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Se cuenta que alrededor
del siglo IV-V d. C., un tal Rómulo, traduciendo una fábula de Esopo del griego
al latín en la que se contaba de un hombre condenado a muerte cuya sentencia
había sido condonada, acuñó por primera vez la palabra perdón.
Perdón viene del prefijo per (que
significa acción completa y total) y de donare (que significa
regalar).
Desde el principio, por
tanto, el término perdón indica algo que va más allá de la justicia o el
cumplimiento de las reglas.
El perdón es tal si es
inmerecido: debería haber muerto y en cambio estoy vivo. En él, el don de una
nueva posibilidad de vida está implícito.
Se trata verdaderamente de devolver
la vida. Pero esto no es solo cierto para quien reciben el
perdón: el perdón me da vida a mí que lo ofrezco, porque libera
del rencor que mata.
Entonces entendemos por qué es tan difícil encontrarnos frente a una experiencia auténtica de perdón.
Una conciencia tranquila
En la Biblia, el perdón
está muy presente.
Por ejemplo, Pedro cuando
le pregunta al Señor cuántas veces tiene que perdonar, representa la voz de la
conciencia, una conciencia que quiere sentirse bien, que no quiere ser
cuestionada.
El apóstol quiere
cuantificar el amor, quiere un límite a la misericordia, quiere
una medida que le permita sentirse bien. Espera un cálculo
que en algún momento signifique: “suficiente, has hecho lo que tenías que
hacer”.
Jesús, le enseña en cambio
que el perdón no tiene medida: no hay un
momento en el que dejamos de necesitar perdonarnos unos a otros.
La vida es continuamente
un llamado al perdón. Solo podemos encontrar la fuerza para
perdonar si recordamos todas las veces que nosotros mismos, en secreto, hemos
sido perdonados por nuestro Padre.
Todo el mundo sabe en su
corazón cuál es la gran deuda que le han perdonado.
En una parábola del
Evangelio se le perdona una deuda muy alta a un hombre: diez mil talentos.
Pensemos en el hecho de que un talento equivalía a 25 kg de plata y que en la
parábola de los talentos al primer siervo se le confían cinco talentos… era
realmente mucho.
Por el contrario, el
segundo sirviente ha contraído una deuda que no es nada grande: cien denarios,
algo más de tres meses de trabajo, dado que un denario era el salario medio de
una jornada.
No es solo tiempo
El siervo perdonado, pero
incapaz de misericordia, no conoce la paciencia que él mismo
disfrutó. No puede esperar a que su hermano cambie, no puede dar ni siquiera
tiempo, no puede ofrecer una nueva posibilidad.
El
perdón es siempre un riesgo: nunca sabemos si el otro lo aceptará, si hará
buen uso de él, si sabrá corresponder; pero todo esto ya no concierne al que
ofrece el perdón.
El perdón es tal
precisamente cuando es totalmente gratuito. Si el perdón se
convierte en cálculo, entonces ya no se puede llamar así.
Lo más sorprendente de
este pasaje es que la deuda original fue perdonada por pura misericordia; el
siervo no se ganó el perdón, no se lo merecía y no fue porque él prometió pagar
la deuda.
Igualmente,
nosotros no nos ganamos el perdón de nuestros pecados, ni siquiera lo merecemos, ni lo recibimos porque
prometemos algo a Dios.
El hombre de esta parábola
no reconoció su necesidad de misericordia, ni siquiera la pidió, y cuando se le
dio, no la recibió. Recibió solamente lo que había pedido: tiempo para pagarla.
Todavía era esclavo de su deuda.
Por tanto, no
podemos dar lo que no hemos recibido. Este sirviente no recibió
la misericordia y por eso no tenía misericordia que dar. También es verdad que no
podemos recibir lo que nos rehusamos a dar.
Jesús nos enseña que, así
como pedimos a Dios que nos perdone, debemos estar dispuestos a perdonar. Y con
cada bendición que Dios trae a nuestra vida viene la responsabilidad de usarla.
Quien no puede perdonar
destruye la vida de la comunidad. Hoy nos damos cuenta de cómo la falta de
misericordia -sustituida por el juicio y la crítica- está destruyendo a nuestra
sociedad.
Esto sucede cuando
empezamos a olvidar, cuando sabemos ver solo el error del otro y no recordamos
cuántas veces merecíamos haber muerto y seguimos vivos.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia