Todos los caminos llevan a Dios cuando lo buscas con un
corazón sincero
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| Efetova Anna | Shutterstock |
Los
reyes magos sabios regresaron a su hogar siguiendo otro camino. No se dejaron
confundir por las palabras de Herodes. No buscaron el poder de los hombres.
Creyeron en el poder de Dios. Vieron cómo es el corazón de Herodes y no
creyeron en él. Volvieron por un camino diferente para escapar de su influencia.
¡Cuánto influye la opinión
de los hombres en mí! Creo que son ellos los que guían mis pasos. Sus palabras,
sus consejos, sus propias tentaciones.
Me dejo llevar por ese éxito
que alimenta mis sueños. Sueño con lograr que todos me sigan, me
admiren, me reconozcan. Tanta vanidad hay en mis sueños. Tanta superficialidad. Leía:
“La
Iglesia primitiva tuvo que librar una lucha titánica contra un mundo orientado
hacia el más acá. Para no debilitarse, renunció voluntariamente a muchos bienes
nobles, a bienes naturales, a fin de concentrarse indivisa e íntegramente al
ideal religioso”.
Quisiera ser
capaz de seguir caminos distintos, propios que me pueden llevar a ser
ignorado, a fracasar y no encontrar el éxito humano. Leía el otro día:
“Para
vivir bajo la mirada de Dios hay que aceptar quedar a veces oculto a la de los
hombres”.
Seguir su camino me lleva a
no seguir el que marcan los hombres. Los
caminos que me marca Dios son sagrados. Al seguirlos puede que otros no lo
entiendan,
y no me aplaudan.
¿Estoy dispuesto a rechazar
la gloria humana, el éxito que me venden como lo más valioso de mi vida? Me da
vértigo. Me da miedo la soledad, el abandono. La muerte de sueños
humanos.
Pero al mismo tiempo me
asusta quedarme sólo en los caminos que otros me indican. Y dejar de buscar los
que Dios me marca. Como si el aplauso de los hombres tuviera más peso en mi
alma que el abrazo de Dios.
Lo miro conmovido en este
año nuevo, en este tiempo santo. ¿Qué quiere de mí Dios en estas noches de
invierno? ¿Qué
desea que haga en este nuevo año que se abre ante mis ojos?
Sé que lo sabios volvieron a
su tierra, a su casa, por otro camino. No hicieron caso de las palabras de los
hombres. Me impresiona su libertad, su alma tan honda. No les tienen miedo a
los hombres y siguen por otro camino, por el que Dios les marca.
¿Cómo
sé lo que realmente desea para mí? Me confundo. Veo que a veces
permanece callado a mi lado. Y otras veces me habla con una claridad asombrosa.
Me grita, me empuja, me
abraza para decirme que estoy bien, yendo por el camino que me indica. Pero
vuelvo a pensar: ¿Y si me equivoco? Siempre la misma duda tan humana.
Es cierto, puedo confundirme
y errar el camino. Pero también sé que eso poco importa. Todos
los caminos llevan a Él cuando lo busco con un corazón sincero. Aunque me equivoque al
interpretar sus deseos. Aunque cometa errores.
Pienso en el mismo san
Francisco en San Damián. Ingenuamente piensa que reconstruir la Iglesia de Dios
pasa por poner unos ladrillos. Era mucho más lo que Dios le pedía. Cada cosa a
su tiempo. Igual que conmigo.
Es más honda mi vida y mi
misión. Lo importante es ir siempre en dirección a
casa, al hogar del Padre donde me espera, siguiendo sus pasos. Dice la Biblia:
“El
Dios de nuestro Señor Jesucristo os dé espíritu de sabiduría y revelación para
conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es
la esperanza a la que os llama”.
Quiero conocer su voz.
Camino en dirección al nacimiento en el que Jesús se hace carne para darme
esperanza. ¿Cuáles son mis sueños al comenzar este año?
Sueños que despiertan en mí
el anhelo dar la vida, de regalarla, de no guardarme nada. Sueños que me llevan
a esperarlo todo de Él y no tanto de mí, como siento a menudo.
Jesús habita en mí, es ese
Dios conmigo que camina y corre a mi lado. Es ese hombre que viene a salvarme
de mis miedos absurdos. Permanece oculto en carne humana para que aprenda a
verlo con los ojos de la fe. Yace escondido en lo oculto de una gruta para que
aprenda a arrodillarme ante el misterio.
No me importa el tiempo que
necesite para ser más suyo. Dios se va desvelando entre mis dedos sin
demasiadas prisas. Viene a mí a golpe de palabras. Va ahondando en mi alma con
un cincel sagrado.
Desvela su rostro en mi
propia alma con golpes santos. Teje su vida en mi propia vida. Es Él quien guía
mis pasos. Se sirve de lo humano para
mostrarme el camino. Yo lo sigo con fe, confiado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






