Una actitud mucho mejor que esperar a que la pandemia pase
cuanto antes o pretender que no exista
![]() |
Shutterstock | EugeneEdge |
No quiero pensar en
este tiempo de pandemia como un tiempo perdido. Me resisto a creer que detrás
de este confinamiento no se esconde una oportunidad para mi vida.
No acepto que me
digan que pronto volveré a la normalidad de antes. No quiero aceptar como un
mal menor una nueva normalidad para mi vida.
Como si este tiempo
tuviera que ser un detener mis pasos, un cambiar mis hábitos y renunciar a
todos mis deseos de amar y dar la vida.
Me niego a
resignarme.
Todo lo contrario:
en esta contrariedad de un tiempo tan difícil, en medio del dolor de tantos y
las pérdidas que laceran tantos corazones, agobiado por una crisis que amenaza
con echar por tierra pilares firmes que sostenían mi vida, mi corazón se levanta y mira al cielo
confiado.
Pienso que un
pájaro al posarse sobre una rama no tiene miedo de su debilidad. No le asusta
que su peso pueda romperla.
No mira hacia abajo
con temor, porque tiene puesta su confianza no en la resistencia de su rama,
sino en la fuerza de sus alas dispuestas a elevar el vuelo en cualquier
momento.
Esa actitud del
pájaro es la que yo tengo en medio de estas adversidades que amenazan con
hundir la barca de mis seguridades.
Mi
confianza no está puesta en la fortaleza de las circunstancias que me rodean. Como si mi estado de ánimo pudiera
depender de un cambio súbito de todas las variables.
Tengo
puesta mis esperanzas en el cielo hacia
el que se eleva mi vuelo. No tanto en las ramas sobre las que camino tranquilo.
No tiemblo por si se rompen. No me angustia que no salgan adelante mis
proyectos.
Creo en el amor de
Dios en mi vida y sé que ese amor está por encima de mis miedos.
Ahora se me presenta
una oportunidad, un desafío ante mis ojos. Puedo crecer, puedo renovarme, puedo reinventarme. O puedo
simplemente vivir amargado por la mala suerte que tengo. Lamentando
todos mis fracasos. Hundido ante un momento histórico que me va a cambiar para
siempre. Escribía el ahora papa Francisco:
«El náufrago se
enfrenta al desafío de sobrevivir con creatividad. O espera que lo vengan a
rescatar o él mismo empieza su propio rescate. En la isla donde se llega tiene
que empezar a construir una choza para la que puede utilizar tablones del barco
hundido y, también, elementos nuevos que encuentra en el lugar».
Me
encuentro en medio de un naufragio. Pero yo decido ahora qué hacer con mi vida.
Puedo permanecer
quieto esperando un milagro. Puedo vivir quejándome de la vida, de Dios que no
hace nada y del mundo que es injusto y cruel. O puedo
ponerme manos a la obra. Puedo emprender un camino imposible entre restos del
naufragio.
Puedo
hacerlo si me dejo hacer antes por Dios. Él puede hacerlo en mí. No tengo miedo. Dios sabe que soy
capaz de comenzar de nuevo.
No me da miedo
volver a fracasar o dejar escapar la oportunidad que se presenta ante mis ojos.
No me quedo en lo negativo ni me angustio cayendo en la autocrítica. Leía el
otro día:
«Deseo no
criticarme en demasía, sino siempre con bondad, nunca para hundirme en el vacío
del desaliento y la depresión o autocompasión, sino que intentando siempre avanzar un pequeño
paso hacia una mayor conciencia».
No busco la
autocompasión. Me pongo decidido a hacer algo. Está en mi mano la posibilidad de salir de
esta crisis renovado, cambiado por dentro, mejorado.
Puedo crecer, puedo
inventar nuevas rutas. Puedo creer en mí mismo mucho más de lo que nunca había
creído. No quiero perder la esperanza.
La fortaleza de la
rama no me preocupa. Yo estoy
hecho para volar, para soñar, para luchar por vivir una vida más plena de
la que ahora tengo.
Por eso quiero aprovechar este tiempo extraño de
confinamiento y distancias, de miedos e incertidumbre, de enfermedad y de
muerte.
Un tiempo que no
puedo soslayar pretendiendo que no existe. Está ahí ante mis ojos. Las cosas no van a cambiar en dos días.
Lo que ahora me
atemoriza no va a pasar al olvido de pronto. No le tengo miedo a mi vida como
es hoy. No me quejo, no me amargo.
La tomo
entre mis manos y me digo que Dios la va a hacer maravillosa. Él puede hacer milagros
conmigo. Puede atraerme
a su descanso. Puede lograr que sueñe con una vida mejor, con
una vida nueva.
No me
detengo. Este tiempo no
es un tiempo perdido, un paréntesis en mi vida. Quiero aprovecharlo al máximo de
muchas maneras.
Mis vínculos no se
van a enfriar, se harán más profundos, aunque medien pantallas en la distancia.
No dejaré de invertir tiempo en crecer como persona, sin esperar a que cambien
las circunstancias.
El futuro
no está en mi mano. Sí lo está el decidir con qué actitud quiero enfrentar mi
vida aquí y ahora, en
el presente. Es este el momento en el que Dios me pide que le siga.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia