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23.6.20
¿EL SER HUMANO CONSUELA A DIOS?
A
menudo pedimos consuelo a Jesús. Sin embargo, a veces Él también necesita
consuelo porque, además de haber cargado con nuestros pecados, en su cuerpo y
en la Cruz, aún continúa sufriéndolos en sus miembros. Pero ¿cómo se consuela a
Dios?
SHUTTERSTOCK
Existe un “Corazón que tanto ha amado a los
hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse
para testimoniarles su amor”, en las palabras de Jesús a santa Margarita María.
Según esas
revelaciones, “en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos,
ingratitudes y desprecios. Pero lo que más me duele es que se porten así los
corazones que se me han consagrado” a través de la Eucaristía.
Pero ¿podemos
de verdad consolar hoy en día a Aquel que sufrió realmente hace dos mil años?
¿Por qué y cómo se consuela a Quien vive ahora en el Cielo, en la felicidad
eterna?
“Espero compasión y no la encuentro”
La primera objeción invita a redefinir la
relación entre el tiempo histórico y el eterno presente de Dios.
Existe así
una misteriosa contemporaneidad entre los acontecimientos de la vida de Cristo
y nuestra propia historia, de forma que el acontecimiento histórico nos alcanza hoy
en nuestra propia realidad.
De este modo,
el sacrificio eucarístico hace realmente presente el sacrificio de la cruz. La
Escritura nos recuerda, además, que Cristo cargó con nuestros pecados, en su
cuerpo, sobre el madero (1 Pe 2,24).
Por eso la
Iglesia nunca ha olvidado que los propios pecadores fueron los autores y
los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor.
Si “él soportaba nuestros sufrimientos y
cargaba con nuestras dolencias” (Is 53,4), podemos entonces comprender
que son también nuestros actos de amor, nuestras ofrendas, nuestros “sí” los
que, inversamente, pueden aportar consuelo y alivio a Cristo que sufre su Pasión.
El versículo
21 del Salmo 69 marcó profundamente a santa Teresa de Calcuta:
“Espero
compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo”.
Ella añadió
de su propia mano al lado de este texto: “¡Sé esa persona!”. Esa persona que
aporte consuelo. El papa Pío XI concluyó así esta reflexión:
“Si a causa también
de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo
triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación
también futura (…). Así, aún podemos y debemos consolar a aquel Corazón
sacratísimo”.
Cristo
continúa sufriendo en sus miembros
Nuestros actos de amor contribuyen así a
consolar a Jesús por nuestros pecados que Lo clavaron en la cruz. Este consuelo
se hace especialmente en la adoración eucarística,
la Hora santa en presencia del “sacramento del Corazón de Jesús”.
“La
Iglesia busca sin cesar esa hora perdida en el Huerto de los Olivos, perdida
por Pedro, Santiago y Juan, para reparar esta deserción y esta soledad de Jesús”,
dijo san Juan Pablo II.
Para
responder a la segunda objeción, conviene considerar a Cristo “por entero”: cabeza
y cuerpo. San Pablo, tras caer del caballo, preguntó: “¿Quién
eres tú Señor?”. Y la voz respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (He 9,5).
Jesús mismo
nos lo enseñó:
“Les aseguro
que todo
lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron
por mí”.
Así, Cristo
continúa sufriendo en sus miembros, en todos nosotros, hermanos y hermanas, en
la humanidad. Y el consuelo del Corazón de Cristo pasa por
el consuelo de esos hermanos y hermanas.