Cuanto más giro en torno a mi yo, a mis necesidades insatisfechas, a mis
proyectos incumplidos, a mis sueños no realizados, más frustrado me siento
![]() |
| Dean Drobot | Shutterstock |
El otro día me
definían a una persona con palabras fuertes. Me decían que esa persona era ególatra, que buscaba el poder de forma
desmedida y que si no lo poseía y dejaba de estar en el centro haría cualquier
cosa para recuperar su posición de liderazgo.
Me impresionó
el juicio sobre aquel a quien yo no conocía. No sabía muy bien el motivo de su
desahogo. Quizás me parecieron exageradas sus palabras. Tal vez nadie debería
describir así a otra persona, sin caridad. Quizás podía tener razón en alguna
de sus percepciones.
Dejé de pensar
en la persona en concreto y me centré en aquello que despertaba en mí disgusto.
El ansia de poder desmedida, el deseo de estar siempre en el centro. Me quedé
pensando en mi vida y en la de tantos. ¿No es acaso la búsqueda de poder una
tendencia muy común en el alma?
Quiero
controlarlo todo, quiero saberlo todo, quiero estar al mando, en el centro,
quiero que las cosas se hagan a mi manera, como yo creo que es mejor. Me cuesta
exponerme a que fracase un plan por haber delegado demasiado. Los demás fallan
y cometen errores, yo no, pienso.
Es el deseo de
poder un ansia que crece en el alma con fuerza. ¡Cuántas veces busco el centro
de forma desmedida! Mi ego, mi pobre y herido ego, crece por encima de
cualquier otra motivación queriendo ser amado. Es como si quisiera
vivir en el centro para experimentar el reconocimiento y descubrir que soy
valioso. Es como si quisiera que todo pasara por mí para que nada quedara
navegando a la deriva.
Quisiera que me
informaran siempre, que me pidieran consejo, que me pidieran incluso permiso
para hacer tal o cual cosa. Cuando mi ego es desmedido acaba enfermando el
alma. Es así de duro.
Cuanto más giro
en torno a mi yo, a mis necesidades insatisfechas, a mis proyectos incumplidos,
a mis sueños no realizados, más frustrado me siento con este mundo que no valora todo lo que hago, todo lo que doy, todo
lo que sé y controlo.
Vivir pendiente
del ego es una enfermedad en la que el hombre cae con facilidad volviéndose un
ser egoísta y ególatra. Adora su ego. Adoro a mi persona.
¿No soy acaso
testigo de esta debilidad en mi propia vida y en la de tantos? El deseo de
poder, de control, de saber. Un ansia desmedida de ser reconocido por el mundo,
por Dios. El egocentrismo me lleva a vivir limitado, atado, encerrado dentro de
las barreras y murallas que va construyendo mi ego enfermo.
Comentaba el P.
Kentenich: «Si la naturaleza humana se retira de su prisión en Dios,
cae en la prisión de un ídolo. En última instancia, tarde o temprano se
ahogará, esclava del yo y poseída por el yo. Enfermará psíquicamente y
arrastrará también al cuerpo a la enfermedad. Esta es la imagen que ofrece el hombre
moderno, fugitivo de Dios y psíquicamente enfermo. Para recuperar la salud, el
hombre moderno depende esencialmente de su regreso al tú personal divino. Si no
halla el camino hacia él, su naturaleza no alcanzará plenitud y no podrá sanar».
Esa enfermedad
del egoísmo acaba turbando mi alma. Tengo claro que el corazón que vive así
acaba enfermo, raquítico y herido por dentro, como comenta el Padre.
¡Qué difícil
resulta salir de mi prisión interior! Todo me afecta, todo me duele, todo me
inquieta y me pone inseguro. Necesito crecer para salir fuera de mí, de esa
prisión interior que me he construido adorando mi ego. Un ídolo que ha
reemplazado a Dios en mi corazón.
Me digo que es
Él el centro, que sin Él no puedo vivir ni caminar. Me equivoco. Soy yo el que
está en el centro. Yo el que quiere sobresalir siempre. Quiero que el mundo
gire en torno a mí. que las personas reaccionen como yo deseo. Mi alma enferma
se busca a sí misma.
Decía el P.
Kentenich: «El amor propio es un impulso primordial de desarrollo y
conservación de sí mismo. Está originariamente asociado y relacionado con la
naturaleza de todos los seres vivientes. Un ser viviente que no se ame a sí
mismo habrá de sucumbir. Sólo que puede resultar difícil trazar la línea
divisoria entre amor propio y egoísmo».
El paso que me
lleva a convertirme en un ególatra enfermo es una línea muy sutil. Puedo
traspasarla sin darme cuenta buscando calmar la sed de amor que sufro. Quiero ser reconocido más de lo que realmente necesito. Me obsesiono.
La obsesión es una enfermedad que atenaza mi voluntad impidiéndome dar un paso
fuera de mí, un paso que me libere de mis esclavitudes.
Por eso
necesito anclarme en el corazón de Dios para dejar de vivir buscando ídolos que
calmen mi sed infinita, mi necesidad de amar y ser amado. Quiero vivir volcado en Dios, en su amor que todo lo llena. Necesito
ahondar, cavar hondo dentro de mi alma. Buscar a ese Dios escondido que quiere
darme la paz para que viva en su presencia. La paz de Dios que tanto necesito.
Quiero
descansar en Él y que Él lleve el gobierno de mi vida. No quiero mandar yo, no
quiero ser el centro, ni decidir lo que se hace o se evita a cada paso. Es una
decisión que tomo buscando mi libertad, mi plenitud. Lejos del amor a los
ídolos brota con más fuerza un amor generoso. Lejos de mi ego enfermo el tú se
convierte en alguien que despierta mi misericordia.
Me acerco al
que más me necesita. Lo busco junto a mí, pero fuera de mí, saliendo de mi
prisión ególatra. Vivir es vivir amando, entregando, no guardando.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






