En la
vida diaria hay miles de pensamientos que atraviesan nuestra mente. Cuando son
malos, ¿hemos de ver en ellos siempre un pecado?
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By Leszek Glasner|Shutterstock |
Cada
vez que recitamos el Yo confieso,
nos vienen a la memoria las cuatro formas concretas que puede asumir el pecado:
de pensamiento, de palabra, por obra y por omisión.
Como vemos, el pecado
mental, “de pensamiento”, es nombrado en primer lugar.
En efecto, aunque la
tentación viene con más frecuencia del exterior, el pecado comienza siempre en
el interior de la conciencia, al menos bajo la forma del consentimiento y de la
complicidad.
Si
no expresamos esos malos pensamientos, ¿dónde está el mal?
Solo los pensamientos voluntarios pueden ser pecaminosos
“Lo que
sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que mancha al hombre. Del
corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las
fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones” (Mt 15,18-19).
El Sermón de la montaña nos
alerta también: lo prohibido del asesinato concierne también a la ira interior,
lo prohibido del adulterio concierne también a la mirada de deseo (Mt 5,22 y 28).
San Agustín lo subraya:
“Hay
hombres que se abstienen de las acciones y no se abstienen de los malos
pensamientos. Se preocupan de tener la carne limpia y no de tener también
limpio el espíritu”.
Y pone un ejemplo muy
directo: el hombre llevado por la pasión probablemente no se acuesta en la cama
de la mujer deseada, pero sí se acuesta con ella en espíritu. Una idea presente
también en el pensamiento de san Jerónimo: “No le falta la voluntad de pecar,
sino la ocasión”.
Sin embargo, ¡no
somos dueños de nuestros pensamientos! Es cierto, y esto requiere dos
comentarios.
Primero hay que destacar que
hay pensamientos y pensamientos. Lo más frecuente es que no se traten de
pensamientos en sentido estricto, sino más bien de cosas
que nos pasan por la cabeza o por el corazón sin que lo queramos.
Esto puede llegar hasta la
tentación, pero la tentación no es el pecado.
San Agustín muestra muy bien
el umbral: cuando “ya no se trata simplemente de experimentar las
solicitaciones de la carne, sino de dar pleno consentimiento a la pasión
trastornada, hasta el punto de no reprimir el deseo ilícito”.
Solamente pueden ser
pecaminosos (o, al contrario, virtuosos) los pensamientos voluntarios, lo que
implica pensar en la acción: recibir un pensamiento y mantenerlo.
Ser maestros de nuestros pensamientos
Hay
que añadir que el desorden de los “pensamientos” forma parte, por desgracia, de
la condición humana. Es una herencia del pecado que perturba la paz del corazón
y la claridad de la inteligencia.
Por eso debemos
convertirnos, con paciencia pero con firmeza, en maestros de nosotros mismos,
incluyendo de nuestros deseos y pensamientos.
Un trabajo difícil e
interminable que no se logra sin ascesis, una palabra que desgraciadamente ha caído
en desuso –no solo la palabra, también la cosa–.
Sin embargo, la ascesis es
más necesaria que nunca en un mundo que nos bombardea sin cesar con
invitaciones, emociones, reacciones.
“Todo
lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable
y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe
ser el objeto de [nuestros] pensamientos” (Flp 4,8).
Por el
padre Alain Bandelier
Fuente:
Aleteia