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| Marko Vombergar-ALETEIA |
En el momento de la comunión, había colocado la hostia consagrada
en el bolsillo a escondidas de todos y creía hacer gala de osadía al mostrar
esta “proeza” a su primo.
Triste proeza, ciertamente, que muestra sin duda que Ludovic no ha
comprendido gran cosa de la Eucaristía. Este tipo de comportamiento no es tan
raro como podría pensarse, y debería motivarnos a tomar la firme decisión de
educar a los niños con respecto a la Eucaristía.
¿Por qué respetar el pan y el vino
consagrados?
La respuesta es –o debería ser– evidente: el pan y el vino consagrados ya no son pan
y vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Dice el
Catecismo:
“Por la
consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia
del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la
substancia del vino en la substancia de su Sangre (…). La presencia eucarística
de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que
subsistan las especies eucarísticas”.
Los gestos de adoración expresan
y sostienen nuestra fe. Respetamos las Santas Especies porque creemos que Jesús
está realmente presente en ellas.
Pero lo inverso también es cierto: los gestos de adoración nos
ayudan a creer que la hostia consagrada es Jesús.
Ciertamente, Jesús siempre está muy cerca y podemos tener con Él
la mayor de las familiaridades. Pero Él también es el Altísimo y esta familiaridad sólo puede ser
de adoración.
Esto es especialmente cierto cuando Él se nos da en la Eucaristía.
En efecto, Él escoge unos alimentos tan triviales que es fácil olvidar que el
pan y el vino consagrados ya no son pan ni vino.
Los gestos de adoración nos ayudan a entrar en estar realidad que
escapa a nuestros sentidos: Jesús está ahí.
Recordar a los niños ciertos
principios elementales
La educación en el respeto a
la Eucaristía comienza mucho antes de la primera comunión.
Cuando un niño pequeño ve a sus padres arrodillarse en el momento
de la consagración o después de la comunión, presiente que esta hostia tan
blanca no es un simple pedazo de pan, que es una cosa excepcional.
Conforme vaya creciendo, es del todo natural que imite los gestos
y las actitudes de sus mayores y esta educación corporal ya es una manera de
descubrir la Eucaristía.
Por supuesto, los gestos no bastan: la catequesis eucarística no
puede limitarse al aprendizaje de actitudes que corren el riesgo de convertirse
en hábitos vacíos de sentido.
Podemos adorar de verdad a Jesús sin arrodillarnos. Pero no es
Jesús quien necesita que nos arrodillemos, sino nosotros.
Nosotros somos seres humanos y nos resulta indispensable rezar con nuestro
cuerpo. Si no hacemos ningún gesto de adoración, si no
enseñamos a los niños a hacerlos, terminaremos por dejar de saber adorar.
La preparación de la primera comunión debe insistir sobre esta
educación en el respeto de la Eucaristía. Lo esencial no está ahí. Pero lo esencial pasa por ahí.
Enmarcar el momento de la consagración con una solemnidad
particular, prestar atención a los gestos de la comunión, recordar a los niños
ciertos principios elementales (como el hecho de no comer caramelos durante la
misa), todo eso es importante.
El ayuno eucarístico para
prepararse para recibir a Jesús
Además, no hay que olvidar el ayuno eucarístico. Como las reglas
de este ayuno se han relajado considerablemente (se pide abstenerse de todo
alimento o bebida, salvo agua y medicamentos, al menos una hora antes de la
comunión), se ha terminado por considerar facultativo.
Sin embargo, este ayuno es una manera muy hermosa y muy encarnada,
y, por tanto, profundamente humana, de prepararnos para recibir a Jesús.
Los niños son muy capaces de comprender su sentido y su
importancia, con sólo que la presentemos no como una obligación formal, sino
como un acto de respeto y de amor.
La educación en el respeto de la Eucaristía es un asunto de todos:
no dudemos en generar una reflexión sobre el tema en nuestra parroquia.
¿Qué gesto de adoración proponemos a los niños en el momento de la
consagración?
¿Cómo favorecer el recogimiento durante la comunión?
¿Qué actitud tener si un niño va a comulgar masticando chicle o
armando jaleo?
Hay muchas preguntas que precisan respuestas concretas y, sobre
todo, un ahondamiento de nuestra fe en Jesús-Eucaristía.
Por Christine Ponsard
Fuente: Edifa






