San Gregorio creía que seríamos capaces de reconocer y hablar
como amigos con los santos y otros personajes históricos en el Paraíso
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Museum Catharijneconvent, Utrecht, Photo Ruben de Heer | CC0 |
Sabemos muy poco del Paraíso, ya que no es tanto
un “lugar” como una “experiencia” insondable. ¡Es la
unión definitiva con Dios y eso es difícil de explicar con palabras!
Sin embargo,
varios santos han intentado imaginar cómo sería el Cielo, empleando la Biblia
como punto de partida.
Por ejemplo,
san Gregorio Magno observó la parábola de Jesús donde aparecen el hombre rico y
Lázaro. Señala que Lázaro está junto a Abraham en el Paraíso.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles
al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los
muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio
de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. (Lucas 16,22-23).
En sus Diálogos, Gregorio usa este episodio del
Evangelio como evidencia de que nos
reconoceremos en el Cielo, incluso si no nos vimos físicamente entre
nosotros en la tierra.
Pero para los elegidos acontece algo aún
más admirable, porque no sólo reconocen
a los que han conocido en este mundo, sino que reconocen como ya vistos y
conocidos a los buenos que nunca han visto. Porque cuando vean a los
antiguos padres en la herencia eterna, éstos no les serán desconocidos a la
vista, ya que siempre los han conocido en sus obras. Allí todos ven a Dios en
una claridad común. ¿Qué podrán ignorar allí donde conocen a Aquel que lo
conoce todo?
De esta
forma, compartiendo una unión íntima con Dios, serán capaces de hablar y
conversar con cualquiera que esté en el Paraíso, incluyendo los grandes
personajes históricos y los santos. No sentiremos nervios por hablar con ellos,
sino que será un profundo encuentro de
amigos.
Gregorio
también emplea un episodio de su vida como ejemplo, describiendo un hombre piadoso que conoció que tuvo una visión
similar antes de morir.
Un romano piadoso de una vida muy digna de
alabanza, que murió hace unos cuatro años, vio
a la hora de su partida –según atestiguan otros hombres piadosos que estuvieron
allí presentes–, a los profetas Jonás, Ezequiel y Daniel, y los llamó por sus
nombres diciéndoles que eran sus señores. Afirmó que ellos habían ido a por
él, y con los ojos bajos, en señal de reverencia, dejó su cuerpo. Este hecho da
a entender claramente cuál será el conocimiento en la vida incorruptible, ya que
este hombre hallándose todavía en su carne corruptible, reconoció a los santos
profetas a los que ciertamente nunca había visto.
Cuando
pensemos en nuestra propia muerte, podemos despertar en nuestro interior un
mayor deseo por el Paraíso al esperar con emoción el día en que estaremos
unidos con Dios y tendremos oportunidad de hablar con tantísimos santos que
hemos admirado estando en esta tierra.
Philip
Kosloski
Fuente: Aleteia