El dulce Huésped del alma nunca está inactivo. San Pablo nos recuerda que actúa en nuestros corazones derramando el amor de Dios. El modo más común de su actuación son sus inspiraciones
Es
un aprendizaje progresivo: se trata de convertirse en aquellas ovejas que
reconocen la voz de su pastor en medio de las otras voces que las rodean
(Jn 10, 3-5). Para lograr esto, es necesario crear poco a poco un cierto “clima
de vida” que comprende los siguientes elementos:
- Estemos firmemente decididos a hacer en todo la voluntad de Dios. Dios habla a aquellos que desean obedecerle.
- Llevemos una vida de oración regular, en la que intentemos principalmente tener una actitud de confianza, de disponibilidad interior a la acción de Dios. La fidelidad a la oración favorece y hace más profunda la disposición de apertura y de escucha.
- Meditemos regularmente las Santas Escrituras: su manera de tocar y hablar a nuestro corazón despierta en nosotros una sensibilidad espiritual y nos acostumbra poco a poco a reconocer la voz de Dios.
- Estemos firmemente decididos a hacer en todo la voluntad de Dios. Dios habla a aquellos que desean obedecerle.
- Llevemos una vida de oración regular, en la que intentemos principalmente tener una actitud de confianza, de disponibilidad interior a la acción de Dios. La fidelidad a la oración favorece y hace más profunda la disposición de apertura y de escucha.
- Meditemos regularmente las Santas Escrituras: su manera de tocar y hablar a nuestro corazón despierta en nosotros una sensibilidad espiritual y nos acostumbra poco a poco a reconocer la voz de Dios.
- Evitemos lo más posible las actitudes que pueden cerrarnos a la acción del
Espíritu: la agitación, las inquietudes, los miedos, los apegos excesivos a
nuestra propia manera de hacer o de pensar. La escucha al Espíritu Santo
requiere flexibilidad y desprendimiento interiores.
- Aceptemos con confianza los acontecimientos de nuestra vida, aun cuando
a veces nos contraríen o no correspondan a lo que nosotros esperábamos. Si
somos dóciles a la manera en la que Dios conduce los acontecimientos de nuestra
vida, si nos abandonamos entre sus manos de Padre, Él sabrá hablar a nuestro
corazón. Mantengámonos – dentro de lo posible – en paz y en confianza, pase lo
que pase. Cuanto más nos esforcemos por mantener la paz, más escucharemos
la voz del Espíritu.
- Sepamos acoger los consejos de las personas que nos rodean. Seamos
humildes de cara a nuestros hermanos y hermanas, no busquemos siempre tener la
razón o la última palabra en las conversaciones. Reconozcamos nuestros errores
y dejémonos corregir. Quien sabe escuchar a su hermano sabrá escuchar a
Dios.
- Purifiquemos constantemente nuestro corazón en el sacramento de la
penitencia. El corazón purificado por el perdón de Jesús percibirá su voz con
más claridad.
- Estemos atentos a lo que pasa en el fondo de nuestro corazón. El
Espíritu Santo no se deja escuchar en el ruido ni en la agitación exterior,
sino en la intimidad de nuestro corazón, por medio de mociones suaves y
constantes.
- Aprendamos poco a poco a reconocer lo que viene de Dios a través de los
frutos que produce en nuestra vida. Lo que viene del Espíritu trae consigo
paz, nos hace humildes, confiados, generosos en el don de nosotros mismos. Lo
que viene de nuestra sicología herida o del demonio produce dureza, inquietud,
orgullo, ensimismamiento…
- Vivamos en un clima de gratitud: si agradecemos a Dios por un
beneficio, él nos dará nuevas gracias, en especial las inspiraciones interiores
que necesitamos para servirle y amarle.
Por: P. Jacques Philippe
Fuente:
Catholic.net