Ciclo
sobre las bienaventuranzas
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Audiencia General, 15 abril 2020 © Vatican Media |
La
verdadera paz y el verdadero equilibrio interior “brotan de la paz de Cristo,
que viene de su Cruz y genera una humanidad nueva, encarnada en una multitud
infinita de santos y santas, inventivos, creativos, que han ideado formas siempre
nuevas de amar. Los santos, las santas que construyen la paz”, indicó el Santo
Padre.
Y
añadió: “Esta vida como hijos de Dios, que por la sangre de Cristo buscan y
encuentran a sus hermanos y hermanas, es la verdadera felicidad.
Bienaventurados los que van por este camino”.
En
la audiencia general de hoy, 15 de abril de 2020, celebrada en la biblioteca
del Palacio Apostólico debido a la pandemia del coronavirus, el Papa Francisco
ha reanudado la serie de catequesis sobre las bienaventuranzas.
En
concreto, esta vez reflexionó sobre la séptima de ellas: “Bienaventurados los
que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5, 8),
y que Francisco denomina “la de los ‘trabajadores de la paz’, que son
proclamados hijos de Dios”.
Inquietud para lograr la
paz
El
Papa se refirió al significado de la palabra paz, que en sentido bíblico
“expresa abundancia, prosperidad, bienestar” y en la sociedad actual se
entiende como una “especie de tranquilidad”, de “equilibrio interior”.
No
obstante, matizó que esta última acepción es incompleta y no debe ser
absolutizada, pues: “Muchas veces es el Señor mismo el que siembra en nosotros
la inquietud para que salgamos en su búsqueda, para encontrarlo. En este
sentido es un momento de crecimiento importante, mientras que puede suceder que
la tranquilidad interior corresponda a una conciencia domesticada y no a una
verdadera redención espiritual”.
En
muchas ocasiones, Dios “debe ser ‘señal de contradicción’ (cf. Lc 2,34-35),
sacudiendo nuestras falsas certezas para llevarnos a la salvación. Y en ese
momento parece que no tengamos paz, pero es el Señor el que nos pone en este
camino para llegar a la paz que él mismo nos dará”.
Aprender y practicar “el
arte de la paz”
Y
es que, recuerda el Pontífice, la paz de Jesús es “diferente de la mundana”, no
tiene que ver con derrotas de bandos o tratados de paz. Asimismo, lleva a
considerar que “en el contexto de una globalización compuesta principalmente
por intereses económicos o financieros, la ‘paz’ de unos corresponde a la
‘guerra’ de otros. ¡Y ésta no es la paz de Cristo!”.
En
cambio, la paz del Señor es “la que hace dos pueblos uno”, la que anula la
enemistad y reconcilia. Así, en este sentido, para el Obispo de Roma, “son
llamados hijos de Dios aquellos que han aprendido el arte de la paz y lo
practican, saben que no hay reconciliación sin la donación de su vida, y que
hay que buscar la paz siempre y en cualquier caso”.
A continuación, sigue la
catequesis completa del Papa Francisco.
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
catequesis de hoy está dedicada a la séptima bienaventuranza, la de los «trabajadores
de la paz», que son proclamados hijos de Dios. Me alegro de que caiga
inmediatamente después de la Pascua, porque la paz de Cristo es el fruto de su
muerte y resurrección, como escuchamos en la lectura de San Pablo. Para
entender esta bienaventuranza debemos explicar el significado de la palabra «paz»,
que puede entenderse mal o, a veces, trivializarse.
Debemos
orientarnos entre dos ideas de paz: la primera es la bíblica, donde aparece la
hermosa palabra shalom, que expresa abundancia, prosperidad,
bienestar. Cuando en hebreo se desea shalom, se desea una vida bella,
plena y próspera, pero también según la verdad y la justicia, que se cumplirán
en el Mesías, Príncipe de la paz (cf. Is 9,6; Mic 5,4-5).
Luego
está el otro sentido, más difundido, en el que la palabra «paz» se entiende
como una especie de tranquilidad interior: estoy tranquilo, estoy en paz. Se
trata de una idea moderna, psicológica y más subjetiva. Comúnmente se piensa
que la paz sea la tranquilidad, la armonía, el equilibrio interior. Esta
acepción de la palabra “paz” es incompleta y no debe ser absolutizada, porque
en la vida la inquietud puede ser un momento importante de crecimiento. Muchas
veces es el Señor mismo el que siembra en nosotros la inquietud para que
salgamos en su búsqueda, para encontrarlo.
En
este sentido es un momento de crecimiento importante, mientras que puede
suceder que la tranquilidad interior corresponda a una conciencia domesticada y
no a una verdadera redención espiritual. Tantas veces el Señor debe ser «señal
de contradicción» (cf. Lc 2,34-35), sacudiendo nuestras falsas certezas para
llevarnos a la salvación. Y en ese momento parece que no tengamos paz, pero es
el Señor el que nos pone en este camino para llegar a la paz que él mismo nos
dará.
En
este punto debemos recordar que el Señor entiende su paz como
diferente de la paz humana, la del mundo, cuando dice: «Os dejo la paz, mi paz
os doy; no os la doy como la da el mundo» (Juan 14:27). La de Jesús es otra
paz, diferente de la mundana.
Preguntémonos:
¿cómo da el mundo la paz? Si pensamos en los conflictos bélicos, las guerras
normalmente terminan de dos maneras: o bien con la derrota de uno de los dos
bandos, o bien con tratados de paz. No podemos por menos que esperar y rezar
para que siempre se tome este segundo camino; pero debemos considerar que la
historia es una serie infinita de tratados de paz desmentidos por guerras
sucesivas, o por la metamorfosis de esas mismas guerras en otras formas o en
otros lugares. Incluso en nuestra época, se combate una guerra «en pedazos» en
varios escenarios y de diferentes maneras (1). Debemos, al menos, sospechar que
en el contexto de una globalización compuesta principalmente por intereses
económicos o financieros, la «paz» de unos corresponde a la «guerra» de otros.
¡Y ésta no es la paz de Cristo!
En
cambio, ¿cómo «da» su paz el Señor Jesús? Hemos escuchado a San Pablo decir que
la paz de Cristo es «la que hace de dos pueblos, uno» (cf. Ef 2:14),
anular la enemistad y reconciliar. Y el camino para alcanzar esta obra de paz
es su cuerpo. Porque él reconcilia todas las cosas y hace la paz con la sangre
de su cruz, como dice el mismo Apóstol en otro sitio (cf. Col 1, 20).
Y
aquí, yo me pregunto, podemos preguntarnos todos: ¿Quiénes son, pues, los
«trabajadores de la paz»? La séptima bienaventuranza es la más activa, explícitamente
operativa; la expresión verbal es análoga a la utilizada en el primer versículo
de la Biblia para la creación e indica iniciativa y laboriosidad. El amor, por
su naturaleza, es creativo – el amor es siempre creativo- y busca la
reconciliación a cualquier costo. Son llamados hijos de Dios aquellos que han
aprendido el arte de la paz y lo practican, saben que no hay reconciliación sin
la donación de su vida, y que hay que buscar la paz siempre y en cualquier
caso. ¡Siempre y en cualquier caso, no lo olvidéis! Hay que buscarla así. No es
una obra autónoma fruto de las capacidades propias, es una manifestación de la
gracia recibida de Cristo, que es nuestra paz, que nos hizo hijos de Dios.
El
verdadero shalom y el verdadero equilibrio interior brotan de la paz
de Cristo, que viene de su Cruz y genera una humanidad nueva, encarnada en una
multitud infinita de santos y santas, inventivos, creativos, que han ideado
formas siempre nuevas de amar. Los santos, las santas que construyen la paz.
Esta vida como hijos de Dios, que por la sangre de Cristo buscan y encuentran a
sus hermanos y hermanas, es la verdadera felicidad. Bienaventurados los que van
por este camino.
Y
una vez más, ¡Feliz Pascua a todos, en la paz de Cristo!
1
Cf. Homilía en el Sacrario Militar de Redipuglia, 13 de septiembre de
2014; Homilía en Sarajevo, 6 de junio de 2015; Discurso ante el
Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, 21 de febrero de 2020.
Larissa
I. López
© Librería
Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit