¿Te pasa que te aburres en la misa dominical? Aquí tienes algunos consejos para aprender a asumir este aburrimiento y vivir la misa como un momento que conecta realmente tu vida a la de Jesús
TATJANA SPLICHAL | DRUŽINA
El domingo es el ancla del tiempo
Si no ponemos nuestra ancla para
atrapar la fuga del tiempo, nuestra vida se derramará como la sangre de una
herida. El domingo es el ancla del tiempo donde el hombre aprende a morir a lo
visible para cultivar lo invisible. Hay que “vivir según el domingo”, según la
expresión de los Padres, porque el hombre no puede vivir sin memoria y sin
esperanza. Sin hacer memoria de la salvación de Dios lograda a través de la
Cruz, sin entrar ya en la luz del Resucitado.
La memoria nos permite habitar el
presente, la esperanza nos permite avanzar hacia Cristo, el Oriente de nuestras
vidas. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna” (Jn 6,54).
El filósofo francés Gabriel Marcel decía: “Amar a alguien es decirle: ‘tú no
morirás jamás’”. Sólo Dios puede decirlo. La misa, a través de la escucha de la
Palabra eterna, a través de la comunión efectiva o, al menos, del deseo, porque
Dios no es tacaño con sus gracias al cuerpo resucitado del Señor, da a nuestro
cuerpo de muerte la promesa de la inmortalidad. La eucaristía es la garantía de
nuestra resurrección que nos permite “anticipar a las vigilias de la noche” (Sal 119).
La misa nos extirpa de la fugacidad de las
cosas
La misa dominical marca el ritmo de la
vida cristiana por la virtud del rito. El rito ordena la existencia, da un
control sobre el tiempo que pasa. “Pero si vienes en cualquier momento, nunca
sabré a qué hora preparar mi corazón… Es bueno que haya ritos. –Qué es un rito?–
dijo el principito. –Es algo también demasiado olvidado –dijo el zorro. –Es lo
que hace que un día sea diferente de los otros días”.
Si vamos a la misa cada domingo, es
para “endomingarnos” el cuerpo y el alma, extirparnos de la fugacidad de las
cosas y hacernos perdurar, decía la beata Isabel de la Trinidad, “inmóviles y
apacibles, como si [nuestros corazones] estuvieran ya en la eternidad”.
Padre Luc de Bellescize
Fuente: Edifa