Trabajar
juntos por el bien común
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Audiencia General, 9 septiembre 2020 (C) Vatican Media |
En
la catequesis de la audiencia general de este miércoles, la
sexta dentro del ciclo sobre la COVID-19, el Papa Francisco remarcó que “la
respuesta cristiana a la pandemia y a las crisis se basa en el amor” y anima a
todos a construir “una sociedad sana, inclusiva, justa y pacífica” encima “de
la roca del bien común”.
El
Santo Padre ha hablado esta vez del tema “Amor y bien común”. (Lecturas Mt 15,32-37).
La audiencia general de hoy, 9 de
septiembre de 2020, es la segunda celebrada públicamente en el patio de San
Dámaso tras la irrupción del coronavirus.
Salir mejores
En
primer lugar, Francisco recalcó que la crisis que estamos viviendo a causa de
la emergencia sanitaria “golpea a todos” y que “podemos salir mejores si
buscamos todos juntos el bien común; al contrario, saldremos peores”.
Y
lamenta que existan personas que se aprovechan de la situación “para fomentar
divisiones: para buscar ventajas económicas o políticas, generando o aumentando
conflictos”. Para él, la respuesta cristiana a la pandemia y a las crisis
socio-económicas que experimentamos es el amor, “ante todo el amor de Dios que
siempre nos precede (cfr 1 Jn 4, 19). Él nos ama primero, Él siempre
nos precede en el amor y en las soluciones”.
Un amor que incluya a
todos
No
obstante, el amor verdadero incluye a todos, dice el Papa, “esta es la
sabiduría cristiana, esta es la actitud de Jesús. Y el punto más alto de la
santidad, digamos así, es amar a los enemigos, y no es fácil”.
“Cierto,
amar a todos, incluidos los enemigos, es difícil -¡diría que es un arte! Pero
es un arte que se puede aprender y mejorar. El amor verdadero, que nos hace
fecundos y libres, es siempre expansivo e inclusivo. Este amor cura, sana y
hace bien”, agregó.
Se
trata de un amor ilimitado que engloba “las relaciones cívicas y
políticas, incluso la relación con la naturaleza”, pues “el amor inclusivo
es social, es familiar, es político: ¡el amor lo impregna todo!”.
El bien común, verdadero
bien
El
Pontífice apuntó que el coronavirus “nos muestra que el verdadero bien para
cada uno es un bien común y, viceversa, el bien común es un verdadero bien para
la persona” y que la salud, además de individual, “es también un bien público.
Una sociedad sana es la que cuida de la salud de todos”.
Además,
describió que un virus como el que nos amenaza, “que no conoce barreras,
fronteras o distinciones culturales y políticas debe ser afrontado con un amor
sin barreras, fronteras o distinciones”. Si las soluciones a la pandemia están
marcadas por el egoísmo, de personas, empresas o naciones, “quizá podamos salir
del coronavirus, pero ciertamente no de la crisis humana y social que el virus
ha resaltado y acentuado”, clarificó.
Desarrollar nuestro amor
social
Por
todo ello, el Papa Francisco indica que ahora es tiempo de desarrollar “nuestro
amor social, contribuyendo todos, a partir de nuestra pequeñez”.
“Si
cada uno pone de su parte, y si no se deja a nadie fuera, podremos regenerar
buenas relaciones a nivel comunitario, nacional, internacional y también en
armonía con el ambiente (cfr LS, 236)”, puntualizó.
A
continuación, sigue la catequesis completa de Francisco.
***
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!:
La
crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia golpea a todos; podemos
salir mejores si buscamos todos juntos el bien común; al contrario, saldremos
peores. Lamentablemente, asistimos al surgimiento de intereses partidistas. Por
ejemplo, hay quien quisiera apropiarse de posibles soluciones, como en el caso
de las vacunas y después venderlas a los otros. Algunos aprovechan la situación
para fomentar divisiones: para buscar ventajas económicas o políticas,
generando o aumentando conflictos. Otros simplemente no se interesan por el
sufrimiento de los demás, pasan por encima y van por su camino (cfr Lc 10,
30-32). Son los devotos de Poncio Pilato, se lavan las manos.
La
respuesta cristiana a la pandemia y a las consecuentes crisis socio-económicas
se basa en el amor, ante todo el amor de Dios que siempre nos precede
(cfr 1 Jn 4, 19). Él nos ama primero, Él siempre nos precede en el
amor y en las soluciones. Él nos ama incondicionalmente, y cuando acogemos este
amor divino, entonces podemos responder de forma parecida.
Amo
no solo a quien me ama: mi familia, mis amigos, mi grupo, sino también a los
que no me aman, amo también a los que no me conocen, amo también a lo que son
extranjeros, y también a los que me hacen sufrir o que considero enemigos
(cfr Mt 5, 44). Esta es la sabiduría cristiana, esta es la actitud de
Jesús. Y el punto más alto de la santidad, digamos así, es amar a los enemigos,
y no es fácil. Cierto, amar a todos, incluidos los enemigos, es difícil -¡diría
que es un arte! Pero es un arte que se puede aprender y mejorar. El amor
verdadero, que nos hace fecundos y libres, es siempre expansivo e inclusivo.
Este amor cura, sana y hace bien. Muchas veces hace más bien una caricia que
muchos argumentos, una caricia de perdón y no tantos argumentos para
defenderse. Es el amor inclusivo que sana.
Por
tanto, el amor no se limita a las relaciones entre dos o tres personas, o a los
amigos, o a la familia, va más allá. Incluye las relaciones cívicas y políticas
(cfr Catecismo de la Iglesia Católica [CCC], 1907-1912), incluso la
relación con la naturaleza (Enc. Laudato si’ [LS], 231).
Como
somos seres sociales y políticos, una de las más altas expresiones de amor es
precisamente la social y política, decisiva para el desarrollo humano y para
afrontar todo tipo de crisis (ibid., 231). Sabemos que el amor fructifica a las
familias y las amistades; pero está bien recordar que fructifica también las
relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, permitiéndonos
construir una “civilización del amor”, como le gustaba decir a san Pablo VI [1] y,
siguiendo la huella, san Juan Pablo II. Sin esta inspiración, prevalece la
cultura del egoísmo, de la indiferencia, del descarte, es decir descartar lo
que yo no quiero, lo que no puedo amar o aquellos que a mí me parece que son
inútiles en la sociedad.
Hoy
a la entrada una pareja me ha dicho: “Rece por nosotros porque tenemos un hijo
discapacitado”. Yo he preguntado: “¿Cuántos años tiene? – Tantos – ¿Y qué hace?
– Nosotros le acompañamos, le ayudamos”. Toda una vida de los padres para ese
hijo discapacitado. Esto es amor. Y los enemigos, los adversarios políticos,
según nuestra opinión, parecen ser discapacitados políticos o sociales, pero
parecen. Solo Dios sabe si lo son o no. Pero nosotros debemos amarlos, debemos
dialogar, debemos construir esta civilización del amor, esta civilización
política, social, de la unidad de toda la humanidad. Todo esto es lo opuesto a
las guerras, divisiones, envidias, también de las guerras en familia. El amor inclusivo
es social, es familiar, es político: ¡el amor lo impregna todo!.
El
coronavirus nos muestra que el verdadero bien para cada uno es un bien común y,
viceversa, el bien común es un verdadero bien para la persona (cfr CCC,
1905-1906). Si una persona busca solamente el propio bien es un egoísta. Sin
embargo, la persona es más persona, precisamente cuando el propio bien lo abre
a todos, lo comparte. La salud, además de individual, es también un bien
público. Una sociedad sana es la que cuida de la salud de todos.
Un
virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales y políticas
debe ser afrontado con un amor sin barreras, fronteras o distinciones. Este
amor puede generar estructuras sociales que nos animen a compartir más que a
competir, que nos permitan incluir a los más vulnerables y no descartarlos, y
que nos ayuden a expresar lo mejor de nuestra naturaleza humana y no lo peor.
El verdadero amor no conoce la cultura del descarte, no sabe qué es. De hecho,
cuando amamos y generamos creatividad, cuando generamos confianza y
solidaridad, es ahí que emergen iniciativas concretas por el bien común [2].
Y esto vale tanto a nivel de las pequeñas y grandes comunidades, como a nivel
internacional.
Lo
que se hace en familia, lo que se hace en el barrio, lo que se hace en el
pueblo, lo que se hace en la gran ciudad e internacionalmente es lo mismo: es
la misma semilla que crece y da fruto. Si tú en familia, en el barrio empiezas
con la envidia, con la lucha, al final habrá la “guerra”. Sin embargo, si tú
empiezas con el amor, a compartir el amor, el perdón, entonces habrá amor y
perdón para todos.
Al
contrario, si las soluciones a la pandemia llevan la huella del egoísmo, ya sea
de personas, empresas o naciones, quizá podamos salir del coronavirus, pero
ciertamente no de la crisis humana y social que el virus ha resaltado y
acentuado. Por tanto, ¡estad atentos con construir sobre la arena (cfr Mt 7,
21-27)! Para construir una sociedad sana, inclusiva, justa y pacífica, debemos
hacerlo encima de la roca del bien común [3]. El bien común es una roca. Y
esto es tarea de todos nosotros, no solo de algún especialista. Santo Tomás de
Aquino decía que la promoción del bien común es un deber de justicia que recae
sobre cada ciudadano. Cada ciudadano es responsable del bien común. Y para los
cristianos es también una misión. Como enseña san Ignacio de Loyola, orientar
nuestros esfuerzos cotidianos hacia el bien común es una forma de recibir y
difundir la gloria de Dios.
Lamentablemente,
la política a menudo no goza de buena fama, y sabemos el porqué. Esto no quiere
decir que los políticos sean todos malos, no, no quiero decir esto. Solamente
digo que lamentablemente la política a menudo no goza de buena fama. Pero no
hay que resignarse a esta visión negativa, sino reaccionar demostrando con los
hechos que es posible, es más, necesaria una buena política [4], la que
pone en el centro a la persona humana y el bien común. Si vosotros leéis la
historia de la humanidad encontraréis muchos políticos santos que han ido por
este camino. Es posible en la medida en la que cada ciudadano y, de forma
particular, quien asume compromisos y encargos sociales y políticos, arraigue
su actuación en los principios éticos y lo anima con el amor social y político.
Los cristianos, de forma particular los fieles laicos, están llamados a dar
buen testimonio de esto y pueden hacerlo gracias a la virtud de la caridad,
cultivando la intrínseca dimensión social.
Es
por tanto tiempo de incrementar nuestro amor social -quiero subrayar esto:
nuestro amor social-, contribuyendo todos, a partir de nuestra pequeñez. El
bien común requiere la participación de todos. Si cada uno pone de su parte, y
si no se deja a nadie fuera, podremos regenerar buenas relaciones a nivel
comunitario, nacional, internacional y también en armonía con el ambiente
(cfr LS, 236).
Así
en nuestros gestos, también en los más humildes, se hará visible algo de la
imagen de Dios que llevamos en nosotros, porque Dios es Trinidad, Dios es amor.
Esta es la definición más bonita de Dios en la Biblia. Nos la da el apóstol
Juan, que amaba mucho a Jesús: Dios es amor. Con su ayuda, podemos sanar al
mundo trabajando todos juntos por el bien común, no solo por el propio bien,
sino por el bien común, de todos.
Larissa
I. López
© Librería
Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit