¿Es
lícito usar tejido celular proveniente de un aborto?
El
sacerdote mexicano Mario Arroyo Martínez reflexiona
en “Teología para Millennials” acerca de
la elaboración de la vacuna contra la COVID-19 a partir de líneas
celulares obtenidas de fetos humanos de abortos provocados.
En
este sentido, el doctor en Filosofía parte de los informe publicados
por la Pontificia Academia para la Vida al
respecto, la primera del 5 de junio de 2005, y la “Nota acerca del uso de las
vacunas”, del 31 de julio de 2017, concluyendo que no hay inconveniente en
recurrir a ellas.
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Pregunta
Jorge Mario, estudiante de medicina, “¿es lícito moralmente usar la vacuna
contra el COVID-19, sabiendo que se obtuvo gracias a tejido proveniente de un
aborto?”. La elaborada por la Universidad de Oxford con Astra/Zeneca tiene
ese origen. Si hemos de atender a la premisa moral básica de que “el fin no
justifica los medios”, y a que de ninguna manera es correcto colaborar con el
aborto, podríamos adelantar una respuesta. Además, ¿no sería poco coherente
protestar en contra del aborto, pero beneficiarse de él, sirviéndonos de sus
frutos?
Dos
acotaciones preliminares son pertinentes. Primero que, para una mentalidad
pragmática y utilitarista, ningún inconveniente tiene utilizar una vacuna para
hacer frente al coronavirus, provenga de donde provenga. La cantidad de muertes
que está causando la pandemia, así como el colapso económico, junto con el
social que este último lleva aparejado, lo justificaría. No importa que a tal
efecto se sacrifique la vida de un ser humano inocente. Sería, en efecto, como
negociar con el terrorista, solo que en este caso es un terrorista biológico.
Sería equivalente al sacrificio humano, donde entrego a la doncella para
garantizar una buena cosecha, en beneficio de toda la comunidad. Su vida
estaría, finalmente, bien empleada, serviría para algo.
La
segunda precisión es que, del lado inverso, ni siquiera los “moralistas
expertos” parecen aclararse suficientemente respecto a esta delicada cuestión.
En efecto, no es la primera vez que se plantea el problema, pues son muchas las
vacunas desarrolladas a partir de células obtenidas a partir de abortos. Así,
la Pontificia Academia para la Vida, elaboró
un dictamen restrictivo al respecto en: “Reflexiones morales acerca de las
vacunas preparadas a partir de células provenientes de fetos humanos
abortados”, del 5 de junio de 2005. En cambio, en su “Nota acerca del uso
de las vacunas”, del 31 de julio de 2017, matiza bastante sus afirmaciones,
concluyendo que no hay inconveniente en recurrir a ellas. ¿A qué se debe ese
cambio de línea?
La
argumentación ética descansa en dos reflexiones. Primero que “las líneas
celulares actualmente utilizadas son muy lejanas de los abortos originales, y
no implican más aquella relación de cooperación moral indispensable para la
valoración éticamente negativa en su utilización”. Los abortos que están en la base
de los diferentes proyectos de vacunas contra el COVID-19 se produjeron en 1972
y en 1985. Pero, más allá del tiempo –el trascurrir temporal no convierte en
buena una acción mala-, está el hecho de que no son necesarios más abortos, no
se fomenta su práctica porque las líneas celulares que ahora se tienen están
suficientemente probadas. No habrá una nueva “demanda” de abortos. En segundo
lugar, la nota de 2017 explica que “el mal, en sentido moral, está en las
acciones, no en las cosas o en la materia en cuanto tal”. En ese sentido, todo
hay que decirlo, el aborto original fue lamentable, pero las líneas celulares
obtenidas a partir de él, no puede decirse que “estén malditas”.
Los
dos documentos, el de 2005 y el 2017 insisten, sin embargo, en la necesidad de
promover que ninguna vacuna en uso tenga como origen un aborto provocado, es
decir, una “limpieza ética de origen”. No es una quimera, de hecho, algunos de
los protocolos de investigación actuales contra el COVID-19, se sirven de
diagnósticos por amniocentesis, o utilizan ARN Mitocondrial, es decir, no
implican un aborto. Ambos coinciden en que sería inaceptable recurrir a nuevos
abortos para conseguir desarrollar la vacuna, y en la importancia de presentar
una oportuna petición o reclamación a las autoridades, para no acostumbrarnos a
utilizar los abortos, es decir, ver a la vida humana como un insumo, como
“material genético” desprovisto de dignidad.
En
esa última línea insiste más el documento del 2005, pero recientemente la
Conferencia Episcopal Norteamericana, ha pedido a la FDA de los Estados Unidos,
“incentivar a las compañías farmacéuticas a usar sólo líneas celulares o
procedimientos morales para producir vacunas”. Se trata de no conformarse o
acostumbrarse a servirse de abortos. En resumen, sería claramente inmoral
utilizar la vacuna si su elaboración supusiera nuevos abortos; no lo es si
proviene de un aborto lejano.
Mario
Arroyo Martínez
Fuente:
Zenit