Si
Dios sabe todo lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, ¿de qué pueden
servir nuestras oraciones de intercesión?
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Está claro que la oración no es una especie de
“poder” que el hombre puede tomar sobre Dios. Rezar no es recitar o inventar
una especie de abracadabra que le permita a uno alterar los eventos de acuerdo
a sus miedos y deseos.
Sobre este
punto, la enseñanza de Cristo es clara e inequívoca:
“Cuando
oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar
serán escuchados” (Mt 6, 7).
Por
paradójico que parezca, la oración no actúa sobre Dios, sino sobre nosotros.
Por eso el Apóstol nos exhorta a orar sin
cesar (1 Tesalonicenses 5:17). Sin cesar, tenemos que
dirigirnos a Dios, abrirnos a su presencia, escucharlo, presentarle nuestras
vidas y las de nuestros hermanos y hermanas, unirnos a su voluntad.
Detrás de cada petición particular, pues,
hay una petición fundamental, que es nuestro deseo de Dios. De lo contrario, corremos el riesgo
de establecernos en una contradicción espiritual demasiado frecuente, que mata
la vida espiritual, y que consiste en esperar de Dios todo tipo de cosas y en
realidad no esperar nada de Él.
Dios es feliz cuando rezamos
San Juan de la Cruz nos advierte: debemos
preferir el Dios de los regalos a los regalos de Dios.
En este sentido, debemos escuchar las
primeras palabras de Jesús en el cuarto Evangelio: “¿Qué buscas?”.
¡Estamos
buscando ansiosamente tantas cosas! Él mismo da la respuesta correcta:
“Busquen
primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”
(Mateo 6:33).
¿Qué pedir a Dios?
Esto también arroja luz sobre el
significado correcto de nuestras “intenciones” de oración.
Podemos
pedirle a Dios mil cosas sin complejos, tanto en asuntos vitales como en
detalles minuciosos, siempre que estas cosas tengan una relación
directa o indirecta con la gloria de Dios.
Como dice
san Agustín al final de su carta a Proba sobre la oración, “puedes pedir
cualquier cosa, siempre que se ajuste a las peticiones del Padre Nuestro”.
La oración
que Dios responde es en última instancia la misma oración de Cristo, que se
convierte en la nuestra:
“¡Hágase
tu voluntad!“.
Entonces
podemos volver a la pregunta inicial: ¿por qué expresar nuestras peticiones, ya
que nuestro Padre en el Cielo sabe lo que sus hijos necesitan incluso antes de
que lo digan y ya que siempre quiere darles lo mejor?
Se puede
decir que este Padre no es paternalista. No quiere salvarnos sin nosotros,
y menos aún a pesar de nosotros.
Es feliz
cuando la gota de agua de nuestro amor, de nuestro compromiso, incluido nuestro
compromiso en la oración, se añade o más bien se une al poderoso río de la
oración pura y perfecta, la del Hijo amado, siempre contestada.
Cuando rezamos en su nombre, el Espíritu
intercede por nosotros según Dios.
Por el padre Alain Bandelier
Fuente:
Aleteia






