¿Tienes complejos y solamente ves defectos al mirarte al espejo? Intenta así aceptar tu cuerpo tal y como es.
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Sin embargo, no hay que olvidar que el
primer lugar de la fidelidad de una persona, antes que convertirse en guardiana
del cuerpo de otra, es habitar su propio cuerpo como una tierra santa, es ser
incondicionalmente fiel a su cuerpo, que no nos pertenece porque lo hemos
recibido y deberemos devolver a la tierra.
Pero ¿cómo lograrlo cuando toda la
prensa rosa no para de confinarnos en la estrechez de nosotros mismos y exalta
el cuerpo mítico, donde toda alegría se limita al nivel del bienestar
psicológico? Un perro demasiado alimentado tumbado en una espesa alfombra puede
experimentar cierto bienestar, pero sin duda ignora la profundidad de la
alegría.
“Tu lepra es
el amor inutilizado”, decía el escritor francés Jean Giono. Toda
persona es pecadora y, por tanto, toda persona es leprosa, ya
que ha
perdido la semejanza con Dios, aunque todavía subsista en ella
el reflejo de la imagen divina. “¡Como el pecado que nos devora deja en
nosotros poca substancia!”, escribe Bernanos. ¡Qué doloroso es asumir las
lepras propias!
Los diez leprosos que se ponen ante
Cristo son el abismo de nuestras vidas, que gritan hacia “el más hermoso de los
hombres”: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17,13). “Jesucristo,
Hijo de Dios Salvador, ten piedad de mí, que soy pecador”, como murmuraban sin
cesar los monjes de Oriente, en una incesante respiración del alma. Hay que
consentir nuestras lepras para gritar hacia el esplendor de Dios.
Amar y dejar
lo superfluo
Si la belleza
no viene motivada por el amor, no es más que un envoltorio vacío, un ídolo
helado. Ya no es la belleza de Cristo que “salva al mundo”. ¿Qué diremos al
Señor al final de nuestros días? ¿“Dios mío, luché por mantener la línea y he
evitado los michelines”? ¿”He conservado mi valiosa delgadez gracias a mi
entrenador personal”?
Debemos llevar nuestro cuerpo de
gloria y miseria como un templo, donde se despliegue en la debilidad el poder
de Dios. No hay amor profundo que no consienta amar a la otra persona hasta en
la vulnerabilidad de su cuerpo. Nunca tendremos la belleza helada de las
mujeres perfectas, sino la de nuestro amor vivido.
En El retrato de Dorian Gray,
Oscar Wilde imagina a un joven consciente de su enorme belleza, que utiliza
como un poder de seducción al servicio de la mentira, del orgullo y de la
muerte. Pero su retrato es el espejo de su alma y se va afeando poco
a poco hasta cubrirse de lepra. El joven lo oculta en su
buhardilla y sube, a veces, temblando, para ver el Mal que se produce en él. Al
final de la novela, en un acceso de furia, apuñala el retrato y se produce la
inversión: el retrato recupera su belleza pasada y el joven muere con el rostro
marcado por la violencia y el odio.
Esta es la encrucijada de nuestra
vida: o apuñalamos a nuestro doble o asumimos nuestras lepras. Pero sólo el
camino de la misericordia, donde sanan los leprosos, nos permite cargar lo que
está manchado en nuestra vida. El camino que nos guía hasta nosotros mismos
pasa por el corazón de Cristo.
¿Cuánto hace de nuestra última
confesión? Vayamos a mostrarnos a los sacerdotes, que han recibido la gracia de
perdonar en nombre del Señor y de restaurar en nosotros el icono de Dios, para
que podamos “glorificarlo y llevarlo en nuestro propio cuerpo”.
Padre Luc de
Bellescize
Fuente: Edifa