Alegría, tristeza, miedo,… ¿Sabes conducir tus emociones? El
corazón es poderoso, no canalizar bien las emociones lleva a sufrir
enfermedades del cuerpo y del alma
Malina_Bogdanovskaya |
Sé
que no es bueno decir siempre y a todo el mundo lo que siento y lo que pienso.
Al mismo tiempo sé que no me hace bien guardarme todas mis emociones y nunca
decir lo que me ha molestado, lo que me duele, lo que me preocupa, lo que me
inquieta.
Callar
todo lo que siento no es bueno a la larga. Tal vez me viene bien porque me permite
mantener una calma pasajera. Pero después no me beneficia.
Callar lo que siento es una
emoción que se entierra, pero no muere y algún día saldrá a la luz, cuando
menos lo espere. Volverá por la puerta de atrás y me hará daño. Se quedará
enquistada en el alma y acabará transformando mi carácter.
Las emociones
positivas ayudan al
cuerpo y al alma, me alegran, me dan fuerza para enfrentar la vida y sus
dificultades. Reír, soñar, hablar bien de otros, enaltecer, elogiar, hacer
silencio, rezar. Todo me permite encauzar lo que hay en mi corazón.
Las emociones
negativas guardadas me hacen daño.
¿Qué hago con las emociones
que siento? ¿Las dejo salir, las encauzo, las reprimo? ¿Qué emociones
predominan en mí? ¿La alegría, la tristeza, la ira, la esperanza, el miedo?
A
veces escucho:
“No
sé qué tengo que hacer para agradarlo. Si estoy alegre, se pone tenso. Si me
muestro triste, me ignora. Intento cumplir con todo lo que exige. Pero no
siempre lo logro. No sé qué temas de conversación le alegran. No acierto y no
me acepta”.
Hay personas que viven esta
tensión con las personas que más quieren. No saben qué hacer para conseguir el
cariño de su padre, de su madre, de su cónyuge, de su hijo.
Una
lucha absurda por querer agradar. Nunca lo consiguen. Intentan agradar y no
lo consiguen. Callan y esa paz bendita que logran es a costa de muchas otras
cosas.
No
se toman en serio, no valoran sus emociones, todo lo guardan
para agradar. Su alma es una olla a presión, a punto de estallar.
Van corriendo de un lado
para otro y no encuentran tiempo para mirar en su interior, para detener sus
pasos. Ni siquiera saben lo que sienten porque no callan y no
observan la realidad. Siguen hacia delante sin mirar hacia los lados.
Me da miedo vivir así. Sin
tomarme en cuenta. Sin dar importancia a lo que siento, sin dejar escapar una
lágrima. El otro día leía:
“Todas las emociones tienen un sentido. Un
porqué y una conveniencia si sabemos cómo guiarlas. Hay emociones que
nos benefician y otras que nos perjudican. Pero todas hemos de afrontarlas.
Tomar sus riendas. Protagonizar nuestra propia vida, que para eso la vivimos.
Las emociones no hay, por tanto, que reprimirlas. No hay que eliminarlas. No
hay que acallarlas. No hay que ignorarlas. No hay que temerlas. No han de
avergonzarnos sean cuales fueran. Lo que hay que hacer con ellas es aprender a
conducirlas razonablemente”.
No tapar
La
vida es un aprendizaje. Quiero aprender a lidiar con mis emociones. Las reconozco, las
acepto, las miro, las tomo entre mis manos y sobre ellas construyo.
No las tapo, no las ignoro. Puedo
cambiar algunas emociones cambiando el pensamiento que las precede. La emoción de la tristeza me lleva a la dejadez,
a no hacer nada. Y el miedo me paraliza.
No
canalizar bien mis emociones me lleva a sufrir enfermedades del cuerpo y del
alma.
No lo quiero. Quiero aprender a reír y a llorar. Quiero decirme y decir
en alto lo que siento.
Quiero aceptar las emociones
que recorren mi interior. Observar mi vida y lo que sus circunstancias provocan
en mí. Es poderoso el corazón.
Pero
no quiero vivir buscando agradar a los que me rodean. Nunca lograré danzar al
gusto de todos. Haga lo que haga recibiré críticas, o halagos, ¡qué importa!
Quisiera ser un maestro de
la vida para vivir con alegría, con pasión, con ilusión. No detenerme ante la
primera contrariedad que encuentro.
Saber vivir santamente,
unido a Dios. Sin pretender que las cosas resulten siempre de mi agrado. No es
posible. Quiero emocionarme hasta las lágrimas ante
cosas importantes. Alegrarme
hasta las carcajadas con las alegrías del camino.