano, por definición, ya que es Jesús quien es, por el contrario,
el fundamento! Además, este signo de penitencia por los pecados no tiene efecto
sobre Aquel que, por excelencia, no tiene ningún pecado a purificar. Este
bautismo parece inútil. Y no obstante…
A
través de su bautizo, Jesús manifiesta los diseños salvíficos del Padre.
Jesús realiza este gesto, no
para sí mismo, sino para nosotros. Él marca, en efecto, en su persona, el lazo
de unión entre los dos Testamentos. Jesús recapitula el Antiguo inaugurando el
Nuevo. Él asegura la continuidad instituyendo una ruptura: Él mismo. El mismo
Dios, no obstante, perdona, antes de Él y a través de Él. Este mismo Dios, es
Él mismo. El bautizo deseado por Jesús, conferido por Juan, es la orquestación
del designio de toda la Biblia. El mismo Dios de amor perdona, salva, ama.
Jesús no busca vivir sino mostrar. Él manifiesta las intenciones salvíficas del
Padre.
Así sucede con la liturgia:
ella manifiesta lo que Dios desea darnos. Como lo dicen San Agustín y un prefacio
a la misa, “nuestros cantos no agregan nada a lo que Tu eres, pero ellos nos
acercan a Ti, a través de Cristo nuestro Señor”. Agradecemos Dios por ser Dios
para nosotros. Nos hace participar a su gloria. Sí, Dios sabe bien lo que le
pedimos, pero Él quiere que le pidamos para nosotros y por medio de Cristo.
Esto nos hace bien, ya que nos eleva a Él.
La oración que nos
transforma en profundidad
Debemos comprender cuanto la
oración, y particularmente la liturgia como portadora de toda oración posible,
es transformadora. No que ella cumpla milagros, de tipo, “¡Yo oro, y hop,
funciona”, sino que ella nos transforma en profundidad. Ella nos hace cristianos
y, en este sentido, nos enseña a ver y actuar según Dios.
Nuestros pensamientos y
acciones están modelados por esta transformación. El resultado ya no es el
mismo. ¡Esto es lo que ha cambiado! El milagro somos nosotros, volviéndonos a
Dios. Aquellos que celebran un oficio, casi todos los días, por ejemplo las
vísperas o las completas, hacen la experiencia. Su oración respira el oxígeno
de la Iglesia.
Por el
Hermano Thierry-Dominique Humbrech
Fuente:
Aleteia