Discurso
del Papa Francisco
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I Congreso de Pastoral para Ancianos, 31 enero 2020 © Vatican Media |
El
Papa Francisco considera que los mayores “son también el presente y
el mañana de la Iglesia”, que, junto con los jóvenes, “profetiza y sueña” e
insiste en la relevancia de que estas dos generaciones se comuniquen entre
ellos.
En
la mañana de hoy, 31 de enero de 2020, el Santo Padre recibió en audiencia a
los participantes del I Congreso Internacional de Pastoral para los Ancianos cuyo
tema es “La Riqueza de los Años”.
Este
encuentro fue organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la
Vida, y se ha celebrado del 29 al 31 de enero en el Centro de Congresos “Augustinianum” de
Roma.
“La riqueza de los años”
Para
Francisco, la “riqueza de los años” es la de “cada persona que tiene a sus
espaldas muchos años de vida, experiencia e historia”, “el tesoro precioso que
toma forma en el camino de la vida de cada hombre y mujer, sin importar sus
orígenes, procedencia, condiciones económicas o sociales”, pues “la vida es un
regalo, y cuando es larga es un privilegio, para uno mismo y para los demás.
Siempre, siempre es así”.
El
Papa destacó cómo en el siglo XXI, “la vejez se ha convertido en una de las
características de la humanidad” y cómo a ella le corresponden hoy “diferentes
estaciones de la vida: para muchos es la edad en la que cesa el esfuerzo
productivo, las fuerzas disminuyen y aparecen los signos de la enfermedad, de
la necesidad de ayuda y del aislamiento social; pero para muchos es el comienzo
de un largo período de bienestar psicofísico y de liberación de las
obligaciones laborales”.
En
ambas situaciones y ante la desorientación e incluso “la indiferencia y el
rechazo” social, el Pontífice indicó que es necesario definir la manera de
vivir estos años y que ha acogido con gran interés este primer congreso
centrado en la pastoral para mayores: “Necesitamos cambiar nuestros hábitos
pastorales para responder a la presencia de tantas personas mayores en las
familias y en las comunidades”.
Mirar al futuro
Al
mismo tiempo, el Obispo de Roma recordó que en la Biblia, “la longevidad es una
bendición” porque “nos enfrenta a nuestra fragilidad, a nuestra dependencia
mutua, a nuestros lazos familiares y comunitarios, y sobre todo a nuestra
filiación divina” y que el anciano, “incluso cuando es débil, puede convertirse
en un instrumento de la historia de la salvación”.
También
apuntó que, “consciente de este papel irremplazable de los ancianos”, la
Iglesia “se convierte en un lugar donde las generaciones están llamadas a
compartir el plan de amor de Dios, en una relación de intercambio mutuo de los
dones del Espíritu Santo” que “nos obliga a cambiar nuestra mirada hacia las
personas mayores, a aprender a mirar el futuro junto con ellos”.
Revolución de la ternura
“La
profecía de los ancianos se cumple cuando la luz del Evangelio entra plenamente
en sus vidas; cuando, como Simeón y Ana, toman a Jesús en sus brazos y anuncian
la revolución de la ternura, la Buena Nueva de Aquel que vino al mundo para
traer la luz del Padre”, señaló el Santo Padre.
Por
este motivo, demandó: “No os canséis de proclamar el Evangelio a los abuelos y
a los ancianos” yendo a ellos “con una sonrisa en vuestro rostro y el Evangelio
en vuestras manos”.
Francisco
también aludió al hecho de que en las sociedades secularizadas de muchos países
la mayoría de los padres no cuentan con la formación cristiana y la fe que los
abuelos pueden transmitir a sus nietos, de manera que estos “son el eslabón
indispensable para educar a los niños y a los jóvenes en la fe”. Es preciso,
por tanto, “incluirlos en nuestros horizontes pastorales” considerándolos “como
uno de los componentes vitales de nuestras comunidades”.
A
continuación sigue el discurso completo del Papa.
Discurso
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas,
Os
doy mi cordial bienvenida a vosotros, participantes en el primer Congreso
internacional de pastoral de los ancianos – «La Riqueza de los Años» –
organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida; y agradezco
al cardenal Farrell sus amables palabras.
La
«riqueza de los años» es la riqueza de las personas, de cada persona que tiene
a sus espaldas muchos años de vida, experiencia e historia. Es el tesoro
precioso que toma forma en el camino de la vida de cada hombre y mujer, sin
importar sus orígenes, procedencia, condiciones económicas o sociales. Porque
la vida es un regalo, y cuando es larga es un privilegio, para uno mismo y para
los demás. Siempre, siempre es así.
En
el siglo XXI, la vejez se ha convertido en una de las características de la
humanidad. En unas pocas décadas, la pirámide demográfica – que una vez
descansaba sobre un gran número de niños y jóvenes y tenía pocos ancianos en la
cumbre – se ha invertido. Si hace tiempo los ancianos hubieran poblar un
pequeño estado, hoy pueden poblar un continente entero. En este sentido, la
ingente presencia de los ancianos es una novedad en todos los entornos sociales
y geográficos del mundo. Además, a la vejez corresponden hoy diferentes
estaciones de la vida: para muchos es la edad en la que cesa el esfuerzo
productivo, las fuerzas disminuyen y aparecen los signos de la enfermedad, de
la necesidad de ayuda y del aislamiento social; pero para muchos es el comienzo
de un largo período de bienestar psicofísico y de liberación de las obligaciones
laborales.
En
ambas situaciones, ¿cómo vivir estos años? ¿Qué sentido dar a esta fase de la
vida, que para muchos puede ser larga? La desorientación social y, en muchos
casos, la indiferencia y el rechazo que nuestras sociedades muestran hacia las
personas mayores, llaman no sólo a la Iglesia, sino a todo el mundo, a una
reflexión seria para aprender a captar y apreciar el valor de la vejez. En
efecto, mientras que, por un lado, los Estados deben hacer frente a la nueva
situación demográfica en el plano económico, por otro, la sociedad civil
necesita valores y significados para la tercera y la cuarta edad. Y aquí, sobre
todo, se coloca la contribución de la comunidad eclesial.
Por
eso he acogido con interés la iniciativa de esta conferencia, que ha centrado
la atención en la pastoral de los ancianos e iniciado una reflexión sobre las
implicaciones que se derivan de una presencia sustancial de los abuelos en
nuestras parroquias y sociedades. Os pido que no se quede en una
iniciativa aislada, sino que marque el inicio de un camino de profundización y
discernimiento pastoral. Necesitamos cambiar nuestros hábitos pastorales para
responder a la presencia de tantas personas mayores en las familias y en las
comunidades.
En
la Biblia, la longevidad es una bendición. Nos enfrenta a nuestra fragilidad, a
nuestra dependencia mutua, a nuestros lazos familiares y comunitarios, y sobre
todo a nuestra filiación divina. Concediendo la vejez, Dios Padre nos da tiempo
para profundizar nuestro conocimiento de Él, nuestra intimidad con Él, para
entrar más y más en su corazón y entregarnos a Él. Este es el momento de
prepararnos para entregar nuestro espíritu en sus manos, definitivamente, con
la confianza de los niños. Pero también es un tiempo de renovada fecundidad.
«En la vejez volverán a dar fruto», dice el salmista (Sal 91, 15). En
efecto, el plan de salvación de Dios también se lleva a cabo en la pobreza
de los cuerpos débiles, estériles e impotentes. Del vientre estéril de Sara y
del cuerpo centenario de Abraham nació el Pueblo Elegido (cf. Rom 4:18-20). De
Isabel y el viejo Zacarías nació Juan Bautista. El anciano, incluso cuando es
débil, puede convertirse en un instrumento de la historia de la salvación.
Consciente
de este papel irremplazable de los ancianos, la Iglesia se convierte en un
lugar donde las generaciones están llamadas a compartir el plan de amor de
Dios, en una relación de intercambio mutuo de los dones del Espíritu Santo.
Este intercambio intergeneracional nos obliga a cambiar nuestra mirada hacia
las personas mayores, a aprender a mirar el futuro junto con ellos.
Cuando
pensamos en los ancianos y hablamos de ellos, sobre todo en la dimensión
pastoral, debemos aprender a cambiar un poco los tempos de los verbos. No sólo
hay un pasado, como si para los ancianos sólo hubiera una vida detrás de ellos
y un archivo enmohecido. No. El Señor puede y quiere escribir con ellos también
nuevas páginas, páginas de santidad, de servicio, de oración… Hoy quisiera
deciros que los ancianos son también el presente y el mañana de la Iglesia.
Sí, ¡son también el futuro de una Iglesia que, junto con los jóvenes, profetiza
y sueña! Por eso es tan importante que los ancianos y los jóvenes hablen entre
ellos, es muy importante.
La
profecía de los ancianos se cumple cuando la luz del Evangelio entra plenamente
en sus vidas; cuando, como Simeón y Ana, toman a Jesús en sus brazos y anuncian
la revolución de la ternura, la Buena Nueva de Aquel que vino al mundo
para traer la luz del Padre. Por eso os pido que no os canséis de proclamar el
Evangelio a los abuelos y a los ancianos. Id a ellos con una sonrisa en vuestro
rostro y el Evangelio en vuestras manos. Salid a las calles de vuestras
parroquias y buscad a los ancianos que viven solos. La vejez no es una
enfermedad, es un privilegio. La soledad puede ser una enfermedad, pero con
caridad, cercanía y consuelo espiritual podemos curarla.
Dios
tiene un pueblo numeroso de abuelos en todo el mundo. Hoy en día, en las
sociedades secularizadas de muchos países, las generaciones actuales de padres
no tienen, en su mayoría, la formación cristiana y la fe viva que los abuelos
pueden transmitir a sus nietos. Son el eslabón indispensable para educar a los
niños y a los jóvenes en la fe. Debemos acostumbrarnos a incluirlos en nuestros
horizontes pastorales y a considerarlos, de forma no episódica, como uno de los
componentes vitales de nuestras comunidades. No sólo son personas a las que
estamos llamados a ayudar y proteger para custodiar sus vidas, sino que pueden
ser actores de una pastoral evangelizadora, testigos privilegiados del amor
fiel de Dios.
Por
esto doy las gracias a todos los que dedicáis vuestras energías pastorales a
los abuelos y a los ancianos. Sé muy bien que vuestro compromiso y vuestra
reflexión nacen de la amistad concreta con tantos ancianos. Espero que lo que
hoy es la sensibilidad de unos pocos se convierta en el patrimonio de cada
comunidad eclesial. No tengáis miedo, tomad iniciativas, ayudad a vuestros
obispos y a vuestras diócesis a promover el servicio pastoral a los ancianos y
con los ancianos. No os desaniméis, ¡adelante! El Dicasterio para los Laicos,
la Familia y la Vida continuará acompañándoos en este trabajo.
Yo
también os acompaño con mi oración y mi bendición. Y vosotros por favor, no os
olvidéis de rezar por mí ¡Gracias!
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Larissa
I. López