Palabras
antes de la oración
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| Ángelus 23 agosto 2020 (C) Vatican Media |
“Estamos
llamados a perdonar siempre” así lo ha recordado el Papa Francisco este
domingo, 13 de septiembre de 2020, en el rezo del Ángelus, dirigiéndose a los fieles
reunidos en la plaza de San Pedro.
“Es
necesario aplicar el amor misericordioso en todas las relaciones humanas: entre
los esposos, entre padres e hijos, dentro de nuestras comunidades, en la
Iglesia, y también en la sociedad y en la política”, ha especificado.
Asimismo,
el Santo Padre he contado que esta mañana, mientras celebraba la Misa, le
sorprendió una frase de la Primera Lectura, que dice así: “Recuerda el final y
deja de odiar”, y ha exhortado a vivirla: “Piensa en el fin, que estarás en un
ataúd al final, y te llevarás el odio ahí, piensa que al final… deja de odiar,
deja de tener rencor. Pensemos en esta frase, acuérdate del fin y deja de
odiar”.
El
Papa advierte de que “no es fácil perdonar” y señala que “es mejor perdonar
para ser perdonado, pero después el rencor vuelve como una mosca fastidiosa del
verano que vuelve y vuelve”. “Perdonar no es algo de un momento, es algo
continuo contra este rencor, con este odio que vuelve”.
Siguen
a continuación las palabras del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus, este
domingo, 13 de septiembre de 2020, traducción no oficial difundida por la
Oficina de Prensa de la Santa Sede.
***
Palabras del Papa antes
del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
la parábola que leemos en el Evangelio de hoy, la del rey misericordioso
(cf. Mt 18,21-35), encontramos dos veces esta súplica: “Ten paciencia
conmigo que todo te los devolveré” (vv. 26.29). La primera vez la pronuncia el
siervo que le debe a su amo diez mil talentos, una suma enorme. La segunda vez
la repite otro criado del mismo amo. Él también tiene deudas, no con su amo, sino
con el siervo que tiene esa enorme deuda. Y su deuda es muy pequeña, –tal vez
como el sueldo de una semana– comparada con la de su compañero.
El
centro de la parábola es la indulgencia que el amo muestra hacia el siervo más
endeudado. El evangelista subraya que “movido a compasión el señor de aquel
siervo le dejó marchar y le perdonó la deuda” (v. 27). ¡Una deuda enorme, por
tanto, una condonación enorme! Pero ese criado, inmediatamente después, se
muestra despiadado con su compañero, que le debe una modesta suma. No lo
escucha, le insulta y lo hace encarcelar, hasta que haya pagado la deuda (cf.
v. 30). El amo se entera de esto y, enojado, llama al siervo malvado y lo
condena (cf. vv. 32-34).
Vemos
en esta parábola dos actitudes diferentes: la de Dios, representado por el rey,
que perdona todo, porque Dios siempre perdona, y la del hombre. En la actitud
divina, la justicia está impregnada de misericordia, mientras que la actitud
humana se limita a la justicia. Jesús nos exhorta a abrirnos valientemente al
poder del perdón, porque no todo en la vida se resuelve con la justicia. Es
necesario ese amor misericordioso, que también es la base de la respuesta del
Señor a la pregunta de Pedro que precede a la parábola: “Señor, dime, ¿cuántas
veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?” (v. 21). Y Jesús
le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”
(v. 22). En el lenguaje simbólico de la Biblia, esto significa que estamos
llamados a perdonar siempre.
¡Cuánto
sufrimiento, cuántas divisiones, cuántas guerras podrían evitarse, si el perdón
y la misericordia fueran el estilo de nuestra vida! También en las familias…
cuantas familias desunidas, que no saben perdonar, cuantos hermanos y hermanas
que tienen este rencor dentro. Es necesario aplicar el amor misericordioso en
todas las relaciones humanas: entre los esposos, entre padres e hijos, dentro
de nuestras comunidades, en la Iglesia, y también en la sociedad y en la
política.
Hoy
durante la mañana, mientras celebraba la Misa, me sorprendió una frase de la
Primera Lectura, del Libro del Eclesiástico. La frase dice así: “Recuerda el
final y deja de odiar”. Es hermosa esta frase. Piensa en el fin, que estarás en
un ataúd al final, y te llevarás el odio ahí, piensa que al final… deja de
odiar, deja de tener rencor. Pensemos en esta frase, acuérdate del fin y deja
de odiar.
Y
no es fácil perdonar porque en los momentos tranquilos uno dice este o estos me
pusieron de todos los colores pero yo también hice tantas… mejor perdonar para
ser perdonado, pero después el rencor vuelve como una mosca fastidiosa del
verano que vuelve y vuelve. Perdonar no es algo de un momento, es algo continuo
contra este rencor, con este odio que vuelve. Pensemos en el final y dejemos de
odiar.
La
parábola de hoy nos ayuda a comprender plenamente el significado de esa frase
que recitamos en la oración del Padre nuestro: “Perdónanos nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6,
12). Estas palabras contienen una verdad decisiva. No podemos pretender para
nosotros el perdón de Dios, si nosotros, a nuestra vez, no concedemos el perdón
a nuestro prójimo. Echemos el rencor como la mosca fastidiosa que vuelve,
vuelve y vuelve. Si no nos esforzamos por perdonar y amar, tampoco seremos perdonados
ni amados.
Encomendémonos
a la maternal intercesión de la Madre de Dios: que Ella nos ayude a darnos
cuenta de cuánto estamos en deuda con Dios, y a recordarlo siempre, para tener
el corazón abierto a la misericordia y a la bondad.
Rosa
Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit






