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Piotr Hukalo/EAST NEWS |
No se trataba de una falta de confianza en Dios, sino que lo hacían en virtud de un inmenso respeto hacia el cuerpo de Cristo recibido en la comunión: únicamente comulgaban después de haberse preparado mucho tiempo para ello.
Hoy en día, gracias a las enérgicas
exhortaciones de León XIII y luego de san Pío X para regresar a la práctica
primitiva de la Iglesia, a los cristianos les parece normal comulgar cada vez
que van a misa.
Y como las reglas del ayuno eucarístico se
han relajado considerablemente, apenas hay que realizar esfuerzos para comulgar
sea cual sea la hora de la misa.
De manera que hoy muchos cristianos van a
comulgar todos los domingos e incluso todos los días. ¡Y algunos no se
confiesan casi nunca o rara vez rezan! ¿Qué podemos pensar de esto?
Comulgar lo más a menudo posible, con una condición
La comunión solamente da todo su fruto si,
en las horas que la preceden, repetimos intensamente a Jesús que necesitamos de
Él y Le suplicamos que inunde nuestro corazón.
Después comulgar, también hemos de dedicar
tiempo a hablarle. Entonces, ese “cuerpo a cuerpo” eucarístico se ampliará a un
auténtico “corazón a corazón” que se prolongará durante todo el día.
El santo Cura de Ars advertía a sus
compañeros contra el hábito que tenían de precipitarse sobre el periódico en
cuanto terminaba la misa, en vez de continuar el diálogo con Aquel a quien
acababan de tener en las manos y entregar a los fieles.
Por su parte, la mística Marta Robin llegó
a decir que la oración era más importante que la comunión diaria. Ciertamente,
decía ella, la oración “exige
mucho más esfuerzo. La comunión sacramental, además, puede no ser posible
durante un largo intervalo debido a diferentes defectos que Dios envía a sus
criaturas para ponerlas a prueba. La oración siempre es posible, aunque sólo
sea durante unos minutos. La comunión no implica siempre virtud: podemos ser culpables y comulgar el
cuerpo y la sangre del Señor. La oración de cada día tampoco quiere decir que
seamos virtuosos, aunque sí es una prueba de que nos esforzamos seriamente para
serlo”.
Así que, sigamos comulgando lo más a menudo
posible, si tenemos ese buen hábito. Pero que esas comuniones sean la cumbre de
nuestra jornada. Una cumbre para cuya ascensión nos preparamos y cuyo descenso
“en las manos de Jesús” lo hacemos con el corazón lleno de alegría.
Por el Abad Pierre Descouvemont
Fuente:
Edifa