Día
litúrgico: 14 de Septiembre: La Exaltación de la Santa Cruz
Texto
del Evangelio Jn 3, 13-17
En
aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó
del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que
crea en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por Él».
«Para
que todo el que crea en Él tenga vida eterna»
Hoy,
el Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la realidad
que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos:
la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por esto, Jesús
afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).
Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo.
Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí
cuelga el Crucificado. La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo
del Hombre es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose
libremente a la pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de
nuestro vivir: subir con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón
al Don de Dios, en un intercambio admirable. También aquí nos conviene escuchar
la voz del Padre desde el cielo: «Éste es mi Hijo (...), en quien me he
complacido» (Mc 1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él:
¡he aquí el porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay
vida! No estamos locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera
solemne, es decir, en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original:
«¡Oh!, feliz culpa, que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor
ha impreso “sentido” al dolor.
«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y
adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si conseguimos superar el escándalo y
la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y agradecerle su Don.
Y buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para llenarnos de la
certeza de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será transformada,
en manos del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna: «Derramada por
vosotros y por muchos para el perdón de los pecados».
Rev.
D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)






