Catequesis
sobre las Bienaventuranzas
Audiencia General En El Aula Pablo VI, 19 Febrero 2020 © Vatican Media |
“No
hay tierra más hermosa que el corazón de los demás, no hay territorio más bello
que ganar que la paz reencontrada con un hermano. ¡Y esa es la tierra a heredar
con la mansedumbre!”, indicó el Papa Francisco
Hoy,
19 de febrero de 2020, en el Aula Pablo VI, el Santo Padre ha continuado con el
ciclo de catequesis sobre las bienaventuranzas. En concreto, meditó sobre la
tercera: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra” (Mt.
5,4). Pasaje bíblico Salmo 37, 3.8-11.
Mansedumbre “bajo presión”
Francisco
explicó que en este contexto el término “manso” significa literalmente “dulce,
suave, gentil, no violento” y que la mansedumbre se manifiesta en momentos de
“conflicto”, “bajo presión”. También remitió a las palabras de san Pablo y san
Pedro, que recuerdan a la mansedumbre de Cristo.
Y
describió que en la Escritura la palabra “manso” también indica “el que no
tiene propiedad de la tierra” y, por tanto, llama la atención el hecho de que
la tercera bienaventuranza “diga precisamente que los mansos ‘heredarán la
tierra’”.
Heredar la tierra
En
este sentido, el Pontífice aclaró que el verbo utilizado para indicar la
posesión no se refiere a conquistar la tierra, sino a heredarla: “El verbo
‘heredar’ tiene un significado aún más grande. El Pueblo de Dios llama
‘herencia’ precisamente a la tierra de Israel, que es la Tierra de la Promesa”.
Asimismo,
expuso que existe una “tierra” que es el Cielo, es decir, “la tierra hacia la
que caminamos: los nuevos cielos y la nueva tierra hacia la que vamos (cf. Is
65:17; 66:22; 2 P 3:13; Ap 21:1)”.
Por
otro lado, el Obispo de Roma matizó que el manso no es un cobarde ni un
perezoso, sino “el discípulo de Cristo que ha aprendido a defender otra tierra
bien distinta”. Este “defiende su paz, defiende su relación con Dios, defiende
sus dones, los dones de Dios, defendiendo la misericordia, la fraternidad, la
confianza, la esperanza”.
La salvación del hermano
Después,
el Papa se refirió al pecado de la ira: “Un momento de ira puede destruir
muchas cosas; se pierde el control y no se valora lo que es realmente
importante, y se puede arruinar la relación con un hermano, a veces sin
remedio”.
En
contraposición, apuntó que la mansedumbre “conquista muchas cosas”. Esta virtud
“es capaz de ganar el corazón, salvar amistades y mucho más, porque las
personas se enfadan pero luego se calman, se replantean las cosas y vuelven
sobre sus pasos, y así se puede reconstruir con la mansedumbre”.
Finalmente,
el Santo Padre subrayó que la “tierra” a conquistar con la mansedumbre “es la
salvación de aquel hermano del habla el mismo Evangelio de Mateo: ‘Si te
escucha, habrás ganado a tu hermano (Mt 18, 15)’”.
A continuación, sigue la
catequesis completa del Papa Francisco.
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
la catequesis de hoy abordamos la tercera de las ocho bienaventuranzas del
Evangelio de Mateo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la
tierra» (Mt 5,5).
El
término «manso» usado aquí significa literalmente dulce, suave, gentil, no
violento. La mansedumbre se manifiesta en los momentos de conflicto, se puede
ver por la forma en que se reacciona a una situación hostil. Cualquiera puede
parecer manso cuando todo está tranquilo, pero ¿cómo reacciona «bajo presión»
si es atacado, ofendido, agredido?
En
un pasaje, San Pablo recuerda «la mansedumbre y la dulzura de Cristo» (2 Cor
10:1). Y San Pedro, a su vez, recuerda la actitud de Jesús en la Pasión: no
respondió ni amenazó, porque «se confió al que juzga con justicia» (1 P 2, 23).
Y la mansedumbre de Jesús se ve con fuerza en su Pasión.
En
la Escritura la palabra «manso» también indica el que no tiene propiedad de la
tierra; y por lo tanto nos llama la atención el hecho de que la tercera
bienaventuranza diga precisamente que los mansos «heredarán la tierra».
En
realidad, esta bienaventuranza cita el Salmo 37, que escuchamos al principio de
la catequesis. Allí también la mansedumbre y la posesión de la tierra están
relacionadas. Estas dos cosas, pensándolo bien, parecen incompatibles. De
hecho, la posesión de la tierra es el ámbito típico del conflicto: a menudo se
lucha por un territorio, para conseguir la hegemonía de una determinada zona.
En las guerras, el más fuerte prevalece y conquista otras tierras.
Pero
observemos con atención el verbo utilizado para indicar la posesión de los
mansos: no conquistan la tierra; no dice “bienaventurados los mansos porque
conquistarán la tierra”. La heredan. Bienaventurados los mansos
porque heredarán la tierra. En las Escrituras, el verbo «heredar» tiene un
significado aún más grande. El Pueblo de Dios llama «herencia» precisamente a
la tierra de Israel, que es la Tierra de la Promesa.
Esa
tierra es una promesa y un regalo para el pueblo de Dios, y se convierte en un
signo de algo mucho más grande que el mero territorio. Hay una «tierra»
-permitidme el juego de palabras- que es el Cielo, es decir, la tierra hacia la
que caminamos: los nuevos cielos y la nueva tierra hacia la que vamos (cf. Is
65:17; 66:22; 2 P 3:13; Ap 21:1).
Entonces
el manso es aquel que «hereda» el más sublime de los territorios. No es un
cobarde, un «perezoso» que se encuentra una moral cómoda para no meterse en
problemas. ¡Nada de eso! Es una persona que ha recibido una herencia y no
quiere dispersarla. El manso no es una persona complaciente, sino el discípulo
de Cristo que ha aprendido a defender otra tierra bien distinta. Defiende su
paz, defiende su relación con Dios, defiende sus dones, los dones de Dios,
defendiendo la misericordia, la fraternidad, la confianza, la esperanza. Porque
las personas mansas son personas misericordiosas, fraternas, confiadas y
personas con esperanza.
Aquí
debemos mencionar el pecado de la ira, un gesto violento cuyo impulso
todos conocemos. ¿Quién no se ha enfadado alguna vez? Todos. Debemos volver
al revés la bienaventuranza y preguntarnos: ¿Cuántas cosas hemos destruido
con la ira? ¿Cuántas cosas hemos perdido? Un momento de ira puede destruir
muchas cosas; se pierde el control y no se valora lo que es realmente
importante, y se puede arruinar la relación con un hermano, a veces sin
remedio. Por la ira, tantos hermanos no se hablan, se alejan uno del otro.
Es lo contrario de la mansedumbre. La mansedumbre reúne, la ira separa.
La
mansedumbre, en cambio, conquista muchas cosas. La mansedumbre es capaz de
ganar el corazón, salvar amistades y mucho más, porque las personas se enfadan
pero luego se calman, se replantean las cosas y vuelven sobre sus pasos, y así
se puede reconstruir con la mansedumbre.
La
«tierra» a conquistar con la mansedumbre es la salvación de aquel hermano del
habla el mismo Evangelio de Mateo: «Si te escucha, habrás ganado a tu hermano»
(Mt 18, 15). No hay tierra más hermosa que el corazón de los demás, no hay
territorio más bello que ganar que la paz reencontrada con un hermano. ¡Y esa
es la tierra a heredar con la mansedumbre!
Larissa
I. López
© Librería
Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit