Palabras
del Santo Padre
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| Audiencia con expertos en ecología franceses, 3 sept. 2020 (C) Vatican Media |
Para
salvar el planeta necesitamos “un nuevo ser humano”, porque “es curando el
corazón del hombre que podemos esperar curar al mundo de sus desórdenes
sociales y ambientales”, dijo el Papa Francisco a un grupo de personalidades
francesas que acudieron a hablar de ecología con él en el Vaticano el 3 de
septiembre de 2020.
El
grupo de unas quince personas – entre ellas la actriz Juliette Binoche, el
investigador Pablo Servigne y el director del Collège des Bernardins Laurent Landete –
estaba acompañado por el obispo Eric de Moulins-Beaufort, presidente de la
Conferencia Episcopal Francesa.
Cinco
años después de la publicación de la encíclica Laudato Si’, tres días
después de la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación y
en plena celebración del Tiempo de la Creación, estos expertos comprometidos
con el medio ambiente, que llegaron a Roma en autobús, tuvieron una cita con el
Santo Padre sobre un tema que le es muy querido.
Durante
este encuentro, Francisco no pronunció el discurso preparado de antemano, sino
que les entregó el texto oficial, en el que se congratulaba de la “toma de
conciencia gradual de la urgencia de la situación”: la ecología, que, señaló,
“está empezando a influir en las opciones políticas y económicas, aunque quede
mucho por hacer y se observen demasiados retrasos e incluso retrocesos”.
Todo
está relacionado, afirma: “Es la misma indiferencia, el mismo egoísmo, la misma
codicia, el mismo orgullo, la misma pretensión de creerse dueño y déspota del
mundo, lo que lleva a los hombres: por un lado a destruir las especies y a
saquear los recursos naturales, y por otro a explotar la miseria, a abusar del
trabajo de las mujeres y de los niños, a derrocar las leyes de la unidad
familiar, a no respetar ya el derecho a la vida humana desde su concepción
hasta su realización natural”.
El
Papa también expuso las “convicciones de fe” que ofrecen a los cristianos
“grandes motivaciones para la protección de la naturaleza y de los hermanos y
hermanas más frágiles”. Y afirma: “La ciencia y la fe, que ofrecen diferentes
enfoques de la realidad, pueden desarrollar un diálogo intenso y fructífero”.
A
pesar del estado “catastrófico” del planeta, el Pontífice expresa la
“esperanza” de los cristianos: “Nuestra mirada se dirige hacia Jesucristo. Es
Dios, el Creador en persona, que vino a visitar a su creación y a habitar entre
nosotros, para curarnos, para hacernos recuperar la armonía que hemos perdido,
la armonía con nuestros hermanos y hermanas, la armonía con la naturaleza”.
A
continuación, sigue el discurso preparado para esa ocasión y entregado por el
Papa a los presentes.
***
Discurso del Santo Padre
Excelencia,
Señoras,
señores,
Me
alegra recibiros y daros una cordial bienvenida a Roma. Agradezco a Monseñor de
Moulins Beaufort que haya tomado la iniciativa de este encuentro tras las
reflexiones de la Conferencia de los Obispos de Francia sobre la
encíclica Laudato sí, reflexiones en las que participaron varios
expertos comprometidos con la causa ecológica.
Somos
parte de una sola familia humana, llamada a vivir en una casa común de la que
constatamos, juntos, la inquietante degradación. La crisis sanitaria que
atraviesa actualmente la humanidad nos recuerda nuestra fragilidad.
Comprendemos hasta qué punto estamos ligados unos a otros, inseridos en un
mundo cuyo devenir compartimos, y que maltratarlo no puede por menos que
acarrear graves consecuencias, no sólo ambientales, sino también sociales y
humanas.
Nos
alegra el hecho de que la toma de conciencia de la urgencia de la situación se
haga sentir en todas partes, de que el tema de la ecología cale cada vez más en
las formas de pensar en todos los ámbitos y empiece a influir en las decisiones
políticas y económicas, aunque quede mucho por hacer y sigamos siendo testigos
de demasiada lentitud e incluso de retrocesos. Por su parte, la Iglesia
Católica quiere participar plenamente en el compromiso de la protección de la
casa común. No tiene soluciones preestablecidas que proponer y no ignora las
dificultades de las cuestiones técnicas, económicas y políticas que están en
juego, ni todos los esfuerzos que este compromiso conlleva. Pero quiere actuar
concretamente donde sea posible, y sobre todo quiere formar conciencias para
favorecer una conversión ecológica profunda y duradera, que es la única que
puede responder a los importantes desafíos que enfrentamos.
En
relación con esta conversión ecológica, quisiera compartir con vosotros el modo
en que las convicciones de fe ofrecen a los cristianos una gran motivación para
la protección de la naturaleza, así como de los hermanos más frágiles, porque
estoy seguro de que la ciencia y la fe, que aportan diferentes aproximaciones a
la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas. (cf.
Enc. Laudato Si’, 62).
La
Biblia nos enseña que el mundo no nació del caos o del azar, sino de una
decisión de Dios que lo llamó y siempre lo llama a la existencia, por amor. El
universo es bello y bueno, y contemplarlo nos permite vislumbrar la infinita
belleza y bondad de su Autor. Cada criatura, incluso la más efímera, es objeto
de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. El cristiano no puede
sino respetar la obra que el Padre le ha confiado, como un jardín para
cultivar, para proteger, para que crezca según sus posibilidades. Y si el
hombre tiene derecho a utilizar la naturaleza para sus propios fines, no puede
considerarse en modo alguno como su propietario o como un déspota, sino sólo
como el administrador que tendrá que rendir cuentas de su gestión. En este
jardín que Dios nos ofrece, los seres humanos están llamados a vivir en armonía
en la justicia, la paz y la fraternidad, el ideal evangélico propuesto por
Jesús (cf. LS 82). Y cuando la naturaleza se considera únicamente como un
objeto de lucro e interés – una visión que consolida el arbitrio del más fuerte
– entonces se rompe la armonía y se producen graves desigualdades, injusticias
y sufrimientos.
San
Juan Pablo II afirmaba “No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el
cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la
cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por
tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado” (Centesimus
Annus, 38).Así,pues, todo está conectado. Es la misma indiferencia, el mismo
egoísmo, la misma codicia, el mismo orgullo, la misma pretensión de ser el amo
y el déspota del mundo lo que lleva a los seres humanos, por una parte, a
destruir las especies y a saquear los recursos naturales, por otra, a explotar
la miseria, a abusar del trabajo de las mujeres y de los niños, a abrogar las
leyes de la célula familiar, a no respetar más el derecho a la vida humana
desde la concepción hasta el fin natural.
Por
lo tanto, “Si la crisis ecológica es una eclosión o una manifestación externa
de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad, no podemos
pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar
todas las relaciones básicas del ser humano” (LS, 119). Así que no habrá una
nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano, y mediante la
curación del corazón humano es cómo se puede esperar curar al mundo de su
malestar social y ambiental.
Queridos
amigos, os animo nuevamente en vuestros esfuerzos para proteger el medio
ambiente. Mientras que las condiciones del planeta pueden parecer catastróficas
y ciertas situaciones aparentan incluso ser irreversibles, nosotros los
cristianos no perdemos la esperanza, porque tenemos los ojos puestos en
Jesucristo. El es Dios, el Creador en persona, que vino a visitar su creación y
a habitar entre nosotros (cf. LS, 96-100), para curarnos, para restablecer
la armonía que hemos perdido, la armonía con nuestros hermanos y la armonía con
la naturaleza. “Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido
definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar
nuevos caminos” (LS, 245).
Pido
a Dios que os bendiga. Y os pido, por favor, que recéis por mí.
Anne
Kurian-Montabone
Fuente:
Zenit






