Al final, el examen de conciencia se redujo poco a poco a una
lista de pecados. Como si se tratara de un formulario a rellenar, como en la
aduana: “¿Qué tiene que declarar? ¡Marque la casilla correcta!”. ¿Y si en vez
de hacer un examen de conciencia, realizaras una “revisión de vida”?
By Leszek Glasner|Shutterstock |
En
realidad, una lista, por muy bien elaborada que esté, nunca será más que un
instrumento para ayudarnos a hacer un examen de conciencia. Nunca sustituirá a
la oración personal, al cuestionamiento leal mediante el cual nos colocamos
frente a nosotros mismos y a nuestro pecado, por supuesto, pero especialmente
frente a Dios y a su llamada. Puede llevar a un diálogo con el Señor, pero no
puede sustituirlo.
El examen de conciencia no puede limitarse a examinar una hoja de papel. Hay que reconocer que incluso la expresión “examen de conciencia” no es muy satisfactoria. Destaca algo cierto: nuestra fidelidad o infidelidad al Señor es una cuestión de conciencia, se hace dentro de nosotros mismos.
En cambio, el riesgo es centrarse en sí mismo, identificar el pecado y la mala conciencia, reducir la conversión a un esfuerzo de lucidez y desarrollo personal. Todo esto es más psicológico que espiritual, más moralizante que evangélico. ¿Acaso no deberíamos hablar más bien de “revisión de vida”?
El examen de conciencia no puede limitarse a examinar una hoja de papel. Hay que reconocer que incluso la expresión “examen de conciencia” no es muy satisfactoria. Destaca algo cierto: nuestra fidelidad o infidelidad al Señor es una cuestión de conciencia, se hace dentro de nosotros mismos.
En cambio, el riesgo es centrarse en sí mismo, identificar el pecado y la mala conciencia, reducir la conversión a un esfuerzo de lucidez y desarrollo personal. Todo esto es más psicológico que espiritual, más moralizante que evangélico. ¿Acaso no deberíamos hablar más bien de “revisión de vida”?
¿Cómo buscar sus pecados?
Esta
expresión incluye una pedagogía específica, la famosa trilogía “ver,
juzgar, actuar”,
pero también refleja una intuición que concierne a todos los fieles. Se trata de poner
el Evangelio en la vida, y de poner vida en el Evangelio. Es en nuestra vida donde
tenemos que percibir y responder a la llamada de Dios. Por lo tanto, también
debemos buscar nuestro pecado en ella. Concretamente, basta con revisar los
diversos lugares y momentos que caracterizan nuestros días y ponerlos bajo la
mirada del Señor.
Para algunos cristianos,
esto puede ser muy valioso y un verdadero progreso espiritual. Sin embargo, el
riesgo de permanecer en una perspectiva moralizante no está completamente
excluido. Estamos
pasando de una moral más individual y conformista a una moral más social e
incluso política, pero seguimos en el terreno de la moralidad.
Básicamente, si estamos en
la escuela de Cristo, es la Revelación la que nos da el verdadero entendimiento
de nuestro pecado así como de todo lo demás. “Y por tu luz, vemos la luz”, dice
el Salmo 36. Analizar nuestra conciencia o nuestra vida, nunca nos eximirá de
analizar la Palabra de Dios. Es a la luz del Evangelio como podemos ver
claramente dentro de nosotros mismos y releer nuestra historia. Este ejercicio
espiritual se llama el discernimiento, es allí donde el discípulo
es instruido, el pecador es convertido, el santo es formado. Cuestionarios,
fórmulas, diversas meditaciones pueden ayudar. Podemos utilizarlos, tanto para
un acercamiento personal como para una celebración comunitaria, pero nada es
mejor que lo que lleva a la escucha del Señor, una escucha directa y profunda.
Las herramientas esenciales que resulta útil consultar
Desde
este punto de vista, hay algunos textos fundamentales a los que podemos volver
sin cesar: el Decálogo (la segunda parte del Catecismo de la Iglesia Católica
ofrece un comentario exhaustivo), las Bienaventuranzas, el Padrenuestro y,
sobre todo, el Mandamiento Nuevo. También podemos simplemente meditar sobre una
lectura bíblica: la del día, la del domingo, la que nos interesa actualmente.
Amós nos habla de los pobres, Salomón nos habla de sabiduría, San Pablo nos
habla de unidad, San Juan nos habla de amor fraterno, Pedro nos habla de Fe…
Siempre es el Espíritu Santo quien nos habla, nos interpela, nos llama a
convertirnos, nos abre a una renovación. Recuperarlos, paso a paso, nos pone
frente a nuestra conciencia y frente a nuestra vida, pero sobre todo frente a
Dios.
Por el
padre Alain Bandelier
Fuente:
Aleteia