La vida
se me escapa sin ser feliz por no tener lo que deseo, por no recibir todo lo
que espero… Lo sabios reyes magos traen simplemente lo que más vale, que no
suele ser lo que más dinero cuesta
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Federico Rostagno|Shutterstock |
Los
tres regalos de los sabios: oro, incienso y mirra. Tres regalos llenos de
esperanza. Los sabios se postran ante Jesús y lo adoran. Se
postran todos los hombres ante Jesús.
Esa noche sólo esos sabios
adoran el misterio. Junto a los pastores. Los animales. Poco más. ¿Dónde están
todos los pueblos de la tierra?
Los
comienzos son sencillos, ocultos. El misterio sigue cubriendo el oro
oculto en un pesebre. Los
tres regalos simbolizan la naturaleza de Jesús.
Oro
El oro oculto en piel humana.
El oro escondido en la pobreza de un pesebre. El oro que lleva Jesús en su
corazón. Jesús es rey.
El oro es lo más valioso. Lo
que el hombre desea con más fuerza. Oro para comprar con él todo lo posible. El
oro para que mi vida cambie.
Deseo
con tanta fuerza los bienes materiales… Me empeño en buscar oro. Idealizo el
oro. Y me pierdo por conseguirlo, por conquistarlo. La pobreza de mi vida.
Sé que no es oro todo lo que
reluce. La verdad de las cosas, de las personas. El
verdadero oro permanece oculto a los ojos. El valor lo llevo dentro, en una vasija de barro.
Dentro de mi alma está el
oro esperando a que alguien lo descubra, descorra el velo y deje que salga a la
luz. El oro oculto en mi interior bajo tanto maquillaje. Ese oro es el que de
verdad importa.
Jesús
es ese oro que se regala, se dona, se entrega. El oro que muchos no van a recibir
porque no tiene la apariencia del oro. Yo soy así. Rechazo por la apariencia.
Me fío de lo que ven mis ojos.
No voy al corazón de las
personas. Veo rostros, escucho palabras y no ahondo. Me pierdo en la
superficie. Me gustaría hoy tocar el oro de Jesús que se me regala en personas,
en sucesos. El oro oculto.
Lo quiero mirar sorprendido,
adorándolo como un regalo inmerecido. El oro, el más valioso regalo. Doy
gracias a Dios por el oro que me regala.
Y quiero yo regalar mi oro a
los que están conmigo, mi verdad, mi originalidad, mi autenticidad. En esa
coherencia de vida verán a Dios en mí.
Incienso
Otro regalo, el incienso. Es la oración que se eleva a lo
alto. Es Jesús que es hombre y es Dios. Es rey que se hace
humildad y pobreza. Viene a reinar para que yo lo adore postrado en tierra.
Mi oración se eleva como
incienso en su presencia. Es la oración que Dios acoge en sus manos. Y yo lo
miro todo conmovido. Postrado, adorando el misterio.
Mirra
El tercer regalo, la mirra.
Jesús alivia el dolor de los que sufren. Lo mismo quiero hacer yo con mi vida. Aliviar al que sufre, al que
está solo, al perseguido. Mi mirra para calmar las ansias y los miedos. Para
sanar el alma.
Oro, incienso y mirra. Pienso en esos regalos que hoy los
sabios entregan a Jesús. Pienso en la pobreza de mis propios regalos. Vengo con las manos
vacías al portal. No traigo grandes méritos ni logros.
A veces he pensado que mi
vida será más plena cuando consiga todo lo que sueño. Y luego compruebo una y
otra vez que no me recordarán por mis logros, por mis
escritos, por mis obras. Recordarán mi amor aquellos a los que he amado.
Valorarán mi vida aquellos
en quienes he enterrado mi vida. Sabrán lo que valgo aquellos a los que les
haya abierto mi corazón. Es el regalo más grande, mi capacidad para amar y
dejarme amar.
Me cuesta tanto… Quiero
tener la capacidad de regalar mi vida. Si me la guardo se perderá para siempre.
Quiero agradecer por todo lo recibido. El corazón es más feliz cuando da que
cuando recibe.
Y yo creo que no. Me empeño
en que me den, en recibir más, en obtener regalos. Y la vida se me escapa sin
ser feliz por no tener lo que deseo, por no recibir todo lo que espero.
El corazón infantil y
mediocre le pide a la vida más de lo que le puede dar. Lo sabios traen lo que
tienen. Nada especial. Simplemente traen lo que más vale. Que no suele ser lo
que más dinero cuesta.
No sé hacer regalos. Creo
con frecuencia que un regalo vale más por lo que cuesta. No tengo en cuenta que
lo que importa es la persona que se entrega en el regalo. Su originalidad, su
belleza, su alma.
Es el mayor regalo. Ese amor pobre que se entrega.
Así quiere ser mi amor hoy a
Jesús. A tantos que tengo cerca. Mi cuidado pequeño y miserable tiene más
valor que todo el oro del mundo. Lo que de verdad importa, no lo que
brilla en la superficie. Mi vida auténtica. Mi
amor verdadero. Eso es lo que cuenta.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia