Descubre
las pequeñas victorias invisibles que marcan la diferencia
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Por LedyX/Shutterstock |
Aprender
a servir supone aprender a renunciar a mis planes. A mis deseos, a mis
caprichos y todo por amor al otro. Todo servicio implica renuncia porque supone
servir la vida ajena y no pensar sólo en la propia.
Tiene
este tiempo algo de Nazaret. Tal vez no pueda hacer muchas cosas. Sólo quedarme
en casa y cuidar a los míos. Suena egoísta. Pero no lo es.
Es
un tiempo en el que puedo crecer en profundidad y hondura. Es una oportunidad
para cambiar mis categorías. Puedo llegar a ser mejor que antes.
El
otro día escuchaba: “Es necesario aprender a perder para ganar”.
Derrotas que enseñan
No
me gusta mucho perder. Aprendí de pequeño a ganar. Me dijeron que era lo
mejor. Yo lo viví así.
Sé
que el que gana sufre menos. El que pierde es humillado. Sentía que si perdía
en algo fracasaba. El problema era mío, o de este mundo que me enseña a
ser competitivo desde niño.
Entendía
la derrota como quedar por debajo de alguien que triunfaba. En los deportes, en
los juegos, en los estudios, en la vida.
Con
el tiempo comprendí que aprendía más de las derrotas que de las victorias. Cada
vez que salía derrotado podía mirar mi vida y sonreír. No era tan terrible.
La
vida da nuevas oportunidades siempre. No era un fracasado por haber
perdido una o más veces. Siempre podía empezar de nuevo desde cero. Podía
volver a luchar sin perder la esperanza.
Hicieron
más fuerte mi carácter las derrotas que las victorias. Me educaron más en mi
espíritu de lucha. No era todo fácil, no siempre iba a ganar.
Pérdidas que marcan
Con
el paso del tiempo fui ampliando el significado de perder. Podía perder
amigos, podía perder vínculos, personas amadas, lugares amados.
La
pérdida con los años pasó a formar parte de mi repertorio de verdades
profundas. No hay crecimiento sin pérdida. No hay ganancia sin haber
perdido antes.
Aprendí
con la vida que siempre que se pierde algo, surge un hueco doloroso en el
corazón, un gran vacío. Y a la vez brota una nueva presencia antes
desconocida.
Perder
va acompañado de ganar. Gano mientras pierdo. Consigo mientras no alcanzo. Esa
paradoja de la vida ha ido tomando fuerza en mí.
Perder
siempre implica un cambio, una transformación interior, un revulsivo. Perder me
lleva irremisiblemente a ganar. Una poesía de Francisco Luis Bernárdez me
muestra la verdad de todo esto:
si para estar ahora enamorado fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido, tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”.
Vivo
de lo que he perdido, de lo que he enterrado como semilla en la tierra de mi
alma. Sin amargura, con la cuota adecuada de pena, con el duelo necesario
e irrenunciable.
Pero siempre
esperando las flores de la primavera.
Una oportunidad
Porque Jesús
se manifiesta en mis derrotas con más fuerza que en mis victorias. En
momentos de gloria la fama y el aplauso no me dejan ver su rostro. Leía el otro
día:
“Ahora
sabemos cómo nos mira cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo
nos comprende y perdona cuando lo negamos”.
Jesús
me mira conmovido en mi dolor. Y viene a abrazarme mientras camino cabizbajo y
sombrío. De la derrota y de la pérdida saca una ganancia infinita para
mi vida. Sólo tengo que descubrirlo.
Pienso
en este tiempo que vivo. Tiempo de pérdidas. Tantas cosas que pierdo
para ganar otras. Tal vez no vea ahora lo que puedo ganar. Tal vez ahora
no me deja ver la tristeza de la pérdida la belleza de la ganancia.
El
tiempo puede que me ayude a desmalezar el camino. A ver con más claridad
en lo que ahora me entristece una fuente de agua verdadera.
Victorias escondidas
Pienso
en lo que la vida me ha quitado. Pienso en lo que no me ha dado. Y me alegro de
todo lo que he ganado.
He
ganado más veces de las que he perdido. Victorias pequeñas, íntimas,
invisibles a los ojos de los hombres. Algunas victorias sobre mi ánimo, sobre
mi pereza, sobre mi desesperanza. Victorias que se convierten en ganancia
para mí, para los míos.
Tal
vez este tiempo me haga ganar mucho para mi vida. Es como si perdiera el
tiempo, u oportunidades que nunca han sucedido.
Puede
que lamente las cosas que no han pasado. Los viajes no realizados. Las vidas
que no han sanado. Los trabajos perdidos…
El
dolor es parte de mi camino. No lo vivo en la superficie. En lo hondo de
mi corazón sufro y lloro haciendo el duelo que mi alma precisa.
Pero
sé que perder es parte de mi vida. No puedo tenerlo todo en mi poder, como a
veces pretendo. Mis elecciones suponen pérdidas y ganancias.
No
existe el crecimiento ascendente y lineal. La vida da muchas vueltas y si ahora
estoy arriba, mañana puede que esté abajo. Si ahora estoy riendo, puede que
mañana llore.
No
me lamento por la herida de ahora. No me glorío en mi risa de este
momento. Doy gracias a ese Dios que camina a mi lado ayudándome a ver lo
bello de cada día.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia