El
padre Mario resuelve dudas
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Bebé (C) Teologia para Milennials |
El
padre Mario
Arroyo Martínez ofrece hoy, en su artículo de “Teología
para Millennials”, la respuesta a una serie de dudas que pueden plantearse
en torno al aborto, a la defensa de la vida, que no se contradice con la de la
mujer.
En
concreto, reflexiona sobre la cuestión del falso dilema de abortar o no en los
casos de violación y de la legalización de esta práctica como un asunto de
“salud pública”, para evitar los abortos clandestinos.
El
sacerdote mexicano aporta luces para resolver esas dudas y propone “ensalzar la
maravilla de poder traer un ser humano al mundo, reconocer y premiar la
maternidad, independientemente de las circunstancias; o dando ayudas cuando la
maternidad se viva en un contexto difícil, como el embarazo adolescente”.
Cristina
estudia Derecho, es pro-vida, quiere defender a los niños no nacidos. Al mismo
tiempo está preocupada y comprometida activamente en la causa de la mujer.
Podrían parecer causas excluyentes, pero en realidad el binomio pro-vida y
pro-mujer es más frecuente de lo que se cree.
Ella
tiene unas dudas que resulta oportuno compartir, especialmente ahora, cuando la
batalla del aborto adquiere un mayor protagonismo social y político, pues
aquellos empeñados en legitimar el “derecho” a matar a los niños en el vientre
de su madre, como requisito indispensable para reconocer la “dignidad de la
mujer”, son inasequibles al desaliento.
¿No
resulta inmoral obligar a continuar el embarazo fruto de una violación? Se
trata de una falacia de falso dilema: “o aborto o pierdo la dignidad”. La
violación es un hecho monstruoso, lamentable, doloroso, pero no se remedia con
el aborto. El aborto no “des-viola” a la mujer.
Al
trauma de la violación se une el del aborto. Una realidad mala no se resuelve
con otra realidad mala, pues el mal se multiplica. Al mismo tiempo, supone la
grave injusticia de que un tercero pague por el abuso de otra persona, y lo
pague con la pena capital, con su vida. Porque el embrión -todo hay que
decirlo- está vivo y es de la especie humana, y esto es biología, no religión.
Así, en vez de castigar al violador, se condena a muerte a un inocente en
gestación que no ha hecho nada.
Es
una falacia de falso dilema porque no es la única opción. Es verdad que para la
madre gestante supone un sacrificio continuar el embarazo, una grave
incomodidad. Pero la alternativa tampoco es aceptable, pues se trata de privar
de la vida a un tercero. La madre gestante puede recibir todo el apoyo
psicológico, médico y humano del caso, y entregar después su hijo en adopción
si lo desea.
Así,
salva la vida de un inocente y brinda a unos padres que no pueden tener hijos
la posibilidad de criar uno, con el consuelo añadido de haberlo librado de una
muerte segura. Si fuera real esta alternativa, es decir, que resulte
inmoral continuar un embarazo fruto de una violación, significaría que en
algunos casos es “moral” matar a un ser humano inocente. ¿Qué moralidad sería
esa?
La
segunda duda de Cristina es: “Los abortos clandestinos ponen en riesgo la vida
de la mujer, y por eso deben ser regulados. Es un asunto de salud pública”. Es
un argumento más difícil de rebatir, porque se trata de un problema real y el
peligro es la muerte. Podría ser análogo a aceptar la prostitución como algo
indeseable pero inevitable.
Aceptar
esa argumentación sería equivalente a legalizar los carteles de drogas. “La
violencia causada por el narcotráfico está causando muchísimas muertes. Es un
problema real, de seguridad pública. Para evitarlas, debemos legalizar los
carteles”. Nótese que las muertes violentas por narcotráfico sí se pueden
contar con precisión –a diferencia de los abortos clandestinos que causan la
muerte de la madre gestante- y son con absoluta seguridad muchísimo más
numerosas. Sólo en México murieron violentamente 35,588 personas en 2019.
Legalizar
el aborto equivale a legalizar los carteles de droga, ya que lo que lo
justifica es evitar las muertes violentas, y no se encuentra otro camino para
hacerlo, con la diferencia de que son muchísimas más las muertes causadas por
el narcotráfico que las de los abortos clandestinos.
Sería
atendible si esa fuera la única opción. Pero se podrían hacer campañas justo a
la inversa. Por ejemplo, ensalzar la maravilla de poder traer un ser humano al
mundo, reconocer y premiar la maternidad, independientemente de las
circunstancias; o dando ayudas cuando la maternidad se viva en un contexto
difícil, como el embarazo adolescente.
Si
se ofrece un reconocimiento merecido –es heroico dar la vida en ese contexto- y
el imprescindible apoyo, se reduce drásticamente el número de abortos
clandestinos y de muertes maternas. Si se establecen penas severas para los
dispensadores de abortos clandestinos –y no para la mujer- como inhabilitación
de por vida a los médicos y enfermeras que participen, así como una pena de
cárcel análoga a la del homicidio con premeditación, alevosía y ventaja –que
eso es el aborto-, se desincentiva su práctica. Aun así, siempre habrá abortos
clandestinos y muertes maternas, pero en números muy reducidos, salvándose por
contrapartida a un número incontable de bebes, la mitad de ellos niñas.
Mario
Arroyo
Doctor
en Filosofía
Fuente: Zenit