Audiencia en el Aula Pablo VI
En audiencia con ellos esta mañana,
viernes, 11 de septiembre de 2020, en el Aula Pablo VI, con motivo de la
reunión anual de la International Gynecologic Cancer Society, el
Pontífice ha agradecido el compromiso de la Asociación a favor de las mujeres
que se enfrentan a enfermedades tan difíciles y complejas.
En este
marco, el Santo Padre ha destacado el valor de “confiarse al otro hermano y
hermana, y al Otro con mayúscula que es nuestro Padre celestial” y lo ha
concretado en una expresión utilizada ya en otras ocasiones: “¡Cuánto, cuánto
cura una caricia en el momento oportuno!”.
Francisco ha
advertido que “No hay que permitir que la economía entre en el mundo de la
sanidad de forma tan contundente como para penalizar aspectos esenciales como
la relación con los enfermos”.
Al mismo
tiempo, ha expresado su “tristeza” y “preocupación” por el riesgo, bastante
generalizado, “de dejar la dimensión humana del cuidado de las personas
enfermas a la ‘buena voluntad’ del médico individual, en lugar de considerarla
-como es- una parte integral de la actividad de las curas ofrecidas por las
estructuras sanitarias”.
Sin embargo,
el Santo Padre, en su línea evangelizadora, ha concluido con unas palabras de
esperanza: “Os animo a que difundáis en el mundo los valiosos resultados de
vuestros estudios e investigaciones, en favor de las mujeres a las que prestáis
atención”.
Sigue el
discurso completo del Papa Francisco a profesionales de Ginecología Oncológica:
***
Discurso del
Santo Padre
Señoras y
señores, ¡buenos días!
Os doy mi
más cordial bienvenida y os agradezco esta visita con motivo de la reunión
anual de la International Gynecologic Cancer Society. Me brinda la
oportunidad de conocer y apreciar el compromiso de vuestra Asociación a favor
de las mujeres que se enfrentan a enfermedades tan difíciles y complejas.
Agradezco el saludo de vuestro Presidente, el Prof. Roberto Angioli, que ha
promovido esta iniciativa.
Me alegra
recibir a las representantes de diversas asociaciones, especialmente entre las
antiguas pacientes, que favorecen el intercambio y el apoyo mutuo. En vuestro
valioso servicio, sois muy conscientes de la importancia de crear lazos de
solidaridad entre los pacientes con patologías graves, involucrando a los
familiares y a los operadores sanitarios en una relación de ayuda mutua. Esto
se vuelve aún más valioso cuando se enfrentan enfermedades que pueden poner en
grave peligro, o perjudicar, la fertilidad y la maternidad. En estas
situaciones, que repercuten profundamente en la vida de la mujer, es
indispensable preocuparse, con gran sensibilidad y respeto, de la condición
-psicológica, relacional y espiritual- de cada paciente.
Por eso, no
puedo sino alentar vuestro esfuerzo por valorar estas dimensiones dentro de una
atención integral, incluso en los casos en los que el tratamiento es
esencialmente paliativo. En esta perspectiva, resulta muy útil involucrar a
personas que sean capaces de compartir el camino de la cura, dando una
contribución de confianza, de esperanza y de amor. Todos sabemos – y también se
ha demostrado – que vivir buenas relaciones ayuda y sostiene a los enfermos a
lo largo del camino de la cura, reavivando o aumentando la esperanza en ellos.
Es la cercanía del amor, precisamente, que abre las puertas a la esperanza. Y
también a la curación.
La persona
enferma es siempre y mucho más que el protocolo -¡mucho más! en el que se
enmarca clínicamente y que se debe efectuar. Prueba de ello es el hecho de que
cuando el enfermo ve reconocida su singularidad – vuestra experiencia puede
confirmarlo – crece aún más la confianza en el equipo médico y en un horizonte
positivo.
Es mi deseo,
y no dudo que también el vuestro, que todo esto no sólo permanezca como la
expresión de un ideal, sino que encuentre cada vez más espacio y reconocimiento
dentro de los sistemas sanitarios. A menudo se afirma,con razón, que la
relación y el encuentro con el personal sanitario, forman parte de la cura.
¡Qué gran beneficio ofrece a los enfermos tener la oportunidad de abrir sus
corazones libremente y hablar de su condición y situación! También la
posibilidad de llorar con confianza: esto abre horizontes y contribuye a la
curación. O, por lo menos, a llevar bien la enfermedad terminal.
Sin embargo,
en términos concretos, ¿cómo desarrollar esta gran necesidad dentro de la
organización de los hospitales, que está fuertemente condicionada por los
requisitos funcionales? Permitidme que exprese mi tristeza y preocupación por
el riesgo, bastante generalizado, de dejar la dimensión humana del cuidado de
las personas enfermas a la “buena voluntad” del médico individual, en lugar de
considerarla -como es- una parte integral de la actividad de las curas
ofrecidas por las estructuras sanitarias.
No hay que
permitir que la economía entre en el mundo de la sanidad de forma tan
contundente como para penalizar aspectos esenciales como la relación con los
enfermos. En este sentido, son dignas de elogio las diversas asociaciones sin
fines de lucro que colocan a los pacientes en el centro, respaldando sus
necesidades y sus preguntas legítimas y dando también voz a quienes, debido a
la fragilidad de su condición personal, económica y social, no pueden hacerse
oír.
Ciertamente,
la investigación requiere un fuerte componente económico; es verdad. Sin
embargo, creo que se puede encontrar un equilibrio entre los diversos factores.
Sin embargo, hay que dar el primer lugar a las personas, en este caso a las
mujeres enfermas, pero también -no lo olvidemos- al personal que trabaja en
estrecha colaboración con ellas a diario, para que pueda trabajar en
condiciones adecuadas. También para que pueda tomarse el tiempo de descanso
para recobrar las fuerzas y poder seguir adelante.
Os animo a
que difundáis en el mundo los valiosos resultados de vuestros estudios e
investigaciones, en favor de las mujeres a las que prestáis atención. Ellas, a
pesar de sus dificultades, nos recuerdan aspectos de la vida que a veces
olvidamos, como la precariedad de nuestra existencia, la necesidad de los
demás, la insensatez de vivir concentrados sólo en nosotros mismos, la realidad
de la muerte como parte de la vida misma. La condición de la enfermedad
recuerda esa actitud decisiva para el ser humano que es confiarse:
confiarse. Confiarse al otro hermano y hermana, y al Otro con mayúscula que es
nuestro Padre celestial. Y recuerda también el valor de la cercanía, del
hacerse prójimo, como nos enseña Jesús en la parábola del buen samaritano (cf.
Lc 10,25-37). ¡Cuánto, cuánto cura una caricia en el momento oportuno! Vosotros
lo sabéis mejor que yo…
Queridos
amigos, os deseo todo lo mejor para vuestro trabajo. Sobre vosotros y sobre
vuestras familias, sobre vuestros asociados y sobre aquellas a las que cuidáis,
invoco la bendición de Dios; os bendigo a todos vosotros: a todos, cada uno con
su propia fe, con su propia tradición religiosa. Pero Dios es el Único para
todos. Os bendigo a todos. Invoco la bendición de Dios, fuente de esperanza,
fortaleza y de paz interior. Os aseguro mi oración y – dicen que los curas
piden siempre ¿no?- yo termino pidiéndoos que recéis por mí porque lo necesito.
Gracias.
Rosa Die
Alcolea
© Librería
Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit






