Advocación Mariana. Patrona de Cataluña, 27 de abril
La
montaña de Montserrat, en Cataluña, famosa entre las montañas por su rara
configuración, ha sido desde tiempos remotos uno de los lugares escogidos por
la Santísima Virgen para manifestar su maternal presencia entre los hombres.
Bajo la advocación plurisecular de Santa María de Montserrat, la Madre de Dios
y Madre de la Iglesia ha dispensado sus bendiciones sobre los devotos de todo
el mundo que a Ella han acudido a través de los siglos. Pero su maternidad se
ha dejado sentir más particularmente, desde los pequeños orígenes de la
devoción y en todas las épocas de su desarrollo, sobre las tierras presididas
por la montaña que levanta su extraordinaria mole en el mismo corazón
geográfico de Cataluña. Con razón, pues, la Iglesia, por boca de León XIII,
ratificando una realidad afirmada por la historia de numerosas generaciones,
proclamó a Nuestra Señora de Montserrat como Patrona de las diócesis catalanas,
señalando, asimismo, una especial solemnidad litúrgica para honrar a la
Santísima Virgen y darle gracias por todos sus beneficios bajo esta su peculiar
advocación.
Aunque la devoción a la Virgen Santísima en Montserrat sea, con toda
verosimilitud, bastante más antigua, consta, por lo menos, históricamente que
en el siglo IX existía en la montaña una ermita dedicada a Santa María. El
padre de la patria Wifredo el Velloso la cede, junto con otras tres ermitas de
Montserrat, al monasterio de Santa María de Ripoll. Será un gran prelado de
este monasterio, figura señera de la Iglesia de su tiempo, el abad Oliva, quien
siglo y medio después, estableciendo una pequeña comunidad monástica junto a la
ermita de Santa María, dará a la devoción el impulso que la habrá de llevar a
la gran expansión futura.
El culto a Santa María en Montserrat queda concretado bien pronto en una
imagen. La misma que veneramos hoy. La leyenda dice que San Lucas la labró con
los instrumentos del taller de San José, teniendo como modelo a la misma Madre
de Jesús, y que San Pedro la trasladó a Barcelona. Escondida por los
cristianos, ante la invasión de los moros, en una cueva de la montaña de
Montserrat, fue milagrosamente hallada en los primeros tiempos de la Reconquista
y también maravillosamente dio origen a la iglesia y monasterio que se
erigieron para cobijarla.
En
realidad, Santa María de Montserrat es una hermosa talla románica del siglo
XII. Dorada y policromada, se presenta sentada sobre un pequeño trono en actitud
hierática de realeza, teniendo al Niño sobre sus rodillas, protegido por su
mano izquierda, mientras en la derecha sostiene una esfera. El Niño levanta la
diestra en acto de bendecir y en su izquierda sostiene una piña. Rostro y manos
de las dos figuras ofrecen la particularidad de su color negro, debido en buena
parte, según opinión de los historiadores, al humo de las velas y lámparas
ofrecidas por los devotos en el transcurso de varios siglos. Así es como la
Virgen de Montserrat se cuenta entre las más señaladas Vírgenes negras y recibe
de los devotos el apelativo cariñoso de Moreneta.
Presidida por esta imagen, la devoción a Santa María de Montserrat se extendió
rápidamente por las tierras de Cataluña y, llevada por la fama de los milagros
que se obraban en la montaña, alcanzó bien pronto a otros puntos de la
Península y se divulgó por el centro de Europa. Las conquistas de la corona
catalano-aragonesa la difunden hacia Oriente, estableciéndola sobre todo
firmemente en Italia, en donde pasan de ciento cincuenta las iglesias y
capillas que se dedicaron a la Virgen negra.
Más
tarde el descubrimiento de América y el apogeo del imperio hispánico la
extienden y consolidan en el mundo entonces conocido. No sólo se dedican a
Nuestra Señora de Montserrat las primeras iglesias del Nuevo Mundo, no sólo se
multiplican allí los templos, altares, monasterios e incluso poblaciones a Ella
dedicados, sino que la advocación mariana de la montaña sigue también los
grandes caminos de Europa y llega, por ejemplo, hasta presidir la capilla
palatina de la corte vienesa del emperador. Si para España, en los momentos de
su plenitud histórica, la Virgen morena de Montserrat es la Virgen imperial que
preside sus empresas y centra sus fervores marianos, la misma advocación de
Santa María de Montserrat. se presenta en la historia de la piedad mariana como
la primera advocación de origen geográfico que alcanza, con las proporciones de
la época, un renombre universal.
Es interminable la sucesión de personalidades señaladas por la devoción a Santa
María de Montserrat. Los santos la visitan en su santuario: San Juan de Mata,
San Pedro Nolasco, San Raimundo de Peñafort, San Vicente Ferrer, San Luis
Gonzaga, San Francisco de Borja, San José de Calasanz, San Benito Labre, el
Beato Diego de Cádiz, San Antonio María Claret, y sobre todo San Ignacio de
Loyola, convertido en capitán del espíritu a los pies de la Virgen negra.
Los
monarcas y los poderosos suben también a honrarla en su montaña: después del
paso de todos los reyes de la corona catalano-aragonesa, con sus dignatarios y
con sus casas nobles, el emperador Carlos V visita Montserrat no menos de nueve
veces y Felipe II, igualmente devoto de Santa María, se complace en la
conversación con sus monjes y sus ermitaños. Es conocida la muerte de ambos
monarcas sosteniendo en su mano vacilante la vela bendecida de Nuestra Señora
de Montserrat.
Los
papas se sienten atraídos por la fama de los milagros y el fervor de las
multitudes y colman de privilegios al santuario y a su Cofradía. Esa agrupación
devota, instituida ya en el siglo XIII para prolongar con sus vínculos
espirituales la permanencia de los fieles en Montserrat, constituye uno de los
principales medios para la difusión del culto a la Virgen negra de la montaña,
hasta llegar a la recobrada pujanza de nuestros días. Las más diversas
poblaciones tienen actualmente sus iglesias, capillas o altares dedicados a
Nuestra Señora de Montserrat, desde Roma a Manila o Tokio, por ejemplo, pasando
al azar por París, Lourdes, Buenos Aires, Jerusalén, Bombay, Nueva York,
Florencia, Tánger, Praga, Montevideo o Viena.
Los
poetas y literatos de todos los tiempos forman también en la sucesión de
devotos de Santa María de Montserrat: Alfonso el Sabio la dedica varias
cantigas, el canciller de Ayala, Cervantes, Lope de Vega, Goethe, Schiller,
Mistral, con los escritores catalanes en su totalidad, cantan las glorias de la
Moreneta, de su santuario, de su montaña.
Familias
distinguidas y humildes devotos se honran en ofrecer sus donativos a la Virgen,
para sostener la tradicional magnificencia de su culto, atendido desde los
orígenes por los monjes benedictinos, y para cooperar al crecimiento y
esplendor de la devoción. Es ésta una bella constante de la historia de
Montserrat, desde las antiguas donaciones consignadas en los documentos más
primitivos, pasando por el trono de catorce arrobas de plata ofrendado por la
familia de los Cardona y el retablo policromado del altar mayor que costeó la
munificencia de Felipe II, hasta el trono y la campana mayor de nuestros días,
sufragados por fervorosa suscripción popular.
También
las familias devotas de todas las épocas han tenido un verdadero honor en que
sus hijos consagraran los años de la niñez al servicio de Santa María,
encuadrados en la famosa Escolanía o agrupación de niños cantores consagrados
al culto, importante asimismo por la escuela tradicional de canto y composición
que forman sus maestros, existente ya con seguridad en el siglo XIII y
probablemente tan antigua como el santuario. Con sus actuaciones musicales,
siempre tan admiradas, en la liturgia de Montserrat esos niños constituyen una
de las notas más típicas e inseparables de la devoción a la Virgen negra, a
cuya imagen aparecen íntimamente unidos en la realidad de su propia vida como
en el sencillo simbolismo de las antiguas estampas y las modernas pinturas de
Nuestra Señora de Montserrat.
A lo largo de más de mil años de historia, en el despliegue de un conjunto tan
singular como el que forma la montaña con la ermita inicial, con el santuario y
con el monasterio, la Santísima Virgen, en su advocación de Montserrat, ha
recibido el culto de las generaciones y ha dispensado sus gracias, sensibles o
tal vez ocultas, a quienes la han invocado con fervor.
Hoy
como nunca suben numerosas multitudes a Montserrat. Peregrinos en su mayoría,
pero también no pocos movidos por respetuosa curiosidad. El lugar exige un
viaje ex profeso, pero las estadísticas hablan de cifras que cada vez se
acercan más al millón anual y que en un solo día pueden redondear fácilmente
los diez o doce mil, con un porcentaje siempre acentuado de visitantes
extranjeros.
En
Montserrat encuentran una montaña sorprendente, maravillosa por su
configuración peculiar. Encuentran un santuario que les ofrece ciertos tesoros
artísticos y humildes valores de espiritualidad humana y sobrenatural.
Encuentran la magnificencia del culto litúrgico de la Iglesia, servido por una
comunidad de más de ciento cincuenta monjes que consagran su vida a la búsqueda
de Dios, a la asistencia de los mismos fieles, a la labor científica y
cultural, a los trabajos artísticos.
Hijos
de San Benito, esos monjes oran, trabajan y se santifican santificando,
esforzándose por corresponder a las justas exigencias del pueblo fiel, que
confía en su intercesión y busca en ellos una orientación para la vida
espiritual y también humana. Por su unión íntima con el monasterio, en fin, el
santuario aparece caracterizado como el santuario del culto solemne, del canto
de los monjes y especialmente de los niños; pero sobre todo como el santuario
de la participación viva de los fieles en la liturgia, o, resumiendo la idea
con frase expresiva, como el santuario del misal.
Todo esto encuentra el peregrino en Montserrat. Pero por encima de todas esas
manifestaciones, y en el fondo de todas ellas, encuentra a la Santísima Virgen,
la cual, como en tantos otros lugares de la tierra, aunque siempre con un matiz
particular y distinto, ha querido hacerse presente en Montserrat.
En 1881 fue coronada canónicamente la imagen de Nuestra Señora de Montserrat.
Era la primera en España que recibía esta distinción. El mismo León XIII la
señalaba como Patrona de las diócesis catalanas y concedía a su culto una
especial solemnidad con misa y oficio propios. Hasta entonces la fiesta
principal del santuario había sido la de la Natividad de Nuestra Señora, el 8
de septiembre. En realidad, esta solemne fiesta no debía perder su tradicional
significación. Todavía hoy conserva su carácter como de fiesta mayor, popular,
del santuario. Pero una nueva festividad, con característica de patronal, venía
a honrar expresamente a la Santísima Virgen en su advocación de Montserrat. Es
la fiesta que no puede dejar de celebrar hoy todo buen devoto de la Virgen
negra. Situada al principio como fiesta variable en el mes de abril, después de
una breve fluctuación quedó fijada para el día 27. El misterio que la preside
es el de la Visitación. En verdad, la Santísima Virgen visita en la montaña a
los que acuden a venerarla y, como pide la oración de la solemnidad, les
dispone para llegar a la Montaña que es Jesucristo.
Por:
Aurelio Mª Escarre O. S B.
Fuente:
Catholic.net






