No hay nada más fuerte que el sí del que ama, nada más
poderoso que unos pies caminando hacia delante, nada más brillante que una
sonrisa, y nada más inmenso que un abrazo
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| Min An | Pexels |
Es
difícil dejar que sucedan la belleza y la fealdad al mismo tiempo ante mis
ojos. Una canción de paz en medio de una guerra. Un abrazo y un beso en forma
de flores al pie de una tumba. Un “te quiero” en
tu ausencia. Un “para siempre” en mi
infidelidad. Los opuestos encontrándose en el mismo campo de batalla, en un
mismo momento. Escribía Reiner M. Rilke:
“Deja
que todo suceda. Belleza y terror. Sólo sigue adelante. Ningún sentimiento es
final”.
Y yo quiero dejar
que todo suceda. El bien y el mal en aparatosa lucha. El futuro y el ayer
enfrentados en cada momento. El amor tierno de un niño y el odio cruel de un
asesino.
La inocencia perdida y la
preservada. Los momentos de luz y los de noche. La pérdida y la ganancia. La
vida que es tan pasajera. Y los años que parecen eternos cuando es todo rutina.
El otro día en la película JoJo Rabbit decía un niño después de la
guerra: “Me voy a casa con mi mamá, necesito
un abrazo”. Y otro aguardaba nervioso a la puerta de su casa: “Y ahora, ¿Qué hacemos?”.
Me queda claro que el
amor es más fuerte que nada en este mundo. Pese a lo que diga el
protagonista: “Vas a descubrir que el metal
es la cosa más dura sobre la tierra, seguido de la dinamita y los músculos”.
El amor siempre es más
fuerte. Más que el odio y la rabia. Más que la
muerte.
Supera el límite de mis huesos. Trasciende las fronteras de mi vida.
El amor tiene más fuerza.
Cuesta creerlo. Mi decisión final es siempre por el amor y no por el odio. Por
seguir adelante entre muertes y vidas, entre fealdad y belleza, entre soledad y
compañía.
El
misterio de la vida se juega en decisiones importantes. Hacer o no hacer.
Callar o decir. Guardar o entregar. Salvar o perder.
Seguir adelante parece la
respuesta para no quedarme quieto, inmóvil, sin saber qué hacer ante lo que
sucede a mi alrededor.
Elijo el sí como respuesta a los
desafíos de la vida. Dejo de lado ese no acomodado y lleno de miedo que me
impide ponerme en camino y arriesgar.
Elijo dar mi sí, a una
aventura, a una nueva comida, a un nuevo sueño, a una puerta nueva que se abre,
a un nuevo libro, a una película desconocida.
Digo que sí a lo que me
incomoda y saca de mi rutina. Sí a las sorpresas que llenan mi vida de alegría.
Sí a un nuevo amanecer y sí a vivir el fragor de una tormenta.
No
me detengo con miedo a perder la vida. Me planto serio ante la puerta de mi
casa. Lo que tengo que hacer ahora es seguir adelante.
Vuelvo
a elegir la vida y el amor, el motor del mundo. Elijo el abrazo al volver a casa,
cuando me sienta solo y no le encuentre el sentido al dolor en la vida.
Elijo mirar al cielo
buscando a Dios en mi vida. Lo elijo a Él que contiene en sí todo el sentido.
Elijo sus ojos sosteniendo los míos.
Elijo la belleza antes que
esa fealdad que me disgusta. Elijo la ternura y descarto el odio. Elijo
la verdad huyendo
de la mentira.
Y abrazo tiernamente la
inocencia que se encuentra tan herida. Vuelvo a ser niño al comenzar la vida.
No hay nada más fuerte que
el sí del que ama. Nada más poderoso que unos pies caminando hacia delante. Nada
más brillante que una sonrisa.
Y nada más inmenso que un
abrazo. Y el tiempo que se calma entre los dedos. Contando días, descifrando
sueños, despejando caminos para que otros encuentren iluminadas las sendas que
recorren.
No
tengo miedo a perder la vida. Pasarán ante mí fealdad y belleza, paz y guerra,
horror y armonía. Sonarán en mis oídos gritos y melodías.
No me importa sostener
la tensión de
los días que tengo ante mis ojos abiertos. Y sonrío como esos niños que se
preguntan siempre cuál es el siguiente paso. Y confían en un amor que los
abraza.
Miro a Jesús en medio de mis
guerras. Y me quedo callado a mitad de mi camino. Necesito un abrazo para
continuar la vida, para sostener los vientos, para acallar los miedos.
Y Jesús me mira, abraza mi
alma herida, me sonríe. Y a la puerta de
mi vida me lleva entre sus brazos. Me sube a su cuello, como a su amado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






