Martirologio Romano: En Roma, san Félix
de Cantalicio, religioso de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, el
cual, con admirable austeridad y sencillez, ejerció el trabajo de recaudar la
limosna en la ciudad eterna durante cuarenta años, sembrando al mismo tiempo
paz y caridad a su alrededor († 1587).
Fecha de beatificación: 1 de octubre de
1625 por el Papa Urbano VIII
Fecha de canonización: 22 de mayo de 1712
por el Papa Clemente XI
Breve Biografía
Nació en Cantalicio (Italia) en 1513. Hijo de dos campesinos muy pobres y muy piadosos. De niño tuvo por oficio pastorear ovejas, y allá en el campo, trazaba una cruz en la corteza de un árbol, y ante esa cruz pasaba horas rezando. Le encantaba rezar el Santo Rosario. Y decía que en cualquier oficio y a cualquier hora hay que acordarse de Dios y ofrecer por El todo lo que se hace o sufre.
Cuando ya era mayor, un día estaba arando el campo y de pronto los bueyes se asustaron y se le lanzaron encima. Al sentir que iba a morir allí pisoteado, prometió a Nuestro Señor dedicarse a una vida más perfecta. Salió ileso del accidente y al oír leer un libro de vidas de santos sintió un fuerte deseo de imitar a los grandes amigos de Dios en la oración y en la penitencia. Entonces le preguntó a un amigo cuál era la Comunidad religiosa más exigente y fervorosa que existía en ese entonces. El otro le dijo que eran los padres Capuchinos. Y hacia allá se dirigió a pedir que lo admitieran.
El superior, para que no se hiciera ilusiones le describió de manera muy fuerte
las penitencias que había que hacer en aquella comunidad y la gran pobreza en
que allí se vivía. Félix le preguntó: "Padre ¿en mi habitación hay un
crucifijo?". "Sí, lo habrá", le dijo el superior. "Pues
bastará mirar a Cristo Crucificado y su ejemplo me animará a sufrir con
paciencia". El superior comprendió que este joven amaba y meditaba la
Pasión de Cristo, y lo admitió.
El oficio de Félix desde que entró a la comunidad hasta que se murió, fue por
40 años, el de pedir limosna por las calles de Roma, para ayudar a los
necesitados. Era un oficio duro, cansado y humillante, pero él lo hacía con una
alegría que impresionaba gratamente a la gente. A su compañero de limosnería le
decía: "Amigo: los ojos en el suelo, el espíritu en el cielo y en la mano,
el santo rosario". Y repetía: "o santo, o nada". "La única
tristeza es la de no ser santo". Y con lo que recogía ayudaba a familias
muy necesitadas y a enfermos y gente abandonada.
La gente se admiraba de sus buenos consejos y le preguntaba en qué libro había
aprendido tanta sabiduría y él respondía: en un libro que tiene seis páginas:
cinco son las heridas de Cristo Crucificado, y la sexta es la Sma. Virgen
María.
Siempre alegre, parecía no sufrir. Se chistoseaba con San Felipe Neri. Un día
San Felipe le dice: "Fray Félix, que te quemen vivo los herejes, para que
te consigas un gran puesto en el cielo". Fray Félix le responde:
"Padre Felipe: que lo picadillen los enemigos de la religión para que así
se consiga una gran gloria en la eternidad".
Siempre viajaba descalzo por calles y caminos, todos los días. Dormía sobre una
tabla. La mayor parte de la noche la pasaba rezando. Se alimentaba con las
sobras que quedaban de la mesa de los demás. Cuando ya estaba anciano, un
cardenal le dijo: "Fray Félix, ya no cargue más esa maleta de mercados que
recoge para los pobres. Ya es tiempo de descansar", y el santo le
respondió: "Monseñor: el burro se hizo para llevar cargas. Mi cuerpo es un
borriquillo y si lo dejo descansar le puede hacer daño al alma".
Ya desde pequeño nunca se sentía ofendido cuando lo humillaban e insultaban.
Cuando alguien lo insultaba u ofendía muy fuertemente le decía: "Que Dios
te haga un santo. Pediré a Dios que te haga un buen santo".
Ayunaba muchas veces a pan y agua. Trataba de ocultar los dones sobrenaturales
que recibía del cielo, para que nadie los supiera, pero muchas veces mientras
ayudaba a Misa se elevaba por los aires.
Eran tantas las veces que repetía la frase "Gracias a Dios", que las
gentes sencillas al verlo decían: allá viene el hermanito "Gracias a
Dios".
San Carlos Borromeo le pidió unos consejos para obtener que sus sacerdotes se
hicieran más santos y le respondió: "Que cada sacerdote se preocupe por
celebrar muy bien la Misa y por rezar muy devotamente los salmos que tiene que
rezar cada día, el Oficio Divino".
Al franciscano Padre Montalto que iba a ser nombrado Sumo Pontífice le dijo:
"Si un día lo nombran Papa, esmérese por ser un verdadero santo, porque si
no es así, sería mucho mejor que se quedara como sencillo fraile en un
convento". Montalto llegó a ser Papa Sixto V y siempre recordaba el
consejo del humilde hermano Félix.
Desde pequeñito se sintió favorecido por la Santísima Virgen y le tuvo un
cariño inmenso. Cuando pasaba por frente a las imágenes de Nuestra Señora le repetía
aquello que a San Bernardo le agradaba tanto decirle: "Acuérdate que eres
mi Madre". Y le decía frecuentemente: "Yo soy siempre un pobre niño y
los niños no pueden andar sin la ayuda de la madre. No me sueltes jamás de tus
manos".
Pocos minutos antes de morir se llenó de alegría y de emoción y exclamó:
"Veo a mi Madre, la Virgen María, que viene rodeada de ángeles a
llevarme".
Murió el 18 de mayo de 1587 a los 72 años.
El Papa Sixto V decía que en su tiempo ya se habían obtenido 18 milagros por intercesión
de Félix de Cantalicio.
En 1712, el Papa Inocencio XI lo declaró santo.
Fuente: EWTN.com






