El
padre Víctor Codina S.J. plantea la necesidad de relanzar el trabajo
evangelizador de la Iglesia como prioridad, una vez se haya superado la crisis
sanitaria que vivimos
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Oración en familia. Comunidad congolesa en Roma (Vatican Media) |
El
conocimiento de la Palabra de Dios, vivir la experiencia salvadora de Jesús y participar
de la vida en comunidad, constituyen el terreno fértil para celebrar plenamente
la eucaristía y los sacramentos.
El
teólogo español Víctor Codina S.J. reflexiona sobre la importancia de impulsar,
con fuerza, una vez superado el momento actual, una iglesia evangelizadora que
continúe anunciando la buena noticia de Jesús a los más vulnerables. En ese
contexto de Iglesia en salida, tendrá pleno sentido la celebración de la
eucaristía y de los demás sacramentos.
Cuando
acabe la pandemia, no volvamos a restaurar la Iglesia sacramentalista del
pasado, salgamos a la calle a evangelizar, sin proselitismos, para
anunciar con alegría la buena noticia de Jesús a quienes no entran en el templo.
Así tendrá sentido pleno celebrar en la comunidad cristiana la fracción
del pan y los demás sacramentos.
Unas
de las consecuencias de la pandemia ha sido el cierre de todos los lugares de
culto, de todas las iglesias y templos. También las bendiciones Urbi et Orbi de
Francisco fueron ante una Plaza y una basílica de San Pedro vacías. Muchos
auguraban una cuaresma y una Semana Santa muy pobre, sin celebraciones
litúrgicas, sin Vía Crucis, ni pasos de procesiones.
Escuchar la voz de Dios
Y,
sin embargo, ha sido una Semana Santa sumamente profunda y rica, no solo por
participar mediáticamente de las ceremonias, sino por algo más hondo: vivir de
cerca la pasión del Señor en la pasión y el sufrimiento de los enfermos,
lectura del evangelio y oración en familia, experimentar la ayuda a gente mayor
solitaria y la colaboración a vecinos, aplausos a médicos, sanitarios,
transportistas, trabajadores de farmacias y supermercados, a voluntarios que
reparten comidas, etc. Los protagonistas de esta Semana Santa no han sido los
curas, ni siquiera sus trasmisiones mediáticas, sino las familias, laicos y
laicas, los y las jóvenes. Se ha promovido una Iglesia doméstica, en la que los
laicos son protagonistas, donde han sido siempre los papás, no el párroco,
quienes han enseñado a rezar a sus niños antes de ir a dormir. Donde hay dos o
tres reunidos en nombre del Señor, Él está en medio de ellos.
Quizás
muchos crean que este cierre de las iglesias ha sido solo un paréntesis
pastoral y que pronto se volverá a la situación de antes. Otros, como el
sociólogo y teólogo Tomás Halik, de Praga, afirman claramente que este es un
tiempo favorable y de gracia, un kairós, un signo de los tiempos, Dios nos
quiere revelar algo.
¿Qué
quiere decirnos Dios? Cada uno puede dar una respuesta personal, pero a nivel
eclesial quizás podemos pensar que el Espíritu nos invita a pasar de una
Iglesia sacramentalista y clerical a una Iglesia evangelizadora.
Por una iglesia
evangelizadora
Iglesia
sacramentalista sería la que se identifica tanto con los siete sacramentos que
tiene el riesgo de considerar al clero como el protagonista de la Iglesia y al
templo como su centro autorreferencial o propio, mientras margina a los laicos,
descuida la evangelización, el anuncio la Palabra, la iniciación a la fe, la oración,
la formación cristiana, sin formar una comunidad cristiana, ni un laicado
de ciudadanos responsables y solidarios con los pobres y marginados.
Muchos párrocos se angustian al ver que los sacramentos rápidamente disminuyen
y sus fieles envejecen.
Iglesia
evangelizadora es la que hace lo que hizo Jesús: anunciar la buena nueva del
Reino de Dios, predicar, curar enfermos, comer con pecadores, dar de comer a
hambrientos, liberar de toda opresión y esclavitud. Este era el programa de
Jesús en la sinagoga de Nazaret: dar vista a los ciegos, liberar a los
cautivos, evangelizar a los pobres, anunciar la gracia y la misericordia de
Dios. En la última cena Jesús instituyó la eucaristía, pero el evangelio de
Juan situó en la última cena el lavatorio de los pies y el mandamiento nuevo
del amor fraterno, completando la dimensión litúrgica con la más existencial y
evitar así que la eucaristía se convirtiese en un mero rito vacío.
Los sacramentos, signos
sensibles y eficaces de la gracia
No
se trata de olvidar los sacramentos, sino de valorarlos como “signos sensibles
y eficaces de la gracia”, pero siempre a la luz de la fe y de la Palabra, para
que no se conviertan en magia y pasividad. Por esto, toda celebración
sacramental viene precedida por la celebración de la Palabra; el Concilio
Vaticano II afirma que la misión primera de los obispos y presbíteros consiste
en anunciar la Palabra de Dios.
“La eucaristía hace la
Iglesia”
Ciertamente
“la eucaristía hace la Iglesia”, sin eucaristía no hay Iglesia plenamente constituida,
pero esta frase debe completarse con su contraparte: “la Iglesia hace la
eucaristía”, es toda la comunidad, presidida por sus pastores, la que celebra
la eucaristía, sin el tejido de una comunidad eclesial no habría eucaristía.
Dejemos al Señor, salir a
la calle
El
Cardenal Jorge Bergoglio, en el cónclave de su elección como obispo de Roma,
ofreció una original interpretación del texto de Apocalipsis 3,20, en el que el
Señor llama a la puerta para que le abramos. Ordinariamente se entiende que el
Señor quiere que le abramos la puerta para entrar en nuestra casa, pero Bergoglio
dijo que lo que el Señor nos pide ahora es que le abramos la puerta y le
dejemos salir a la calle.
Por
esto Francisco habla de “una Iglesia en salida”, hacia las fronteras, hospital
de campaña, que huela a oveja, que encuentre a Cristo en las heridas del pueblo
y de la Iglesia, cuide nuestra casa común, callejee la fe, como María que fue a
toda prisa a visitar a su prima Isabel. No se trata de convertir a la Iglesia
en una ONG, pues la eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de Jesús,
es la cumbre de la vida cristiana, pero solo se va a esta cumbre por el camino
de fe y del seguimiento de Jesús.
A
veces los poetas son quienes entienden mejor los misterios de la fe. Las
reflexiones del poeta catalán Joan Maragall ante una iglesia quemada durante la
Semana Trágica de Barcelona, el año 1909, pueden ser actuales. Cuando Maragall,
acudió el domingo a una iglesia que había sido incendiada la semana anterior,
escribió:
«Yo
nunca había oído una Misa como aquella. La bóveda de la iglesia descalabrada,
las paredes ahumadas y desconchadas, los altares destruidos, ausentes, sobre
todo aquel gran vacío negro donde estuvo el altar mayor, el suelo invisible
bajo el polvo de los escombros, ningún banco para sentarse, y todo el mundo de
pie o arrodillado ante una mesa de madera con un crucifijo encima, y un
torrente de sol entrando por el boquete de la bóveda, con una multitud de
moscas bailando a la luz cruda que iluminaba toda la iglesia y hacía parecer
que oíamos la Misa en plena calle…».
A
Maragall, aquella misa, después de la violencia anticlerical de la Semana
Trágica le pareció nueva, un rincón de las catacumbas de los primeros
cristianos. Pensaba que la misa siempre debería ser así: una puerta abierta a
los pobres, a los oprimidos, a los desesperados, para quienes fue fundada la
Iglesia, y no cerrada ni enriquecida “amparada por los ricos y poderosos que
vienen a adormecer su corazón en la paz de las tinieblas”. No hay que
reedificar la iglesia quemada, ni ponerle puertas.
No
puede establecerse un paralelismo fácil entre la Semana Trágica y la actual
pandemia, pero es válida la intuición del poeta: no volvamos a edificar la
iglesia de antes.
Cuando
acabe la pandemia, no volvamos a restaurar la Iglesia sacramentalista del
pasado, salgamos a la calle a evangelizar, sin proselitismos, para anunciar con
alegría la buena noticia de Jesús a quienes no entran en el templo. Así tendrá
sentido pleno celebrar en la comunidad cristiana la fracción del pan y los
demás sacramentos.
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