¡Amén!
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Ruslan Shugushev | Shutterstock |
Muchas veces decimos esta
palabra, a menudo como una rutina, al final de una oración o de un discurso,
como si fuera un punto final. Sin embargo, le da al texto una apertura que está
en armonía con nuestras vidas.
El horizonte nunca está cerrado cuando decimos
“amén”. Para probar la fruta que oculta esta palabra, debemos ir más allá de la
cáscara, extrayendo su savia y significado.
“Amén”, de la raíz hebrea “‘mn”, significa
“fuerza, firmeza”. Al
decir “amén”, hacemos nuestra una oración, un texto, confiamos en una persona:
“Sí, lo que acabamos de oír es sólido, y por ello apuntamos nuestro amén,
nuestro sí”. Así que este término hebreo tiene un aspecto relacional.
Por lo tanto, decir
“amén” a Dios es expresar que Él que es confiable, “el Dios
fiel” (Is 65:16), y que siempre podemos confiar en Él. “¡Bendito sea el Señor
eternamente! ¡Amén! ¡Amén!” (Sal 89, 53).
Decir “amén” es confiar en la palabra de Cristo
Jesús, que hablaba arameo, usaba mucho la
palabra “amén”. San Juan dio varios ejemplos de esto en su Evangelio. Jesús
enseña, a menudo comenzando con estas palabras: “Amén, amén, os digo.” (Jn
10:1), una expresión traducida como “en realidad, en verdad”.
En el Nuevo
Testamento, Jesús mismo es llamado el testigo fiel, “El que es Amén”.
(Apocalipsis 3:14). “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él
Amén, por nosotros para la gloria de Dios” (2 Cor 1, 20).
Decir “amén” a Dios es confiar en Cristo, creer en lo que dice: “El que
me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos
en él” (Jn 14, 23).
Esta fe en la
palabra de Jesús se concreta en la adhesión a una
doctrina que la Iglesia va a desarrollar. Por ejemplo, el Credo y la Revelación
terminan con “amén”.
Decir “amén” es afirmar nuestra unión con Cristo
Al final de una oración, proclamamos “amén”
para expresar nuestra aceptación de su contenido. Cuando recibimos el Cuerpo de
Cristo, también respondemos “amén”. Nos adherimos a su Cuerpo que constituye la
Iglesia, en el sentido de una adhesión a Cristo.
No sólo
expresamos un deseo, como “que así sea”, sino que afirmamos nuestra unión con
Cristo que se entrega a nosotros bajo el signo del pan.
Es como
decir, “¡Bueno, sí, amén!” Creemos y nos adherimos a Cristo con todo nuestro
corazón”. Y nos convertimos en amén en el Hijo, que
vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos.
Amén.
Por
Jacques Gauthier
Fuente:
Aleteia