Habituados
al ritmo frenético con que administramos nuestro tiempo, ¿no nos aburriremos en
el cielo (si el Señor nos concede un lugar allí) donde el tiempo nunca termina
de terminar?
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Alexander Mils/Unsplash | CC0 |
Dado que vivimos en el tiempo, no podemos imaginar
una vida feliz sin una renovación perpetua de nuestro entorno y de nuestras
alegrías.
Incluso si
vivimos en una casa ideal, con una vida fabulosa en el mar o en la montaña, la
decoración cambia de un día para otro y nos encanta verla de otra forma.
Nos encanta
recibir en ella a amigos nuevos o mirar alguna cosa nueva en la televisión. Y
si vivimos como ermitaños, nos encanta descubrir un poco más cada día el
auténtico rostro de Cristo y su amor.
Así las
cosas, ¿cómo vamos a ser felices en el Cielo, cuando veamos por fin a Jesús en
el esplendor de su gloria y gocemos de la plenitud de su amor?
¡No habrá
nada que descubrir ni que inventar! ¿Cómo contentarnos con un oratorio cuando
hemos pasado toda la vida en un laboratorio?
La sorpresa será más maravillosa de lo que podamos imaginar
Nos consolamos pensando que recorreremos
todo el paraíso y que nunca terminaremos de decirnos “gracias” los unos a los
otros, las “María Magdalena” a las “María Goretti” y viceversa.
Nuestros
verdugos nos pedirán perdón y lo recibiremos
de aquellos a quienes hemos herido. Gritaremos ovaciones a todos los santos y
santas que creemos conocer y que aparecerán por fin ante nosotros con todo su
brillo.
Recordemos
sobre todo que Dios nos dirá un día: “Entra a participar del gozo de tu señor”
(Mt 25,21).
Entonces, en
un “flechazo” sin fin, entraremos en la alegría del Hijo
bienamado: nosotros también, no dejaremos de elevarnos hacia el Padre
diciéndole: “Padre, estoy feliz de ser tu hijo querido y Tú, ¡eres
formidable!”.
La sorpresa
que Dios prepara es más maravillosa de lo que podamos imaginar. Lo veremos
enfadado por los infortunios que nos abruman y “sufrir” por esas desgracias.
Pero ese
sufrimiento no ensombrece su alegría, porque Él ve y nosotros veremos
con Él todo el bien que, en su omnipotencia, es capaz de hacer salir de todos
esos males.
Estaremos
maravillados por la forma minuciosa con la que Él habrá velado por nuestra vida
y por la del mundo entero.
Le
felicitaremos por todas esas parejas reconciliadas, por todos esos hijos
reconciliados con sus padres, por todas esas personas rebeladas reconciliadas
con su Creador y Salvador.
Y Le
cantaremos nuestra adoración en una coral sin ningún desafine, sin la menor
envidia ni la menor decepción.
Y cuando resucitemos, nuestras cuerdas
vocales no serán las únicas en expresar nuestra alegría. Nuestro cuerpo entero
se colmará de júbilo y me encanta pensar que nunca terminaremos de bailar, de
hacer zigzag entre las estrellas del cielo transfigurado, ¡pasando sin esfuerzo
de una galaxia a otra!
Lo que es
seguro es que la sorpresa que Dios nos prepara es infinitamente más maravillosa
que todo lo que podamos imaginar: “Nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar,
aquello que Dios preparó para los que lo aman” (1 Co 2,9).
Por el
abad Pierre Descouvemont
Fuente: Edifa