La Iglesia defiende la responsabilidad social, la solidaridad
con los más débiles y la cooperación internacional
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SamaraHeisz5 | Shutterstock |
En un momento de tanta controversia sobre las
cuarentenas y medicamentos alternativos, en busca de solidaridad y esperanza,
debemos tener claro cómo, desde una perspectiva católica, puede haber un
diálogo entre la ciencia y la religión, y cómo nos ilumina en la lucha contra
la Covid-19.
La Santa Sede
cuenta con órganos dirigidos específicamente al diálogo con la ciencia y la
tecnología en el mundo actual. A finales de marzo, tres de ellos sacaron
documentos dirigidos específicamente a la crisis actual.
Las Academias
Pontificias de Ciencias y Ciencias Sociales publicaron, en coautoría, Responding
to the Pandemic, Lessons for Future Actions and Changing Priorities (en
español: “Respondiendo a la pandemia, lecciones para acciones futuras y cambio
de prioridades”) y la Academia Pontificia para la Vida, Pandemia
y Fraternidad Universal.
Las tres academias caminan en el mismo
sentido, exhortando el trabajo de los científicos y el apoyo de los
gobiernos a la investigación (aunque reconociendo los
límites inherentes al conocimiento científico); llamando a los entes públicos a la
responsabilidad frente a la vida de las personas, particularmente de los más
pobres y vulnerables; valorando la solidaridad entre todos
en la sociedad y la cooperación internacional.
Puede parecer
que esos temas, así resumidos, solo apoyen las posiciones externalizadas por la
mayoría de los medios y la opinión pública. Pero en realidad, su implicación es
mucho mayor.
El realismo frente a la ciencia
El cristianismo siempre ha buscado
apartarse de las supersticiones e ilusiones. Por eso, en la antigüedad y la
Edad Media, hizo un intenso diálogo con la filosofía, confiando en que la
verdad es siempre única, aunque se manifieste de muchas formas,
y todos los que la buscan sinceramente pueden entenderse.
La doctrina
católica condena, por eso, tanto la ideología negacionista, que
no quiere reconocer el conocimiento científico cuando es contrario a su visión
del mundo, como la ideología científica, que espera usar
la ciencia para validar el comportamiento humano y la moral.
Se trata de
una postura realista en relación a la ciencia.
La
investigación basada en el método científico ha mostrado que no
podemos confiar de modo incuestionable en nuestra percepción de la realidad,
pues esta muchas veces falla.
El
ejemplo clásico es el de un palo sumergido en agua limpia: esta parece
“romperse” en la superficie y sufrir una pequeña desviación en la parte
sumergida, debido a una ilusión óptica explicada por la física. La ciencia
aclara el fenómeno y muestra el error de nuestros sentidos.
En el mundo
actual, no podemos simplemente negar los datos de la ciencia porque nos
desagraden. Pero los científicos también están equivocados.
Un importante
filósofo de la ciencia, Karl Popper, afirma que la
ciencia nunca puede afirmar con certeza cuándo una afirmación es cierta, solo
cuándo está equivocada.
El hecho de
que todas las evidencias corroboren una hipótesis no significa que mañana no
surja una nueva evidencia que muestre su error.
Basta esa
única evidencia contraria para que sepamos que la teoría está equivocada y debe
ser descartada o revisada. El buen científico está siempre dispuesto a reconocer
errores en sus teorías y rendirse a las nuevas evidencias.
Para que un
trabajo científico sea aceptado, debe pasar por una “revisión por pares”, es
decir, otros científicos que conocen profundamente el asunto deben hacer una
revisión del estudio, para verificar si la
metodología ha sido bien aplicada, si los datos no han sido falseados y si las
conclusiones tienen sentido.
Es ese el
sistema que hace que el conocimiento científico actual sea tan consistente y
confiable, en contraposición a las tesis negacionistas que se basan en
percepciones subjetivas e individuales de la realidad.
La contribución de la sabiduría
Quien cree de forma ciega en las teorías
científicas es tan ideológico como quien niega la ciencia. Pero, probablemente,
el mayor peligro de la ciencia no es creer que la ciencia es infalible, sino querer
usarla para validar la moral.
La ciencia nos habla de relaciones entre
causa y efecto, pero no nos informa sobre el sentido de las cosas.
Nos explica
cómo el coronavirus se propaga y afecta nuestro organismo, permite trazar
modelos matemáticos del desarrollo de la pandemia y hacer previsiones sobre su
choque en la economía.
Pero no nos
dice nada sobre el sentido de la vida de
los que han muerto, no nos permite entender por qué la esperanza no
muere en nuestro corazón o vislumbrar la belleza que se
acurruca en los brazos de la verdad.
Una respuesta
a esas cuestiones depende de la sabiduría, que no viene de
la ciencia, sino de la experiencia de la
vida, de la filosofía y la religión.
El magisterio de la Iglesia siempre ha
defendido la responsabilidad social, la solidaridad con los más débiles y la
cooperación internacional.
Para los
cristianos, esos no son “descubrimientos” de este tiempo de pandemia; basta
recordar la defensa que el Papa ha hecho de los migrantes y refugiados y las
encíclicas sociales de sus antecesores.
Cuando la
Iglesia defiende esos principios, no está “rindiéndose” a la mentalidad
dominante, sino llamando a todos para que se adhieran a los principios que su
sabiduría milenaria siempre ha anunciado.
El diálogo
entre la ciencia y el cristianismo no puede negar el conocimiento científico en
nombre de posicionamientos subjetivos y particulares, sino que debe iluminar
la ciencia con la sabiduría que nace del encuentro con
Cristo.
Francisco Borba Ribeiro Neto
Fuente:
Aleteia