![]() |
BABAROGA|Shutterstock |
Este ideal nos parece un poco elevado:
¿cómo es que podemos ser otros Cristos? ¿Qué
implicaciones tiene eso en nuestra vida? ¿Debemos dejar de ser nosotros
mismos?
Tantas veces nos rebelamos no
queriendo que nuestra vida le pertenezca a otro. Tratamos de vivir proclamando
que somos autónomos, independientes.
Creemos que somos dueños de nuestro
propio destino, pero, constantemente constatamos que no elegimos todo, que no
controlamos todo. La verdad es que a veces nos sentimos
insuficientes y poco amados.
Este destino grande que queremos construir no es nada si no lo compartimos, si no amamos, si no hacemos partícipes a los demás de nuestra suerte.
Pertenencia que hace feliz
Jesús nos llama a compartir a su vida,
Él quiere vivirla con nosotros. Así como en nuestra vida humana nos unimos a
alguien con quien compartimos sueños e ilusiones, como cristianos participamos
de la vida de Cristo.
No solo lo seguimos: somos,
vivimos y permanecemos unidos a Él si abrimos el corazón.
Pertenecer a Cristo, conformarnos con
Él no es otra cosa que permitir que el Padre ame a su Hijo en cada
uno de nosotros. Dejarnos tomar por Cristo.
En Cristo
hemos nacido de nuevo y nuestra vida ha sido insertada en la suya, renovada,
restaurada y resucitada.
Por Él podemos esperar que las cosas
sean mejores, porque el vino nuevo, el vino bueno siempre es el último. Nada
nos podrá arrebatar algo que Jesús no nos pueda volver a dar, y con creces.
“Porque,
naturalmente, el mayor de tus dones fue tu Hijo, Jesús. Si yo hubiera sido el
más desgraciado de los hombres, si las desgracias me hubieran perseguido
por todos los rincones de mi vida, sé que me habría bastado recordar a Jesús
para superarlas. Que tú hayas sido uno de nosotros me
reconcilia con todos nuestros fracasos y vacíos. ¿Cómo se puede estar triste sabiendo que
este planeta ha sido pisado por tus pies?” (José Luis
Martín descalzo).
La vida cristiana es un nuevo
nacimiento. Nuestras experiencias humanas se renuevan y en Jesús las podemos
vivir unidos al Padre porque Él nos ha unido con su Hijo en un amor esponsal:
un amor que se ha hecho uno con nosotros.
Un amor de unión e incondicionalidad
que nos permite descansar en las manos de Dios.
Hemos sido tomados por Cristo y
nuestra vida está unida a la suya. Nuestra felicidad está más cerca en la
medida en que todo en nuestra existencia, como la de Jesús, dependa cada vez
más de nuestro Padre.
“Y he
sido feliz ya aquí, sin esperar la gloria del cielo. Mira, tú
ya sabes que no tengo miedo a la muerte, pero tampoco tengo ninguna prisa
porque llegue. ¿Podré estar allí más en tus brazos de lo que estoy
ahora? Porque este es el asombro: el
cielo lo tenemos ya desde el momento en que podemos amarte. Tiene
razón mi amigo Cabodevilla: nos vamos a morir sin aclarar cuál es el mayor de
tus dones, si el de que Tú nos ames o el de que nos permitas amarte” (José Luis
Martín descalzo).
Luisa
Restrepo
Fuente: Aleteia