Antes de ocupar su lugar en el trono de San Pedro, intentó huir
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Tenía una gran sabiduría y escribía de maravilla, el Papa Gregorio I
(590-604) permitió que la Italia del siglo VI respirara, tras años de conflicto
y plagas. Sin embargo, se encontró al frente de la Iglesia en contra de su
voluntad. Incluso, antes de ocupar su lugar en el trono de San Pedro, intentó
huir.
Monte Caelio,
590. Bien entrada la noche en Roma y sus alrededores, todavía hay quien no
duerme en el Monasterio de San Andrés. El padre Gregorio prepara su equipaje
iluminado por pequeña vela: muy poca ropa y muchos libros. Debe darse prisa. La
escolta que lo llevará a Roma no tardará en llegar.
¿Quién tuvo la
loca idea de elegirlo como sucesor del Santo Pontífice? ¿Él, pequeño monje de
nada en absoluto? Pero de eso la gente no quiere saber nada. Hasta
la carta que envió al emperador para defender su caso fue interceptada.
Terminado el equipaje, el monje coge sus alforjas y sale de puntillas del
monasterio.
Toma el camino
que desciende del cerro en dirección opuesta a la ciudad del trono de San
Pedro. Afortunadamente, la luz de la luna llena le da buena visibilidad. Con
suerte, llegará al pueblo antes del amanecer. Poco tiempo después se escucha
el toctotoc de un pequeño burro en el que va montado una
persona que le resulta familiar. Trota silenciosamente hasta alcanzarlo.
– Es muy tarde
para un paseo nocturno, ¿no crees? – le pregunta el padre Valentín, frenando el
paso de su montura.
Claro. ¿Quién,
aparte de Valentín, un amigo fiel y padre superior del monasterio, podría haber
adivinado exactamente a dónde se dirigía? Gregorio sabe que no puede huir,
cargado como está. Pero no se detiene.
– Sabes tan
bien como yo que no soy digno de esta tarea. Ni siquiera soy obispo. Elegí la
vida monástica para servir a Dios con humildad y paz.
Para su
sorpresa, Valentín no intenta razonar con él ni se interpone en su camino. Al
contrario, desmonta de su montura y camina junto a él.
– Sin embargo,
te niegas al camino por el que te envía, comenta este último.
– No fue Dios
sino los hombres quienes me eligieron.
– Tu claridad
mental te ha convertido en el mejor apocrisiario (representante de la Iglesia
de Roma) en Constantinopla. Roma está en peligro. Tus dones para mediar estos
conflictos son necesarios. ¿No lo entiendes?
Las palabras de
Valentín no dejan indiferente a Gregorio, pero se resiste a creer que es él el
que Roma necesita. Los desbordes del Tíber, la peste, los lombardos que esperan
la oportunidad de volver a atacar … ¿Qué puede hacer él para resolver ese caos?
– Solo se me da
bien rezar y escribir obras pías. ¿Cómo puedo hacer esto desde el trono de San
Pedro?
Esta vez,
Valentin frunce el ceño.
– Si te
entiendo correctamente, ¿quieres servir a Dios pero solo de la manera que más
te convenga? Cuidado Gregorio, esto difícilmente suena a humildad. Recuerda
servir al Señor según su voluntad, no la tuya.
Estas palabras
despiertan en Gregorio el recuerdo de su consagración a Dios, y finalmente se
detiene. Su voto no fue solo un voto de servicio, sino también de
obediencia. Ya sea por miedo o por deseo de consuelo, este escape lo
hizo aún más indigno de Dios de lo que ya lo había sido. ¡Ah, qué tonto! Aquí
está rojo de vergüenza ante el Dios que tanto ama.
Sin embargo, la
angustia no lo abandona. Ciertamente, con su experiencia como asesor del
difunto Papa, sabe qué esperar, pero no logra imaginar cómo resolver tales
conflictos.
– No tengas
miedo, le dice su fiel amigo. Nunca estarás solo.
Se escuchan
gritos en la cima de la colina y las luces de las antorchas aparecen cerca del
monasterio. Le buscan para acompañarle a Roma.
– Señor,
piensa, iré a donde tú quieras. Así que, por favor, no abandones a tu indigno
servidor.
A pesar de su
desgana inicial, Gregorio I nunca falló en su deber como Papa. Murió el
12 de marzo de 604 y fue canonizado cincuenta años
después, tras una vida de devoción a los enfermos, reformas litúrgicas,
negociaciones de paz y propagación de la fe más allá de las fronteras.
Junto a san
Agustín, san Ambrosio y san Jerónimo, es uno de los primeros doctores de la
Iglesia. Al ocupar su lugar en el trono de San Pedro, este Papa se hizo
servidor de todos.
Aliénor
Goudet
Fuente: Aleteia






