![]() |
fizkes | Shutterstock |
¿Los creyentes muestran un mejor comportamiento que los demás
durante la repartición de una herencia? El hermano Jean Emmanuel Ena explora la
dimensión espiritual de la herencia y da algunos consejos para acercarse a un
saber compartir justo.
¿Por qué
dice que la herencia es la hora de hacer balance?
La herencia llega a menudo en un momento de cuestionamiento, de
crisis del entorno familiar. Es la hora de los balances. ¿Qué he heredado de
mis padres? ¿Qué voy a aceptar de su herencia y qué voy a rechazar, más allá de
lo material? Porque aquello que heredamos va más allá de las posesiones,
también concierne a la cultura, la mentalidad y la fe.
Y otra pregunta: ¿cuál es mi forma de poseer esos bienes? Vemos el
dinero como una seguridad material pero, de hecho, es la seguridad afectiva lo
que buscamos. La persona se identifica a menudo con aquello que tiene, no con
lo que es: «Cuanto más poseo, más soy. El rico, es el que tiene más que yo».
Nadie te dirá nunca: «¡Soy rico!».
Por último, podemos interrogarnos sobre el tipo de relación que mantenemos con nuestros hermanos.
¿Qué actitud
es la justa con los padres y con los hermanos y hermanas?
Primero, hay que poner la relación en manos del Señor: «En mi
caso, ¿nunca me he atrevido a decir la verdad a mis padres porque esperaba la
llegada de la herencia o bien mi actitud ha sido sincera, a riesgo de salir
peor parado en el reparto?».
Algunos tienen el síndrome del niño o niña perfecta del internado.
Nunca han tenido una auténtica crisis de adolescencia porque siempre han
querido corresponder a la imagen parental. Nunca se han posicionado de adultos.
Han hecho lo que se les pedía: no hablar de dinero, no encolerizarse,
«reprimirse»… A menudo, la herencia hace explotar esta
falsa identidad y es la pareja quien sufre por ello, ¡porque su cónyuge ya no
es igual!
En cuanto a la relación con los hermanos y hermanas, conviene
preguntarse: “¿Cuál es la naturaleza de mi relación con ellos: dependencia,
dominación, competencia? Si presento a mis hermanos al Señor, eso permitirá una
justicia y una purificación de las relaciones”.
¿Todos los
conflictos son negativos?
La herencia pone de manifiesto el estado real de una familia, más
allá del estado aparente, con todos los fingimientos, apariencias y cortesías
que conlleva. Conocí a una familia rica, católica practicante, donde la
herencia reveló la auténtica situación espiritual de las personas y provocó una
crisis de identidad. Se tuvieron que preguntar cuáles eran sus auténticos
valores y qué deseaban transmitir a sus hijos.
A veces, esta crisis resulta muy beneficiosa, porque llega a
cuestionar la forma de vida misma, el valor que damos a las seguridades
materiales. ¡La herencia puede ser toda una conmoción!
¿La parábola
del hijo pródigo no tiene algo de luz que aportar al asunto?
El hijo menor exige su herencia, como si declarara muerto a su
padre: su relación con su padre ya está deformada. Como se siente culpable,
piensa que ya no tiene derecho a la filiación; pero la filiación no se pierde,
porque la auténtica herencia es la relación padre/hijo.
En cuanto al mayor, se sitúa como un empleado en relación a su
padre. Es el síndrome del hijo modelo. Le dice: «Te sirvo» y
no: «Te quiero, soy tu hijo».
¿Cómo tener
una buena relación con el hermano si la relación con el padre está mal
cimentada? ¡Pidiendo a Dios que venga a restablecerla! La herencia es
un momento esencial que afecta a la muerte, al ser y al tener, a mi relación
con Dios y con mi familia. Veo herencias que transcurren muy bien gracias a
unas relaciones de verdad.
¿Cuál sería
la mejor forma de abordar esta transmisión?
En los entornos acomodados, la herencia significa a menudo
posesiones y seguridad materiales. Los padres se sacrifican toda la vida por
sus hijos, hasta el punto de estar ausentes, cuando los niños habrían preferido
su presencia. ¿Qué jerarquía de valores están transmitiendo? Aseguran el futuro
material de sus hijos, pero los perjudican espiritual y afectivamente.
«¿Mi fe cambia mi noción de la herencia o bien tengo la misma
perspectiva que quienes no creen? Si este es el caso, mi fe no la vivo como un
criterio fundamental. La palabra de Dios va primero, incluso cuando mi entorno
me dice lo contrario».
En la
herencia, hay que luchar, claro, por la justicia, pero con esta pregunta en
mente: «¿Cómo hacer para que esos bienes recibidos de mis padres sirvan para el
bien de todos? Porque si daño el bien común, me daño a mí mismo».
¿Qué dice de
ello la Escritura?
El pueblo de Israel sólo es el administrador de la Tierra
prometida. Nosotros, del mismo modo, no somos propietarios, sino solamente
administradores. Todo bien pertenece a Dios, ya sea material o espiritual,
intelectual o físico. No somos la fuente de esos bienes, esa fuente es externa
y nosotros estamos llamados a hacer fructificar la herencia recibida.
Siempre tenemos tendencia a idolatrar las posesiones materiales y
concederles el lugar que corresponde a Dios. Si Dios está el primero en nuestra
vida, nos ayudará a gestionar las posesiones. Seguramente nos pedirá
explicaciones sobre la manera en que hemos administrado nuestros bienes, en el
respeto de las personas.
¿Hemos aceptado vender nuestra alma para dar una herencia
importante a nuestros hijos? ¿Es eso una buena herencia? Hay que distinguir
bien sinceridad y verdad.
Además, la segunda Bienaventuranza, “Dichosos los humildes, porque
recibirán la tierra como herencia” (Mt 5,5),
vincula la dulzura y la herencia. No la obtenemos arrancándola, sino
recibiéndola. Con Cristo, somos coherederos de la vida eterna. ¡Esta vida en la
que nos instalamos no es la única!
Florence
Brière-Loth
Fuente: Aleteia