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Tener las humillaciones claras es algo importante
para saber afrontarlas con dignidad cristiana ya que nuestra meta no es
solamente atravesarlas sino, aunque parezca algo extraño a primera vista,
también llegar a amarlas como hizo Jesús viviendo la gran humillación de su
época al morir en la Cruz.
En general no suelen educarnos para que sepamos
afrontar las humillaciones de la vida de ese modo. Nuestros padres por ejemplo
incluso parece que hacen lo contrario y buscan evitar por todos los medios que
las suframos. Lo cierto es que tarde o temprano estas llegan y es mejor
ejercitarse en ello para vencerlas con amor y sacar provecho.
En este sentido, San Anselmo nos ha dejado unos
consejos como guía práctica para responder de manera positiva en situaciones
difíciles en las que tenemos que tratar las humillaciones y descubrir ese valor
oculto: la cruz puede santificarnos o destruirnos dependiendo de cómo
respondemos ante ellas todos los días de nuestra vida.
Reconoce tu miseria
Reconocer los propios defectos significa abrirse a
la posibilidad de enfrentarlos asumiendo la responsabilidad de nuestras malas
conductas como por ejemplo haber mentido. Sin este primer paso del
reconocimiento no se puede alcanzar la verdad que nos libera de ese mal. Hay
pecado en nuestro corazón y para liberarnos de él tenemos que primero ser
honestos con nosotros mismos y no excusarnos sobre las culpas de los demás.
Le llevaron a Jesús una mujer sorprendida en el
delito de adulterio con el objetivo de plantearle qué hacer con ella, ya que
Moisés ordenaba apedrear a éstas. La primera actitud de Jesús fue guardar
silencio, y recién ante la insistencia, responde “el que esté libre de pecado
que arroje la primera piedra”…y comenzaron a retirarse uno a uno…(Juan 8, 1-11).
Siente todo su dolor
Una vez que somos capaces de ver el defecto,
nuestro corazón comienza a sentir vergüenza y dolor, tan así que puede
llevarnos a un abatimiento profundo. Podemos saber que mentir es algo malo,
pero al reconocerlo propio recibimos una fuerza que nos permite vencer el miedo
de no querer aceptarlo. Para lograr el verdadero arrepentimiento es necesario
no solo llegar a la verdad, sino dar un paso más profundo y llegar al fondo de
la misma.
“Después de las tres negaciones Jesús se volvió y
lo miró a Pedro, y éste recordó sus palabras: antes que el gallo cante hoy dos
veces, tú me habrás negado tres. Y al escuchar el segundo canto del gallo,
saliendo fuera rompió a llorar amargamente” (Mateo 26, 75). Las negaciones
habían sido tres, pero es a la tercera cuando el apóstol toca fondo y
experimenta el dolor del arrepentimiento por su triple traición.
Confiésalo sin justificaciones
Tomar conciencia de nuestras faltas puede
deprimirnos mucho. Hay que pedir fortaleza para aceptar con alegría y serenidad
las luces de la gracia que nos ayudan a mejorar. Una vez que hemos tocado fondo
por un mal obrar como por ejemplo haber mentido, es importante abrir el corazón
para dejarlo ir y eso se hace al confesarlo.
Lo que queda guardado, cuesta más luego sacarlo
fuera. Si somos humildes será más fácil despojarnos de todo, pero con
justificaciones estaremos dando vueltas antes de poder vaciarnos del todo. Cuando
cuesta mucho y sentimos que no podemos solos, se puede recurrir a una ayuda
externa para ser “sacudidos” y terminar de dejarlo salir como cuando hablamos
con un sacerdote que nos ayuda en ello y encontramos la paz.
“Jesús les dijo de nuevo: ‘La paz sea con ustedes.
Como el Padre me ha enviado, así yo los envío a ustedes.’ Y cuando hubo dicho
esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. Si perdonan los
pecados de cualquiera, son perdonados; si retienen los pecados de cualquiera,
son retenidos’” (Juan 20, 19-23).
Cecilia
Zinicola
Fuente: Aleteia