La
respuesta está en Dios
Es
normal preocuparse por el futuro sobre todo cuando pinta amenazador, y por
tantas cosas inquietantes. ¿Cómo evitar dedicar toda nuestra energía a temer un
acontecimiento que quizás podría suceder o quizás no suceder jamás, y perder la
alegría y la paz del corazón? La respuesta está en Dios
Existen dos tipos de inquietudes.
La inquietud positiva que revela en
nosotros la sed de Dios, “el Único Necesario” de nuestras vidas. San Agustín lo
expresa así: “Nos has hecho,
Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
La inquietud negativa, en cambio, nace de
las contradicciones que residen en nosotros y de los sufrimientos que derivan
de nuestra existencia. Esta inquietud a menudo nos hace perder la paz y la
alegría del corazón. Está en el centro de un combate espiritual sobre el que
conviene arrojar luz.
Las claves para afrontar el combate
Es normal que surjan estas inquietudes.
Jesús ya nos advirtió: “Es
angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida” (Mt 7,14).
La angustia, vista bajo este ángulo, aparece como
la entrada a la vida, como un segundo nacimiento y el punto de verificación más
seguro de nuestra vida espiritual.
Sin embargo, san Ignacio explica que las
circunstancias o los acontecimientos no son nunca los que nos hacen perder la
paz de corazón.
La causa está siempre en un distanciamiento de Cristo provocado
precisamente por la inquietud, suscitada a su vez por las dificultades.
El Maligno se involucra intentando captar
nuestra atención y ocupar nuestros pensamientos con mil preocupaciones. Su
objetivo: desviarnos de la presencia de Jesús.
San Pedro nos ofrece dos claves para
afrontar el combate: “Resístanlo
[al diablo], manteniéndose firmes en la fe” (1 P 5,9). Y también: “Depositen en [Dios] toda ansiedad, porque
él cuida de ustedes” (1
P 5, 7).
San Francisco de Sales insiste por su
parte: “No hay que buscar los
consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos”, y precisa: “La inquietud es el mayor mal que puede sobrevenir
a un alma, fuera del pecado”.
Es más que una tentación, dice: es la
puerta que abre a todas las tentaciones. Es más, Jesús sitúa “las
preocupaciones de la vida” al mismo nivel que el vicio y la embriaguez (Lc 21,34).
Por eso san Pablo nos anima: “No se angustien por nada, y en cualquier
circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de
gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo
lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos
de ustedes en Cristo Jesús” (Flp 4, 6-7).
La gracia del abandono
No se trata de hacer apología de la
pasividad o del quietismo. Se trata de ponerse con toda confianza en las manos
de Dios: “Padre mío, me abandono
a ti” (Carlos de Foucauld).
Por el pasado, arrojándolo en el horno de
su misericordia. Por el futuro, confiándolo a su providencia, sabiendo que “Dios es fiel, y él no permitirá que sean
tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación,
les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla” (1 Co 10,13).
Este abandono nos permite así vivir el
instante presente con la gracia del Señor, sabiendo que “es capaz de hacer infinitamente más de lo
que podemos pedir o pensar, por el poder que obra en nosotros” (Ef 3,20).
Fuente:
Edifa






