Parece
fácil ser cristiano; no matarás, no mentirás, no robarás y tienes el cielo
ganado
Los 10 mandamientos nos los enseñan desde que somos pequeños (¿al preparar la
primera comunión?), y desde entonces intentamos cumplir con ellos para ser las
buenas personas que queremos ser. La verdad es que querer ser buena persona es
un gran comienzo, y querer cumplir con los mandamientos aún más.
Recordando
el pasaje del joven rico, cuando este va al encuentro del Señor y le pregunta:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”, Jesús le responde “Tú
sabes los mandamientos: ‘no mates, no cometas adulterio, no hurtes, no des
falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”». A primera
vista parece que lo estamos haciendo bien.
Traduciendo
ese pasaje a nuestra vida, no solo se trata de atender a los 10 mandamientos
–que a veces pueden sonar un poco arcaicos– («no codiciarás a la mujer de tu
prójimo»), sino que se trata de cumplir con los deberes de tu estado (tu
situación cotidiana actual). Por ejemplo, si soy estudiante de la universidad y
contextualizo dichos mandamientos a mi día a día: voy a misa los domingos,
separo un espacio para mi oración, hablo con mis padres regularmente y nunca
les alzo la voz; intento (al menos intento), no hablar mal de nadie y hago mis
deberes de forma diligente.
Ahora
bien, ¿y si siempre he sido responsable y virtuosa?, ¿si como el joven rico
todo esto lo he cumplido bien? ¿Ahora qué?, ¿ya soy buena? No
debemos olvidar que a la pregunta del joven el Señor también le responde:
«¿Por qué Me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios».
La
mayor tentación de un cristiano comprometido con su fe está en que podemos
llegar a creernos buenos. Creer que hemos hecho suficiente. Entender la vida cristiana
como un catálogo de reglas que tenemos que cumplir para «ser bueno» es un error
que conlleva una profunda tristeza. Quien se gana el cielo y quien vive con esa
alegría en la tierra, no es la persona que concibe la vida como un continuo
poner vistos en una to-do-list. Claro está que cumplir con los mandamientos es
necesario (no me malinterpreten) pero esto no es suficiente para ser
llenar el corazón del hombre.
Entonces,
¿cómo se es santo y se gana el cielo?
El
joven rico se pregunta lo mismo y le dice al Señor: «Maestro, todo esto lo he
guardado desde mi juventud” a lo que Jesús responde “Una cosa te falta: ve
y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces
vienes y Me sigues».
¿Cómo
entender estas palabras tan exigentes del Señor en nuestra día a día? Estas 5
preguntas te pueden ayudar:
1. ¿Me he puesto hoy al
servicio de los demás?
El
Señor nos invita a vivir nuestra vida desde una perspectiva distinta, la de
dejar todo a los demás por Él, por amor.
Ese
«vende todo lo que tienes» hoy en día es una forma de vaciar el corazón de
prejuicios contra los demás, de dar demasiada importancia a las apariencias, de
preocuparse excesivamente de uno mismo; y de darle la oportunidad de llenarse
de Cristo.
Un
amor que «da a los pobres» es aquel que se entrega por completo a los demás
para vivir con una apertura radical a los demás. Ya lo decía San Agustín «Ama y
haz lo que quieras», ¡y no se equivoca! El amor es el auténtico fin del hombre
y lo único que puede colmar su corazón con anhelos de eternidad.
2. ¿He buscado hoy ser
instrumento de Dios para que los demás le conozcan?
Como
hemos dicho arriba, no se trata solo de ser buenos. El «nuevo» mandamiento del
amor renueva la vivencia de las enseñanzas que Dios nos ha dejado (cumplir con
los mandamientos) de manera que engrandece la vida del hombre al no dejarla
circunscrita a la constatación de «buenas obras», a conformarse con «ser
bueno», sino que lo lleva a ilusionarse con «ser perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto» (Mateo 5:48), perfectos en el amor. Y este amor, para
que sea perfecto, es expansivo, busca siempre transmitirse a los demás.
3. ¿He procurado cuidar
algún momento de oración hoy para poder encontrarme con Dios?
Sin
oración no somos nada. Para subir un poco más arriba del escalón de «ser
buenos», necesitamos de la gracia. Nadie puede ser santo por sus propios
medios.
«Siempre
que sentimos en nuestro corazón deseos de mejorar, de responder más
generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte claro para nuestra
existencia, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las palabras del
Evangelio: “conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. La oración es el
fundamento de toda labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si
prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada» (San José María Escrivá).
4. ¿He sido agradecido hoy
con Dios por todo lo que me ha regalado?
Una
de las condiciones más importantes para la santidad es el agradecimiento. Todo
lo bueno que tenemos proviene de Dios y es a Él a quien primero debemos
agradecer. Vivir en un constante agradecimiento nos ayuda a crecer en la
humildad y la alegría.
«El
saber agradecer a los hermanos es signo de que se tiene un corazón agradecido
para con Dios nuestro Señor y un corazón agradecido es siempre fuente de
gracia» (Papa Francisco).
5. ¿He sabido hoy apreciar
lo que los demás han hecho por mí?
No
solo se trata de ser agradecidos con Dios, es bueno también serlo con los
demás. Ir más allá de «ser buenos» implica ese ponernos siempre en disposición,
en apertura hacia los otros, y esto no se trata solo de servirlos, se trata
también de buscar valorar al otro por quién es, aprender a ver en cada persona
una oportunidad para vivir el encuentro, la alegría y el agradecimiento.
Por:
Kristina Hjelkrem
Fuente:
http://catholic-link.com