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| Jan Faukner | Shutterstock |
Inquietud
justificada o angustia irracional, este temor por el día de mañana acapara
nuestra atención, desviándola de lo que es para orientarla hacia lo que no es
todavía.
En vez de disfrutar de aquello que nos da el hoy, vamos al encuentro de las dificultades futuras. Por supuesto, algunos caracteres son más propensos que otros a este tipo de proyección en el futuro, pero es una tentación que nos acecha a todos.
El futuro pertenece a la Providencia
Sin embargo,
es necesario prever, organizar: un padre y una madre de familia no pueden
permitirse vivir al día sin preparar el terreno para el futuro. Es cierto que
los padres no esperan a que llegue la vuelta al colegio para inscribir a sus
hijos en el centro. Igual que valoran disponer de listas de materiales para
prepararlo todo con antelación y sin precipitarse.
En otro
ámbito, cualquier comerciante o empresario sabe que no se puede gestionar un
negocio sin tener en cuenta el futuro. Construir planes, ahorrar o contratar
seguros es algo legítimo, incluso imperativo. El futuro tiene que ocuparnos,
pero no que preocuparnos: esto es lo que nos pide el Señor. No deja de
repetirnos: “No tengan miedo, no teman por su futuro”. Porque el futuro
pertenece a la Providencia.
Instrucciones para recibir con plenitud el
hoy de Dios
De modo que no
debemos hacer como si fuéramos maestros del futuro, como si supiéramos
mejor que Dios mismo aquello que necesitamos. Dios es un Padre con los brazos
cargados de regalos.
Pero en vez de
mirar esos regalos, de aprovecharlos, sus hijos juzgan más urgente imaginar qué
pasaría si esos regalos llegaran a faltar… y finalmente, terminan perdiéndose
todas las alegrías que portan esos presentes (¡en el doble sentido de la
palabra!).
Nos
convertimos en niños despistados e inquietos cada vez que nos dejamos invadir
por el miedo al futuro: pasamos al lado de las dichas del hoy y
preferimos los sufrimientos del mañana.
¿Cómo recibir
con plenitud el hoy de Dios? En efecto, todos sabemos bien que hemos de decidir
vivir en la confianza y el abandono, no somos maestros de la angustia que nos
retuerce el corazón.
Es imposible
hacer como si el esposo gravemente enfermo no fuera a morir… como si el plan de
despidos fuera sólo un mal sueño… como si unos millones caídos del cielo fueran
a impedir la venta de la casa o el cierre de la empresa… como si un hijo
prisionero de la droga fuera a recuperar su libertad de un día para otro…
¡Pero tantas
preocupaciones serias pueden pesarnos sobre las espaldas!
Dios lo sabe y
no nos pide hacer como si todo ese sufrimiento no existiera. Él nos pide
simplemente no dejarnos cegar por ese sufrimiento.
Nos llama a creer, es decir, a ver, en el corazón mismo de las
tinieblas, la luz de Su Presencia. Él nos pide no dejar al margen las
pequeñas alegrías bajo el pretexto de que hay grandes inquietudes, porque esas
alegrías, aunque pequeñas, son ya el signo de la victoria, el signo de la
Resurrección.
Por Christine Ponsard
Fuente: Edifa






